¡No tiene gracia!

“Todo es divertido siempre y cuando le esté pasando a otro”. Esta frase de uno de los reyes de la comedia, Will Rogers, resume a la perfección la esencia del género: las desgracias ajenas, bien ejecutadas, siempre han asegurado las risas del público. Por supuesto, las cosas han cambiado un poco desde aquellos primeros gags de fuerte influencia teatral con música clásica de fondo. La introducción del sonido fue todo un punto de inflexión que permitió hacer un humor más sutil y con más matices. Así, a la comedia clásica le aparecieron varios subgéneros, tales como la parodia o la comedia romántica. Ahora bien, por más lejanas que nos puedan parecer las películas de Charles Chaplin o de Buster Keaton, el cine moderno les debe muchísimo, más aún por ser fuente de inspiración para muchas comedias actuales. ¿Por qué acabó la era de la comedia muda? ¿Podríamos afirmar que es, en algunos sentidos, más actual que algunos filmes posteriores? Adentrémonos en la historia de la comedia en Hollywood.

La primera película cómica (o, mejor dicho, el primer gag) es el del regador regado, de los hermanos Lumière. Se trata de dos cortometrajes casi idénticos, uno de 1895 y otro de 1896 (práctica muy habitual en la época) en los que un niño gasta una broma a un jardinero de modo que acaba siendo “regado” por la manguera. Es uno de los gags más populares y repetidos de la historia del cine. Asentó la base de lo que sería el género durante aquellos primeros años: la slapstick comedy (comedia de golpe y porrazo), o física, donde la risa es provocada por las acciones descabelladas de las cuales son víctimas sus protagonistas.

La comedia no se consolidó en Estados Unidos hasta 1912, cuando Mack Sennet fundó la productora Keystone, especializada en filmes de este tipo. Aquel que quisiera triunfar como comediante, debía pasar necesariamente por Keystone. Las dos caras conocidas de la productora eran el dúo artístico de Roscoe “Fatty” Arbuckle y Mabel Normand (también guionistas, directores y productores de algunas de sus películas). Es en una de ellas, A noise from the Deep (1913, Mack Sennett), donde ejecutaron por primera vez el mítico gag del pastel en la cara. Arbuckle fue una figura muy respetada en la época y mentor de futuras estrellas como Buster Keaton o Charles Chaplin. Sin embargo, su carrera se hundió al ser acusado de la violación y el asesinato de Virginia Rappe; a pesar de que fue absuelto, la opinión pública lo condenó para siempre.

Después de Arbuckle y Normand, llegó el triunvirato de la Keystone: Charles Chaplin, Buster Keaton y Harold Lloyd, cada uno con su marca particular. Chaplin, especialmente conocido por su personaje de vagabundo, demostró que comedia y sensibilidad no son incompatibles. Quizá el mejor ejemplo sea Tiempos modernos (1936), crítica a las condiciones de trabajo en las fábricas. Aunque firme defensor del cine mudo, supo adaptarse al sonido, época en la que creó dos grandes clásicos: El gran dictador (1940) y Candilejas (1952). Keaton, por su parte, es famoso por ejecutar las acrobacias más increíbles sin alterar su expresión en absoluto, lo cual le valió el sobrenombre de “Cara de palo”. Todo un maestro de los gags, muchos directores actuales siguen tomando sus números como referencia. Su película El maquinista de la general (1926), considerada de las mejores de la historia según el American Film Institute y el British Film Institue, es una mirada cómica a un incidente ocurrido durante la Guerra Civil en Estados Unidos. Finalmente, Lloyd, que pasará a la historia gracias a su icónica escena del reloj en El hombre mosca (1923), gozó de gran éxito en su momento haciendo papel de chico corriente y tímido. Aseguró su continuidad en el cine como productor.

