Un mapa de ausencia y dolor: “Geografía del hambre”, de León Cartagena

¿Cómo describir el hambre? ¿Cómo entender el dolor que provoca la ausencia? ¿Cómo representar el vacío estomacal que recorre y lastima el interior? Habría que trazar un mapa dentro y fuera del cuerpo para, quizás, aproximarse a describir un paisaje vertiginoso en donde el hambre habite cada estancia de la existencia. Eso es lo que hace León Cartagena (México, 1978) en Geografía del Hambre (2022): nos ofrece una imagen que se encarna en la realidad, pues resulta difícil no identificarse con las imágenes que crea. ¿Quién nunca ha sentido hambre? No hay, pues, sensación más clara que nos permita reconocer ese dolor tan difícilmente explicable. Sin embargo, este poemario evoca, por medio de las palabras, una cercanía a las distintas dimensiones que emergen desde lo más profundo del estómago. 

Publicado por la Editorial Universitaria de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), el libro se compone de dos partes: “Región del hipotálamo” y “Territorios de la saciedad”. El hipotálamo es la parte del cerebro que controla el hambre, y esta primera sección del poemario —con una alternancia de poemas breves y largos— funciona como el órgano esencial donde se encuentra y se define esta necesidad fisiológica que traduce el autor en cada verso. 

El primer poema, “Taxonomía”, personifica el hambre a través de un gato que habita dentro del cuerpo: ronronea como cuando nos ruge la tripa, pero también rasguña y cimbra el interior con su enormidad:

Sus ojos enfoguesidos hacen burbujear de hirviendo 
los caldos del estómago y los arrojan con violencia por el esófago 
y se atoran los jugos contra la piedra de la palabra atascada en el pescuezo.
Aun así, tan grande,
el gato no puede ronronear fuera de mí; 
me pertenece, como la huella a la pisada. 

León Cartagena, Geografía del hambre, UANL, p.13

Así, se dibuja la imagen del hambre voraz que nos habita y que sólo es posible entender desde la animalidad, tal como lo expresa el epígrafe de Miguel Hernández que funciona a manera de entrada de este primer poema. Estas palabras introductorias desplazan los límites entre el ser humano y el animal para comprender así, la magnitud y la intensidad que representa el apetito. Hasta ese punto, aún no se sabe de qué, pero cada poema va dibujando las líneas imaginarias de la cartografía para descubrir las razones de esta ansia. 

El hambre constituye una serie de símbolos que se alojan en la cotidianidad; se construye la imagen de la avidez infinita que vislumbra insatisfacción, ansiedad, cansancio, debilitamiento. Estos rasgos, inevitables en estos tiempos, son parte de nuestra cotidianidad. Es fácil reafirmar con la lectura los detalles de un mundo que, muchas veces, no puede desprender otra sensación más que el hartazgo. Esto se refleja en una sintomatología del dolor que se manifiesta en el estómago; por algo se dice que es el segundo cerebro donde se alojan las tristezas, ansiedades y preocupaciones en forma de problemas gastrointestinales, como la acidez, la inflamación, los calambres, etc. Cómo no identificarse con esta gama de signos y aflicciones que residen en nuestros cuerpos y suelen sentirse como las garras de un animal que rasguña y desordena el interior. 

No obstante, el hambre también se inserta en un terreno más íntimo, en el que puede ser un recuerdo, una noche solitaria, la ausencia de un cuerpo, el odio o la infancia:

El hambre es mi pueblo, 
el país donde nací y donde me rompieron la infancia. 

León Cartagena, Geografía del hambre, UANL, p.20

Las cicatrices de la vida también toman forma por medio del hambre: el poeta revisita sus heridas y descubre cómo lo que falta, aunque inexistente, ocupa un amplio y doloroso espacio en su interior. ¿A qué se asemejan las ausencias? No podría ser ejemplo más claro la intensidad del estómago vacío que penetra en los cuerpos incompletos. 

En “Territorios de la saciedad”, se delinean momentos de erotismo, intimidad y amor, pero también de amargura y oscuridad. En los poemas se reconoce que se ama tanto con el hambre como con el cuerpo. Las palabras se articulan para perfeccionar el vínculo que existe entre el amor y el cuerpo desde una perspectiva de deseo, pero también de lejanía. Parece contradictorio pensar en una atadura que plenamente no existe y que se pierde entre un tiempo y otro, sin embargo, se enuncia una profunda intimidad que se encuentra únicamente a través del hambre. 

¿Recuerdas cuando nos amábamos con hambre,
con prisa, con violencia? 
Me decías cosas del amor con las uñas y los dientes, 
me dabas a comer tus labios,
ponías calor en mi carne con la palma de tus manos. 

