Del vacío de la existencia a la prisión del lenguaje, así se suceden como letanías sin fin los versos que María Negroni nos ofrece en su poemario Oratorio, editado por Editorial Bajo La Luna en 2021. Este libro es una especie de acercamiento a la orfandad del mundo, de los humanos del mundo, frente al lenguaje.
A partir de imágenes reveladoras como el jardín, la creación, la falta, la fe, un dios que no es dios, y demás referencias a la creación del mundo, la voz poética nos presenta la lucha humana por comprender la existencia; para ello, se basa en el lenguaje como único punto de partida y de llegada posible.
Primera creadora son las mismas palabras que a lo largo del libro cambian de forma para movilizar a la humanidad por su historia, siempre desde la necesidad de nombrar, catalogar y decir las cosas, aun a sabiendas de que no todo lo nombrado es realmente entendible o siquiera tangible.
Así va este oratorio, cargado de versos que susurran plegarias a un dios nadie que, como un capricho sin causa, hizo un jardín, hizo humanos y criaturas, los puso allí frente a un árbol y les dio como regalo divino no el sexo, ni el pan, ni la sabiduría del bien y el mal, ni el exilio, ni la patria, sino el lenguaje, como una condena, una prisión a la cual ceñirse y que por siglos ha sido fuente de vida y muerte, de controversias e incertezas frente a lo que para muchos es en sí la fuente de la vida: la palabra.
Desde los primeros versos, la voz poética nos advierte: “lo que debería oírse / no se oye // ni poco ni mucho / se oye // peor que eso / nunca sabremos / de qué estupor se trata / quién o qué se ausenta / en el Palacio // del Vocabulario”. Desde el principio la voz poética señala el camino, el lenguaje es ese ente, ese espacio sagrado donde tendrán cabida nuestros días. Así continúa: “peregrinos / en ropas de silencio / y enseres de alto duelo // cambiamos de rumbo / de estilo / de sepulcro // a veces pensamos que existimos tan poco…”. La realidad de la existencia humana encuentra su única cabida en el lenguaje.
La palabra como causante de todo: la vida, las leyes y lo que con ellas hicimos los humanos. La voz poética insiste en el acto creador: “en el jardín / habían tres verbos / matar amar crear”. Tres verbos para describir toda la existencia humana conjugada en los versos de este libro: crear, amar, matar; tres verbos que también son cualidades inequívocas de la palabra y el lenguaje.
A lo largo de todo el poemario se deja ver esta relación: vida-muerte-creación conjugadas en el verbo amar. Pero ¿quién ama realmente? No es el dios que se desdibuja en estas páginas para abajarse a la nada absoluta, ni es el hombre abrazado a su esencia. Todo lo contrario, la relación de amor entre Dios y hombre en este libro es nula, es toda negación, toda certeza de la nada, como una especie de crítica a la fe, a esa extraña relación de certeza del que cree. Así lo refleja el séptimo poema:
entonces alguien dijo: / que se alce una nube / promulgando leyes // que nos libere / del qué de la belleza // alguna realidad / más íntima aún que lo real / debe haber // alguna profecía / en los alrededores / de la circunstancia // alabado seas Nadie // alabado en tu lecho de noche / donde abundan los peces / de invención salvaje // yo sé y él sabía / y nosotros sabremos / a veces / y a veces no / del horror interior / de lo exterior // alguien dijo: // que una alianza nos lleve / al asombro que duerme / de cuerpo entero // alabado seas Nadie / que te eriges al centro / dónde él estuvo y yo estaba / y nosotros a veces // tan pocas veces // mortalmente infinitos / soñamos que somos.
María Negroni, Oratorio, Editorial Bajo La Luna, p.p. 21-22
La trinidad encuentra su cabida en este poema, el trío perfecto de la creación, la palabra y el hombre bailando al son de un dios que se erige al centro. Pero el amor es sólo una ilusión a lo largo del poemario. La soledad, la zozobra, la angustia se cuelan entre los versos como una impronta natural. El hombre, el humano, desprovisto de todo, lanzado a la intemperie del mundo, sólo tiene para sí la palabra, para darle forma al mundo, para construirlo en función a sus propias ideas, las que para bien o para mal se obtuvieron del árbol tras morder la manzana.
