«Lo que existe y no se puede contar y se siente aquí dentro, exige una palabra para decirlo. Esta palabra, en este caso, sería inmensidad. Es como una palabra húmeda de misterio. Con ella no se necesita contar ni las estrellas ni los granos de arena. Hemos cambiado el conocimiento por la emoción: que es también una manera de penetrar en la verdad de las cosas.»
Canek
La impetuosa inquietud por aprehender todo aquello que pareciera escaparse al entendimiento ha sido una de esas concepciones que por milenios han seducido la curiosidad del ser humano. La idea de un infinito que irremediablemente se mantiene como la incógnita insalvable. Desde el cuestionamiento acerca de una existencia más allá de la muerte hasta el irrefrenable impulso por alcanzar hasta el último ápice del conocimiento universal, por centurias el género humano ha puesto su existencia bajo las preceptivas de la idea de algo inmenso, inabarcable y, a fin de cuentas, inaccesible.
La música durante mucho tiempo se ha mantenido en esa misma categoría de fenómeno misterioso que pareciera presentársenos de una forma casi incomprensible debido a su capacidad de conexión tan sorprendentemente directa con la sensibilidad humana. Su carácter universal —partiendo de que la música se hace presente en toda sociedad humana— y cotidiano la han vuelto una de las formas de expresión más usadas en todo el mundo y, a la vez, una de las menos comprendidas.
La música, en tanto lenguaje, se presenta como un sistema capaz de manifestar una inacabable cantidad de mensajes que potencialmente pueden ser entendidos por cualquier persona, sin importar las barreras socioculturales que llegan a manifestarse en otros sistemas de comunicación como el habla. Sin embargo, esta premisa parte de que la mayor parte de la música que escuchamos cotidianamente está escrita en una sola lengua. Es decir, casi en su totalidad, la música occidental de los últimos cinco siglos ha sido compuesta en un sólo idioma. Y más aún; desde la música de Bach, Mozart y Beethoven hasta la música de The Beatles, Silvio Rodriguez y Justin Bieber, toda ella está construida a partir de los mismos 12 sonidos.