Soñé que no soñaba
y que todo era, entonces, sueño.
Pisaba las lunas y me las calzaba,
mis ojos ALEPH
se proyectan en nada
después de recorrerlo todo.
Soñé que no soñaba
y que todo era, entonces, sueño.
Pisaba las lunas y me las calzaba,
mis ojos ALEPH
se proyectan en nada
después de recorrerlo todo.
¿Cómo describir el hambre? ¿Cómo entender el dolor que provoca la ausencia? ¿Cómo representar el vacío estomacal que recorre y lastima el interior? Habría que trazar un mapa dentro y fuera del cuerpo para, quizás, aproximarse a describir un paisaje vertiginoso en donde el hambre habite cada estancia de la existencia. Eso es lo que hace León Cartagena (México, 1978) en Geografía del Hambre (2022): nos ofrece una imagen que se encarna en la realidad, pues resulta difícil no identificarse con las imágenes que crea. ¿Quién nunca ha sentido hambre? No hay, pues, sensación más clara que nos permita reconocer ese dolor tan difícilmente explicable. Sin embargo, este poemario evoca, por medio de las palabras, una cercanía a las distintas dimensiones que emergen desde lo más profundo del estómago.
La tarde
a cuestas lleva envilecido el canto
De alfanje el filo que se trae
bajo la lengua
Por bocapronta
la tarde
es sodomizada por policías municipales
De albarda a bardas corroídas
discurren los cadáveres
y la tarde
se unge la fragancia de la hez
su estropicio ensancha
Cuando me aumenten las penas
Violeta Parra
Las flores de mi jardín
Han de ser mis enfermeras
Durante sus últimos días, mi
abuela perdió toda conciencia del
tiempo y del espacio.
Iban las plantas de tus pies tan cenicientas
eludiendo cangrejos corcholatas ciertas rocas
cuando las olas del mar hadas madrinas
confeccionaron para ti
haciendo hocus pocus con la espuma
dos zapatillas de cristal salino
sonaban como agitar caracolas en las manos
tan presto en cuanto ya mujer te aventuraste
a sondear los castillos en la arena
buscando el musculado roce de pulso lapislázuli
hasta que dieran las doce:
mediodía.
Para Liz
Un día el tiempo nos hace un resumen
donde regresa aquel recuerdo
que se fue, pero alguien pide que lo exhumen.
La esfera de la muerte se hincha con cada respiración
y somos jóvenes todavía
aquello
no me preocupa al estar contigo
ya
no quiero saber nada del mundo
estoy muriendo
tomando tu mano
Mi padre vio morir a su padre
y cantó un par de canciones
el día en que se despidió del mundo.
El corazón puede rugir más fuerte que el mar;
Sergio Pérez Torres
es más hondo y traga más hombres.
El 12 de octubre de 1918, la Sociedad Española de Beneficencia inauguró “La Quinta de la Salud Ibérica” en la ciudad de Mérida, Yucatán. Bajo su pórtico, custodiado por leones a los costados y en todo lo alto, cruzaban personas hacia su interior, hombres, mujeres, niños, pero sobre todo, hombres. En 2015, casi un siglo después de su apertura, el rastro de un hombre muerto me llevó a conocer, por primera vez, la imponente belleza de esos leones esculpidos en la roca. Sergio Pérez Torres, el poeta que hoy nos congrega, escribe en su libro La heráldica del hambre, merecedor del Premio Nacional de Poesía Ydalio Huerta Escalante 2016, los siguientes versos:
Ilustración de Bernardo Fernández, Bef
Quién dijo que tu cuerpo era hombre.
Quién le impuso ese destino
de ejército de demonios,
destructor de planetas,
paseante de cadáveres.