Comienzan entonces la noción de patria, peregrinación, vacío y soledad, comienza así la historia real, la desolación, la guerra, las normas morales también cimentadas sobre un lenguaje que no alcanza a dar forma real a la vida, ésa que a duras penas enfrentan cada día los que, a falta de sabiduría, se encuentran también atrapados entre las paredes del lenguaje.
Negroni nos ofrece en este poemario una disertación profunda sobre la realidad de la palabra, de la forma como el lenguaje puede crear mundos y construir formas de vidas aun cuando la realidad sea muy distinta a las proyectadas por las palabras. Incluso así, la palabra es el centro, de ella depende la vida, la armonía y el tránsito de los hombres por las sendas del mundo.
No en vano fue esa palabra la que también puso al hombre dentro y fuera del jardín, le dotó de un conocimiento que no quería para acabar dando a luz un mundo nuevo surgido de la irreverencia, del desacato, un mundo formado por normas, leyes, utopías, desde lo poco que los humanos podían construirse tras el abandono. Por estas líneas insiste la voz poética: “poco más ocurrió // muy casi nadie supo / del animal // que seríamos // en las frases hambrientas / cada vez más terrestres”.
Destaca en este poemario la belleza con la cual son descritas otras especies de la creación: ríos, aves, ángeles, árboles, estaciones del año, frente a la hostilidad con la que son descritos los humanos, para quienes la existencia es desde efímera hasta insólita, como si todo sobre el mundo tuviese más valor que la humanidad. Y no es extraño, después de todo, la voz poética insiste en que la humanidad se ha cimentado sobre el lenguaje desde normas y dictámenes insostenibles, ignorando lo humano y asumiéndonos desde la falta primera a ese dios que nos haría vagar por su creación, solos con la palabra a cuestas y una sentencia: “también las cosas/ están en las palabras/ por su ausencia…”.
La humanidad transita así por las páginas de este libro desde su misma realidad de vida, exiliada, perdida ante la infinitud de las palabras finitas, atrapada en su propia construcción de las cosas, por su obsesión de nombrar para entender lo inentendible. Así lo sostiene en los siguientes versos:
preferimos el mundo / catalogado // la conciencia / ciega de la orfandad // nos toca eso / escandir las letras / de lo incomprensible // y después / mientras dura el abrazo / entre el lenguaje y el río // escribir un viaje / de pequeña mónada / una plegaria // —que el corazón dé un vuelco / y de pronto sepa / prolijamente / nada—
María Negroni, Oratorio, Editorial Bajo La Luna, p.p. 45-46
¿Qué mejor descripción de la relación hombre-dios que esta imagen? Una plegaria que abraza al corazón para tener la certeza de la nada. Y allí otra vez, entre le certeza de la fe y la fe que no alcanza, sigue la humanidad su curso, arropada y atrapada por el lenguaje. Quizá por esto en el poema siguiente remata: “quien tiene fe / no cree en nada”.
Pero a mitad de camino el amor humano aparece ataviado de deseo, para demostrar que hasta eso ha sido modificado por la palabra, ceñido a normas que no dan vida sino que fuerzan hacia lo más inalcanzable algo que es sólo natural:
Se espera / que el deseo encuentre / formulación ninguna // que el corazón acepte / la mansedumbre // tiempo hace que no hace / más que un vacío atronador // el mundo sin su mundo / en franjas de infinito // y es tanto / tan poquísimamente / lo que el amor terrestre / sabe traducir // se espera siempre / lo que no puede / esperarse // se va de medio cielo / a gracia plena / a plena plaza humana / entre los astros y Nadie / se espera que el círculo / coincida con el centro / y el centro / con los intervalos // que las piedras se afilen / con cada fracaso // que la herida se vuelva/ herida necesaria.
