La espera y la memoria (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2022), de Adriana Dorantes (México, 1985), poeta y narradora, es una superficie cristalina, un vórtice de remembranzas, un contenedor de arrebatos. Esta recopilación de veintiséis poemas en verso libre condensa una suerte de revisión personal de los afectos, las prioridades, las ausencias, la falta, la espera y la memoria. Anunciados desde el título están dos estadios de la voluntad humana, que al mismo tiempo motivan cada uno de los textos. La maestría de Adriana Dorantes es la exactitud de las palabras para no soltarnos en cada poema, tejer con nosotrxs la narrativa de cada verso, acompañarnos de reojo durante la lectura.
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Padecer, medicina y cuerpo: “Signos vitales”, de Merari Lugo Ocaña
El pulso, la temperatura, la presión arterial y la respiración son algunas de las medidas más inmediatas a las que tenemos acceso para comprobar el estado de los cuerpos. Los signos vitales se calculan, se comprueban y se evalúan, de tal modo que se convierten en unidades de medida e indicadores significativos: sesenta a cien latidos por minuto, 36.5 a 37. 3º C, 90/60 a 120/80 mm Hg y doce a dieciocho respiraciones por minuto dan cuenta de algún tipo de homeostasis, es decir, de un buen estado del organismo en general. Ganadores del Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa 2016 y recientemente publicados por la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), los Signos vitales (2022) de Merari Lugo Ocaña (Sonora, 1990) son poemas que trascienden las evidencias físicas de la vitalidad, apuntalan el dolor y se sitúan en el campo de lo sensible.
Brochazos de nostalgia: en torno a “Ya no tengo fuerza para ser civilizada”, de Iveth Luna Flores
El título se presenta como una afirmación contundente, en la que me reconozco de manera inmediata. Tampoco tengo fuerza para ser civilizada, y es posible que Iveth Luna y yo no estemos solas en lo ancho de esa oración. Me sumerjo en las páginas y poco a poco comprendo que, en un mundo de normas y maneras prefabricadas de ser o comportarse, no ser civilizada significa hacer un ejercicio de franqueza y vulnerabilidad.