Los años 50 son, sin duda, la edad de oro de la ciencia ficción en el cine. Después de explotar hasta la saciedad el cine de monstruos durante los 30 y los 40, Hollywood necesitaba una nueva amenaza. La postguerra y sus consecuencias, tales como el desarrollo de las armas nucleares, el apogeo de la URSS y la progresiva emancipación femenina provocaron una sensación de inseguridad en el hombre estadounidense medio. La ciencia ficción, que logró dar forma a estas preocupaciones y, mediante mensajes anticomunistas y misóginos, aseguraba acabar con ellas, se erigió como el nuevo género de moda. El mensaje era claro: a pesar de los cambios sociales que ponían en peligro el estilo de vida estadounidense, el país se mantendría firme por preservar el statu quo.
El monstruo siempre ha representado el miedo a que aquello extranjero acabe con nuestra cultura. No olvidemos que Drácula llega de Europa del Este a Londres, donde hace el trabajo de los ingleses y seduce a sus mujeres (la idea xenófoba de que los inmigrantes nos roban el trabajo existe hasta día de hoy). El alienígena de los 50 traduce los nuevos miedos de la sociedad americana ante la amenaza externa. Provenientes de un lugar lejano, de cultura distinta a la nuestra, llegan a la Tierra para eliminarnos e imponer sus nuevas costumbres. En muchos casos, ni siquiera somos capaces de distinguirlos de uno de los nuestros. La invasión de los usurpadores de cuerpos (1956, Don Siegel) es una perfecta metáfora de la filosofía macartista: cualquiera, incluso nuestro vecino, nuestros padres o nuestra pareja, puede ser una amenaza.
Menos conocido es el miedo que provocó la emancipación femenina durante esta época. Durante la guerra, muchas mujeres habían ocupado puestos de trabajo típicamente masculinos, lo cual las había llevado a cuestionar la tradicional distribución de los roles de género. Empezaba a ponerse en duda que solo los hombres pudieran ostentar el poder. La respuesta masculina fue inseguridad respecto a cuál sería su papel si las mujeres estaban al mismo nivel que ellos. A partir de este miedo al empoderamiento de la mujer, surgió un gran número de producciones de serie B y Z donde ellas eran las antagonistas.
La mayoría de estas películas siguen un patrón común. En algún planeta lejano, hay una sociedad en la cual las mujeres han conseguido ser el género dominante. En muchos casos, tras perder el poder, los hombres han sido ninguneados, o incluso aniquilados. La inexistente relevancia masculina en estas sociedades ha tenido consecuencias devastadoras. Solo los hombres podrán resolver sus problemas y restablecer el orden. Esto pone de manifiesto la creencia de que una sociedad dominada por mujeres jamás funcionará. En La Diabla de Marte (1954, David MacDonald) una comandante vestida de dominatrix llega a la Tierra en búsqueda de hombres para asegurar la continuidad de su especie, pues con la llegada de las marcianas al poder, la natalidad ha caído en picada. En Las mujeres gato de la Luna (1953, Arthur Hilton) son ellas quienes atraen a la tripulación hasta su territorio, pues quieren liberar a las terrícolas del yugo masculino, pero necesitan a un hombre para aprender a tripular una nave.
Los estereotipos asociados a estas mujeres (malvadas, convencionalmente poco atractivas e incapaces de estar a la altura de los hombres) son exactamente los mismos usados en la propaganda anti sufragista de principios del siglo XX, e incluso hoy en día como contraargumentos al feminismo. Los productores eran plenamente conscientes de la carga ideológica de estas historias y de lo que significaban en su contexto histórico y social. Por esto, los carteles promocionales hablaban de estas historias como un posible futuro de pesadilla. “La historia que, a pesar de todo, ¡podría hacerse realidad!”, decían de “La diabla de Marte”.
Cabe destacar que estas películas no muestran un odio generalizado hacia todas las mujeres, sino más bien escepticismo ante la ruptura de la distribución tradicional de los roles de género. Así pues, siempre encontramos personajes femeninos idealizados que se aliarán con los hombres para poner fin al régimen femenino. Por ejemplo, Zsa Zsa Gabor (sex symbol de la época) en La Reina del Espacio exterior (1958, Edward Bernds) interpreta a la líder de la resistencia contra la tiranía de su malvada reina.
Del mismo modo que poco a poco se pudo satirizar sobre la paranoia de una invasión comunista en películas como Dr. Insólito o: Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba (¿Teléfono rojo?: volamos hacia Moscú en España, 1964, Stanley Kubrick), también hubo una progresiva aprobación hacia la emancipación femenina. Ya en la década de los 50 encontramos ejemplos positivos de mujeres con posiciones de responsabilidad en la ciencia ficción más comercial. Tanto en El mundo en peligro (1954, Gordon Douglas) como en La bestia del fondo del mar (1955, Robert Gordon), las protagonistas son científicas que gozan de respeto y prestigio entre sus compañeros. Mucho más tarde, Alien (1978, Ridley Scott) creó a una de las protagonistas más memorables de toda la ciencia ficción: la teniente Ellen Ripley, quien no solo desempeña un trabajo importantísimo en una prestigiosa tripulación, sino que logra acabar con el monstruo gracias a su ingenio.
Sin embargo, aún en el cine actual vemos cómo se necesita justificar que las mujeres ocupen altos cargos. Si hay un personaje femenino con una posición más importante que sus compañeros, se le suelen atribuir cualidades típicamente masculinas; su poder se debe solo a que “es como un hombre”. Parece que la conciliación de feminidad y poder es aún una asignatura pendiente en Hollywood.
Autor: Martha Vidal-Guirao Escritora y actriz de Barcelona, España. El plan es escribir un bestseller, pero de momento escribo artículos sobre mi gran pasión, el cine de la edad dorada. Me podéis seguir en twitter: https://twitter.com/VidalGuirao |