Poesía de Japón: Kamimura Hajime, un poeta de la posguerra

Japón es un país fascinante pero misterioso, por decir lo menos. A pesar de la internacionalización de su cultura en las últimas décadas, la mayoría de la gente conoce poco fuera de su gastronomía, el manga, el anime, Murakami y un poco de su cine.

Particularmente su poesía contemporánea es un terreno un tanto oscuro, ya que sus traducciones no abundan, en comparación a las antologías de haikus o poesía clásica, que son de relativo fácil acceso.

Sin embargo, entre las compilaciones existentes de autores contemporáneos, vale la pena mencionar la de Harry Guest, Post-War Japanese Poetry (Penguin Books, 1972), en cuyo prefacio reflexiona acerca de las diferencias culturales que cree dotan a la poesía japonesa de aquella época de un carácter propio de su regionalidad, de acuerdo a su experiencia como profesor de literatura inglesa en la Universidad Nacional de Yokohama.

Frente a una occidentalización de la cultura en Japón que comenzó al termino de la segunda guerra mundial, Guest habla sobre un aislamiento relativo del poeta, el cual atribuye a una posición ambigua propia de éste:

En virtud de las técnicas del lenguaje, las palabras que usa se remontan a la conciencia nacional, mientras que los temas adoptados ofrecen un comentario directo o indirecto sobre los dilemas del Japón actual. Las otras artes «intelectuales» están totalmente orientadas al siglo veinte, mientras que el entretenimiento popular tiende a una recreación espúrea del ayer. La poesía, por su intento de enfocarse en un área posible donde el patrimonio pueda hibridarse con otras influencias, puede carecer al mismo tiempo del encanto de estar al día tanto como del atractivo de una tierra que nunca ha de existir: incluso puede ser un incómodo recordatorio de las inconsistencias en las que se basa la sociedad materialista actual.

Asimismo, encuentra en el ideal japonés de conformidad y homogeneidad (por sobre el individualismo) un beneficio paradójico para la poesía lírica: «El ‘Yo’ no es insistente y la presión de un enfoque individual se difumina, ganando en objetividad y aumentando la relevancia de lo que se ha percibido».

No obstante, como una muestra más de las ambivalencias que caracterizan a esta poesía, Guest menciona la tradición de la enseñanza artística (de la música, el teatro y, por supuesto, también de la literatura) que gravita en torno de la imitación, donde la mínima variación con respecto a la obra original es mal vista. Este proceso, dice, aunque en algunos aspectos sea fosilizante, ha permitido la apreciación del material por encima del interprete.

Pero en cuanto a las artes de aquella época concierne, continúa, no se trata de copias exactas sino de la adopción de modelos occidentales que habrían de causar sus propios efectos en la poesía de Japón. Así «decir que Fujitomi se modela a sí mismo a partir de e. e. cummings, o que Amazawa lo hace a partir de André Bretón, es de gran valor y no resta ni por un momento al poder ni a la originalidad de su poesía».

Kamimura Hajime

Quizás sea romanticista describir la experiencia poética como algo místico, pero no han sido pocas las veces que he creado lazos profundos con poemas que han llegado de forma totalmente azarosa a mí, como es el caso de esta antología de poemas japoneses de la posguerra y en particular con uno de sus autores: Kamimura Hajime.

Kamimura nació en 1910 cerca de Nagasaki. Trabajó para una firma de agentes de bolsa y posteriormente, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, se dedicó a dirigir su propia tienda de libros usados, al norte de Kyûshû.

La información sobre él en internet es casi nula, en inglés. Apenas unos cuantos poemas que parecen, además, extraídos de este mismo libro. Gracias al traductor de Google y a un basiquísimo japonés, pude averiguar que falleció en 2006 y que hasta entonces mantuvo su librería.

– Un poeta del que no conozco nada, salvo un puñado de poemas.