A pesar del escepticismo inicial, el sonido llegó también a la comedia. Aunque aún con fuertes influencias de la slapstick comedy, el diálogo se impuso como nuevo vehículo para hacer reír; permitía un humor más fino, y en cuestión de segundos podía transmitir toda la información que antiguamente requería de varios intertítulos. No obstante, esta sutileza vino a costa de la internacionalidad y la atemporalidad del cine mudo. A partir de este momento, las bromas quedaron ligadas al contexto social e histórico en que fueron escritas.

Es esta la era de las parejas o grupos de cómicos, muchos de ellos con su origen en los escenarios. Uno de los más famosos es el de Laurel y Hardy (o “El Gordo y el Flaco»). Gran parte de su humor surgía del choque entre ambos personajes, radicalmente opuestos no solo en cuanto a físico, sino también a personalidad. Otro grupo imprescindible es el de los hermanos Marx que demostraron su genio en películas como Héroes de ocasión (Sopa de ganso en España 1933, Leo McCarey), Una noche en la ópera (1935, Sam Wood) o Un día en las carreras (1937, Sam Wood), en las que mezclaron a la perfección el slapstick con diálogo ingenioso, lo que asentó las bases del humor del absurdo. No podemos olvidar al gran cómico mexicano Mario Moreno (“Cantinflas”), popular posteriormente en Hollywood por su papel de Picaporte en la superproducción La vuelta al mundo en 80 días (1956, Michael Anderson), que le valió una nominación a los Globos de Oro. Por otro lado, está Mae West; si los Marx introdujeron el absurdo al cine cómico, lo mismo hizo ella con el doble sentido y el erotismo. Formada en el teatro, donde escribió y dirigió muchas de sus obras, se dio a conocer al protagonizar las películas No soy un ángel (1933, Wesley Ruggles) o Lady Lou (1933, Lowell Sherman). Ella misma era la autora de la mayoría de sus legendarias frases lapidarias. Entre otras, se le atribuye la célebre “¿Tienes una pistola en el bolsillo o es que estás contento de verme?”

Después de la Gran Depresión, llegaron caras nuevas a la comedia. Con ellas, un nuevo género para dejar atrás definitivamente la slapstick comedy, la screwball comedy (comedia de enredos). Esta, similar a la farsa shakespeariana, suele contar cómo la vida del protagonista se ve alterada ante la llegada de la heroína, su antítesis. Así, en una trama enrevesada, inician una auténtica batalla de sexos, que suele acabar en reconciliación romántica. La primera comedia de enredos del cine es Un gran reportaje (1931, Lewis Milestone). Otros títulos destacables son Sucedió una noche (1934, Frank Capra), la screwball por excelencia, o 20th Century (1934, Howard Hawks). Aun cuando sus argumentos puedan parecernos anticuados, supusieron toda una revolución en lo que a historias de amor y personajes femeninos se refiere. Por ejemplo, en el tráiler del clásico Bringing Up Baby (La fiera de mi niña en España, Howard Hawks, 1938), los protagonistas se nos presentan en total igualdad de condiciones. “Conoce a la heroína y a su héroe”, y no “al héroe y su interés amoroso”, como se había hecho hasta entonces. En los cincuenta este argumento se popularizó de nuevo gracias a las películas del dúo Hepburn-Tracy tales como “La mujer del año” o “La costilla de Adán”.

Entre los 40 y los 50, empezaron a diversificarse los subgéneros cómicos. Está la comedia de carretera (colección Carretera a… con Bing Crosby, Bob Hope y Dorothy Lamour), la comedia familiar (especialmente popular la serie de Andy Hardy, interpretado por un joven Mickey Rooney), la comedia romántica –Historias de Philadelphia (1940, George Cukor)- o la comedia romántica de fantasía –El diablo puede esperar (El diablo dijo no en España, Ernst Lubitsch, 1943). Sin embargo, el género donde los creadores pudieron hacer gala de su talento fue en la conocida como comedia sofisticada, que retrataba la vida urbana de la gente rica y sus relaciones matrimoniales. Cukor, director de Cena a las ocho (1933) o Mujeres (1938), es uno de sus máximos exponentes.