María Negroni, Oratorio, Editorial Bajo La Luna, p.p. 51-52
El amor humano, el amor carnal, reducido como la humanidad misma a normas, a etiquetas para catalogar el fracaso si su existencia no se ciñe a los parámetros establecidos. Y el cuerpo, ese invento de la naturaleza, queda arropado una vez más por las palabras que lo ponen al borde de la gracia y el Nadie que es dios, el dios visto siempre con los ojos humanos que construyeron las normas para someter a ese mismo dios a sus propios planes.
Así avanzan los versos, cargados de un misticismo retórico, de un acercamiento a un dios que ya no se percata de nosotros porque todo ha sido construido no por él sino por quienes se apropiaron del lenguaje, así “la ausencia de dios / es también un dios”, proclama con certeza la voz poética, en medio de esta plegaria continua que busca acercarse y deslastrarse del dios de la creación, para confirmarse una vez más una existencia ceñida a las palabras.
Todo Oratorio es esto, un vaivén de plegarias ataviadas de versos, en una disertación continua sobre la creación, la humanidad, la existencia y la adhesión que la humanidad tiene al lenguaje, a su impronta marcada por ese primer jardín donde surgimos y del cual fuimos desterrados.
Pero estas plegarias no esperan nada, no piden ni suplican nada, sólo son cantos y quejas, oraciones críticas elevadas a un dios que más que dios es, a efectos de esta voz poética, un constructo humano diseñado con el único fin de apaciguarnos, de mantenernos al borde del abismo de las palabras y como sostiene en el siguiente poema:
Y todo / para acabar / contrahechos // todo / para que cante / un autor vacío // para que un alfabeto / y los altos cuervos / que también son letras // ni espesas ni húmedas / ni breves ni largas // tejan la censura / y que el mundo / no caiga en dispersión // pero asimismo / auroras / y pájaros dotados / de seiscientas alas // y formas que aluden / a la esfera exacta / de lo intraducible // y todo sin descanso // sin avergonzarse / del anhelo y la falta // como una música / más bien minúscula // una proeza / enteramente / humana.
María Negroni, Oratorio, Editorial Bajo La Luna, p.p. 65-66
Finalmente, Oratorio nos marca desde los versos las plegarias de una voz a un dios que nos ha dotado únicamente de un don sagrado: la palabra. En estas plegarias se construyen, a modo de expiación, todo lo malo y lo bueno que la humanidad ha hecho con ellas, la construcción de un mundo desde el lenguaje que a la par que le redime, le condena.
Autora: María Luisa Angarita Cabaña (Venezuela, 1982). Es poeta, ensayista y profesora de Lengua y Literatura (UPEL, 2005), así como Magister en Literatura Latinoamericana (UPEL, 2010). Diplomada en Teología Católica (UCSAR, 2018) Ha ganado el primer Premio de Poesía “Sergio Medina 1999” (Venezuela), el segundo Premio de Poesía “Rotary Cid Campeador 2019” (Argentina), el tercer lugar del certamen “Cartas desde las Diáspora 2020” (Argentina). Sus poemarios publicados son Mundo Ambiguo (2000) y Ecos de la Ficción(2011). Ha participado en diferentes encuentros literarios y simposios de investigación literaria. En el 2010 participó en el séptimo Festival Internacional de Poesía sección Aragua. Textos suyos aparecen también en Antología de Arte Poética Venezolana. El acto y el lugar de la poesía (2002), el tomo I de Proyecciones en el siglo XXI (2004, UCV-UCAB), la antología del séptimo Festival Internacional de Poesía (2010), entre otras. Sus más recientes publicaciones se encuentran en las revistas literarias digitales DigoPalabra.txt, Awen, Telescopio, Merece Una Reseña, The Wynwood Times, Sinfín, Sudrasy Parias, Baquiana, Primera Página, y Revista Ergo.