León Cartagena, Geografía del hambre, UANL, p.49

Los sentidos son un punto de partida hacia el camino de la saciedad, de los sabores, de la transparencia y de las entrañas del contacto humano. Este apartado también se compone de remembranzas, días pasados y melancolía. Se cuentan historias por medio de recuerdos y, de esta manera, el tiempo en el libro se entiende siempre en añoranza. Cada memoria que describe el poeta contiene una carga de nostalgia que adereza el hoy con aquellas experiencias, y cada evocación transporta el hambre al presente desde el que escribe. 

El poemario no sólo expresa el hambre, también refleja el contraste presente en la comida, los frutos, los sabores, los olores, los ingredientes. A veces aparecen como partes de un cuerpo que no está o como recuerdos no vividos; otras, asimilan la sensación espesa del vinagre o el sabor dulce de la fruta, y lo asemeja con otros elementos: 

La poesía, más que nunca, tiene un sabor profundo,
un gusto frutal y espeso, 
a eternidad. 

León Cartagena, Geografía del hambre, UANL, p.53

Así, los distintos elementos del amor, la sustancia de las emociones repartida en fragmentos amargos que condimentan el deseo y la condensación de las pulsiones humanas pueblan las partes de estos “Territorios de la saciedad”.

Las regiones en las que se instaura el hambre también rememoran espacios cotidianos como la cocina. En el penúltimo poema el autor pinta un retrato de lo que este lugar representó para él y cómo constituía un sitio reservado únicamente a las mujeres. De esta manera, se forma el recuerdo de un lugar misterioso para su infancia, que no sólo evoca olores, ingredientes y secretos, sino que también alberga crisis y problemas familiares disfrazados con las maravillas de la comida. Aun así, el poeta reconoce, rememorando a su madre, “que no hay peor hambre que la de quien cocina” y que no hay peor ausencia que la de quien recuerda. 

La naturaleza, indudablemente, forma parte de esta geografía. La enormidad del mundo y sus elementos se equipara con lo que el poeta busca representar y, a través de los paisajes que dibuja, se mantiene un eco y una armonía que salta del hambre a la saciedad y viceversa. Por ejemplo, la inmensidad del mar comparada con el hambre y cuyas olas envuelven los cuerpos: 

Desprendido de la estética, 
de la razón, de toda filosofía, 
soy la comezón de mis vísceras,
el ácido reflujo del tiempo; 
el mar desnudo de no probarte. 

León Cartagena, Geografía del hambre, UANL, p.60

Es así como los versos adquieren un carácter orgánico en el que el dolor es identitario para el poeta y se vive a través de las partes de un organismo insatisfecho. El hambre se convierte, entonces, en un afecto de las vicisitudes del mundo, de las circunstancias, de las huidas y de las desapariciones. 

El poeta escribe un retrato corporal y visceral de la soledad, que nunca deja de tener tintes de introspección. Se plasman, además, imágenes que figuran como un eco de pregunta y un deseo de respuesta. Pero se mantiene constantemente en un anhelo a través de distintas imágenes cercanas de la vacuidad: un refrigerador vacío, un tenedor que brilla por falta de uso, la soledad en el fondo de un plato. El poemario es en su totalidad la idea de una necesidad insaciable que se manifiesta en muchos sentidos, tanto corporales, como anímicos. 

Intentar describir el hambre puede ser tan doloroso como sentirla, pues se trata de un enfrentamiento, no sólo a la sensación, sino a todo lo que implica experimentar la atrocidad del vacío en el interior del cuerpo. La poesía permite transportar la incompletitud interna que proviene de lugares lejanos o futuros hacia momentos más cercanos en los que se posibilita el encuentro con unx mismx. Cada meridiano que dibuja cuidadosamente el autor arraiga en las palabras las experiencias en torno a la insatisfacción y el dolor, y la lectura se convierte en un deslizar el dedo por cada parte de esta rugosa geografía.

León Cartagena imagina y crea un mapa donde cada punto es una sensación, el río es la sangre que corre en los cuerpos hambrientos y desemboca en el inmenso mar que inunda de dolor cada poema. Hay lugares que son la acidez, recuerdos que se evocan como ayuno; pero también hay ingredientes para saciar, que casi siempre se quedan como palabras en la punta de la lengua, sin llegar más lejos que a intentar describir la enormidad de la ausencia. Todo es parte de esta hambre inmensa que se sufre y se traduce en la poesía y desprende una sensación compartida que se visita por medio de la palabra. Quizá, para adentrarse en una experiencia corporal de lectura, sería bueno leer el poemario en ayunas o con el estómago vacío. 

Antes de desayunar, puedes visitar la tienda en línea de la UANL para adquirir un ejemplar.