Los ya mencionados Lubitsch y Capra destacaron en un nuevo género fusión: la comedia dramática. El primero, con su característico toque personal, fue capaz de tratar un tema tan sobrio y reciente como la invasión nazi de Polonia con humor en el clásico Ser o no ser (1942). De Capra recordamos su admiración ante el pequeño héroe americano, ejecutado a la perfección en Qué bello es vivir (1946).  

Los años 50 se caracterizan por la llamada comedia erótica, con bromas más subidas de tono que las de las películas románticas de la década anterior y Billy Wilder como director estrella. Dos habituales de la década eran, sin duda, Rock Hudson y Doris Day, quienes compartieron protagonismo en producciones como Problemas de alcoba (Confidencias a medianoche en España, 1959, Michael Gordon). En este género es donde Marilyn Monroe saltó a la fama, sobre todo en La comezón del séptimo año (La tentación vive arriba en España, 1955, Billy Wilder) y Una Eva y dos Adanes (Con faldas y a lo loco en España, 1959, Billy Wilder).

El cine de comedia tuvo una crisis a finales de los 50 ante el auge de la televisión, que propició la popularidad de las sitcoms (comedias de situación), como Yo amo a Lucy (CBS, 1951-1957). También entonces se revitalizó la stand-up comedy en los teatros, semilla del programa Saturday Night Live (1975-). La edad dorada aún tuvo un último dúo exitoso, el de Jack Lemmon y Walter Matthau, compañeros de reparto en 10 ocasiones: Por dinero, casi todo (1966, Billy Wilder), La extraña pareja (1968, Gene Sacks), etc.

En lo que a la segunda mitad de siglo respecta, han convivido dos tendencias. Por un lado, una comedia más irreverente, como la del trío ZAZ (David y Jerry Zucker y Jim Abrahams), famosos por sus parodias de películas populares: la de catástrofes de aviones Y… ¿dónde está el piloto? (Aterriza como puedas en España, 1980) o la policíaca ¿Y dónde está el policía? (Agárralo como puedas en España, 1988). En la misma línea se encuentran los éxitos del cambio de siglo Loco por Mary (Algo pasa con Mary en España, Bobby y Peter Farrelly, 1998), American Pie (Paul y Chris Weitz, 1999-2012) o Austin Powers (Jay Roach, 1997-2002) llamados lowbrow (comedia de mal gusto). Tradicionalmente, estas han estado protagonizadas por hombres, pero en los últimos años han surgido sus equivalentes femeninos, igualmente éxitos de taquilla: Damas de guerra (La boda de mi mejor amiga en España, 2011, Paul Feig) o Chicas armadas y peligrosas (Cuerpos especiales en España, 2013, Paul Feig). Por otro lado, está la comedia romántica, que resurgió a finales de los 80. Al margen de clásicos como, Cuando Harry conoció a Sally (1989, Rob Reiner) o Mujer bonita (Pretty Woman, 1990, Garry Marshall), cabe destacar una serie de películas que se salen de las convenciones del género: Cuatro bodas y un funeral (Mike Newell, 1994) o Casarse… está en griego (Mi gran boda griega en España, Joel Zwick, 2002), etcétera.

Mirando esta cronología, podemos darnos cuenta de que aquello considerado divertido por el gran público varía radicalmente en función del momento histórico y el lugar en que se ve. Por eso la comedia, a pesar de su éxito, es uno de los géneros que peor lleva el paso del tiempo; años después, sus bromas pueden considerarse políticamente incorrectas o, sencillamente, incomprensibles, pues el contexto poco tiene que ver con el del momento en que se concibieron. Sin ir más lejos, la exitosa sitcom Friends (NBC, 1994-2004) fue objeto de polémica en las redes no hace mucho al ser considerada por algunos usuarios (de forma más o menos merecida) sexista u homófoba desde un punto de vista actual. Precisamente, por esto es sorprendente la vigencia y atemporalidad de algunos de las primeras comedias. Es cierto, son menos sutiles que diálogos míticos como el del Big Mac de Pulp Fiction, pero más de un siglo después, siguen haciéndonos reír como en el momento de su estreno.