El recital
Dejando atrás el pueblo,
dorado por la tarde,
en la pantalla vemos al jinete
partir hacia el paisaje, a medio trote.
El poeta levanta la cabeza.
Observa al auditorio.
El auditorio guarda un solemne silencio.
Dejando atrás el pueblo,
dorado por la tarde,
en la pantalla vemos al jinete
partir hacia el paisaje, a medio trote.
El poeta levanta la cabeza.
Observa al auditorio.
El auditorio guarda un solemne silencio.
Las plantas se comían todas las paredes de la casa de la tía Adela. No había un solo recoveco donde no se hubieran instalado. Es lo que suele ocurrir con los lugares abandonados. La porquería, los bichos, los hierbajos… se hacen con ellos, se apoderan de su cuerpo y alma, y poco a poco, lo destruyen.
Mírate. Ya nunca regresará
ese aleteo de fiebre en tus mejillas,
te has convertido en una proyección
malograda de tu propia insistencia
y no sabes aceptar la derrota.
Desnúdate y observa
las primicias del derrumbe interior,
esa delicuescencia en que las formas
oscilan reagrupando contornos,
desbaratando moldes,
convirtiendo tu cuerpo en huésped
extraño de sí mismo.