He traducido, para compartir con ustedes, dos de ellos:

La forma en que mi poesía debería dirigirse

Si vives cerca de una colina
ranas entran en la sala
y un saltamontes grilla en el reloj

Una libélula acaba de atravesar la casa

Estoy sentado aquí únicamente con mis pantalones puestos
mientras escribo este poema

sostengo firmemente el pincel,
trazo líneas cuidadosas,
escribo acerca de la forma en la que vivo

Cuando me quejo de la gente o del mundo
cuando siento odio o insatisfacción
significa que aún no tengo fe suficiente
en mi propia forma de vida

La pena o la felicidad de uno
son como el viento
que llevaba a aquella libélula

Estoy sentado en mi escritorio así
a la espera de un entendimiento más profundo.

Canción de la bombilla

Compró una vez un hombre una bombilla
y regresó solo a su casa por el sendero oscuro de la noche
La joven que le vendió la bombilla
era la esposa del tendero
y el hombre que le compró la bombilla
una vez en secreto
estuvo enamorado
de ella
Se detuvo por un momento bajo
los aleros     Después se retiró
del haz de luz de la ventana
y colocó sus pies uno después del otro
en los círculos
de luz debajo
de las farolas
Llegó a su casa solo
por el sendero oscuro de la noche.

En ambos se confirma lo que dijo Harry Guest sobre un «yo» diluido en la lírica japonesa. El «yo» lírico del primer poema parece más interesado en hablar del lugar donde se encuentra que de sí mismo, salvo al final; en el segundo, que tiende un poco hacia la narración, prioriza igual los elementos externos, como la luz, por sobre cualquier detalle íntimo de las personas mencionadas en los versos.

En el primer poema se nos presentan dos movimientos que van de más a menos: una colina; cerca, una casa; desde afuera, ranas entran en ella; dentro de la casa, un reloj; en él, un grillo. Volvemos a tomar distancia con la libélula que la atraviesa en su totalidad la casa. Empezamos el segundo acercamiento: el «yo» lírico –que además escribe el poema– sentado; en su mano, el pincel; después, las líneas y, al final, las letras que expresan la forma en la que vive. 

Este ir de lo macro a lo micro se revierte en la posterior revelación metafísica que  «yo» lírico: comienza a indagar en el interior del sujeto («Cuando me quejo») y termina con una aseveración que más bien pretende ser universal, absoluta («La pena o la felicidad de uno son…») y que reitera, a la vez, la importancia del movimiento del viento que empujaba a la libélula, el cual pudo haber pasado desapercibido al principio y que quizás ahora sea el único que importa. Sin embargo un desplazamiento final, descendemos desde este absoluto a la posibilidad de un conocimiento superior al anterior; superior pero a la vez profundo.

– ¿Somos como aquella libélula o pensarlo así es una salida fácil?

En «Canción de la bombilla» hay en todo momento tensión entre luz y oscuridad: oscuridad en el punto de partida, en la casa en la que falta una bombilla que ilumine y en el sendero, que lleva a la luz (en potencia) de un foco nuevo, así como a aquella que se derrama desde adentro de la tienda. Comienza a dibujarse una circularidad: a través de la luz de las farolas sobre el camino, en donde la iluminación comienza a desaparecer para volver a la oscuridad del sendero y de la casa a la que aún le falta una bombilla que la ilumine. La circularidad se reitera en la similitud de los primeros y los últimos versos.

Inmersos en este movimiento se encuentran los personajes: el hombre que parte y regresa a la oscuridad, pero que en su camino se detiene en la luz donde habita la esposa del tendero.

– ¿Cuántos focos hacen falta en nuestra casa?

* * *

La traducción es un imposible, se suele decir. No puedo imaginar la cantidad de cosas que se perdieron cuando Harry Guest tradujo a Kamimura Hajime del japonés al inglés (por la pura naturaleza de la poesía y no por poner en duda las habilidades del traductor), ni tampoco quiero empezar a pensar en las otras tantas que sufrieron el mismo destino al hacer yo esta traducción de «segunda mano» (desde el inglés y no del japonés). Como consuelo prefiero pensar, extrapolando del poemínimo de Efraín Huerta, que no hay peor traducción que aquella que no se hace.

Jorge GalindoAutor: Jorge Galindo (Xalapa, Ver., 1991) es compositor de canciones. Ávido lector de poesía, se ha acercado a los estudios literarios con el interés de analizar la canción como parte del fenómeno poético.
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