Padecer, medicina y cuerpo: “Signos vitales”, de Merari Lugo Ocaña

El pulso, la temperatura, la presión arterial y la respiración son algunas de las medidas más inmediatas a las que tenemos acceso para comprobar el estado de los cuerpos. Los signos vitales se calculan, se comprueban y se evalúan, de tal modo que se convierten en unidades de medida e indicadores significativos: sesenta a cien latidos por minuto, 36.5 a 37. 3º C, 90/60 a 120/80 mm Hg y doce a dieciocho respiraciones por minuto dan cuenta de algún tipo de homeostasis, es decir, de un buen estado del organismo en general. Ganadores del Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa 2016 y recientemente publicados por la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), los Signos vitales (2022) de Merari Lugo Ocaña (Sonora, 1990) son poemas que trascienden las evidencias físicas de la vitalidad, apuntalan el dolor y se sitúan en el campo de lo sensible.

Escritos con exactitud científica debido a la formación médica de su autora, tanto los versos como los poemas en prosa del libro deslumbran por sus implicaciones en la rama de la salud, no sólo por su exploración profunda del cuerpo, la enfermedad, el dolor, el diagnóstico, la práctica médica, sino también por sus efectos o significados. La autora indaga, desde diferentes perspectivas, en la aparentemente inextricable brecha entre el fenómeno subjetivo de padecer y su tratamiento médico, anclado a una ciencia que todavía pretende objetividad. En el extremo más humano de los poemas, se encuentra una esencia que refleja una fuerza vital, una suerte de energía contenida que permite luchar contra los padecimientos. En el lado más pesimista, hay una crudeza y frialdad a través de las cuales se busca exponer que “el lenguaje médico es un lenguaje sin ternura”.

El libro pretende estrechar lazos, construir un puente que conecte la sensibilidad y las experiencias del cuerpo y la mente con las mutaciones, los desastres y las afecciones que compartimos con el resto de organismos vivos. La mortalidad, irónicamente, ronda Signos vitales no como un presagio funesto, sino como un destino inevitable. Todo diagnóstico, aunque no evoque una enfermedad terminal, es una condena; así, la figura del médico podría equipararse de manera alegórica con la de un juez acosado por sus propios dilemas, y la del paciente, con la del inculpado.

Como en un proceso de amputación, se hacen cuatro divisiones en el poemario. “Área de internamiento”, la primera, aborda meningoencefalitis, fibrosis quística, cáncer, muerte cerebral, además de otras enfermedades o condiciones cuyos estragos taladran los afectos de doctores, pacientes, familiares transformándolos en sujetos vulnerables y desesperanzados: “Nos instruyeron / para abrazar la premisa: / Todo sistema es fallido”. Ese pesimismo demuestra una grave desilusión en el ámbito de las prácticas de la salud, pero también el pánico fundamental a la entropía que existe dentro y fuera de los cuerpos. 

La segunda sección, “Pabellón psiquiátrico”, aborda casi exclusivamente afecciones, trastornos y condiciones mentales que desbordan la terapia de sanar con la palabra; de este modo, se abren paso a costa de la propia consciencia de vitalidad de quienes las padecen. Aquí la condena del diagnóstico no tiene jurisdicción, ni tiene significado ninguna lógica cognoscible. Las ciencias de la psique y los propios sujetos son vencidos, al menos en lo conceptual, por los monstruos que han etiquetado, encerrado y combatido: 

Poco ha sabido resolver la ciencia:
frenos: relámpagos dormidos,
ungüentos para el deterioro,
temblores,
canciones de cuna para la mirada fija;
grandes tratados que sugieren
que todo diagnostico en su historial clínico
debe escribirse al principio,
en sustitución del nombre,
en sustitución del fuego
y todo lo que resplandece.

Merari Lugo Ocaña, Signos Vitales, UANL, pp. 39-40

Este libro es todo lo contrario al best seller optimista Despertares de Oliver Sacks, a cualquier literatura que pretenda romantizar la práctica médica o no cuestionar los estatutos de una ciencia que constantemente se enfrenta a nuevos malestares, biológicos y sociales. Signos vitales se presenta en un contexto agobiado y doliente en un país cuyo sector salud está sobreexplotado, abarrotado y en constantes oleadas de desabasto. “Disecciones” y “Bases fisiológicas”, las partes tres y cuatro del poemario, contienen figuras, metáforas y versos que debaten con la enfermedad y las dinámicas a través de las cuales los médicos afrontan, unos con mayor estoicismo que otros, una labor cruda y deprimente. Al respecto del hospital, en tanto escenario y despliegue de lo poético, se dice: “Éste fue mi desierto / aquí me rebelé ante el sol, aquí aprendí a perdonar el agua”.

Así la vida, la experiencia vital del cuerpo y la mente, se encuentra desamparada ante el caos que desembocan las amenazas infinitesimales. El frágil equilibrio de la salud se rompe y las voces provenientes de la clínica se ven rebasadas por la endeble organización burocrática, así como por sus propias sensibilidades subjetivas. Tal vez nunca hubo un equilibrio, y en ese sentido Signos vitales también alude a la fortaleza necesaria para lidiar con las desorganizaciones del organismo y del sistema, a pesar del duelo, el agotamiento y las desventajas. 

Los poemas proponen esclarecer el dolor, somatizar la afección y señalar dónde duele, no desde la objetividad, sino desde los sentires corporales. Todo ello con la esperanza de que esas sensibilidades no queden sin referencia poética, que las heridas no se infecten ni supuren. Si quien crea desde el arte se destruye para construir su propia obra, las y los doctores se destrozan para enfrentarse a la incertidumbre de un entorno hiperracional, frío, lúgubre. Por eso Signos vitales representa una intersección y un llamado íntimo, disciplinar, pero sobre todo humano, para oponerse a la categorización supuestamente objetiva desde lo sensible y lo poético. Es un indicio para hacer de la enfermedad un fenómeno perceptible, vívido, subjetivo y vulnerable.

El libro también es una pregunta abierta que cuestiona los alcances de la medicina, los cuidados, los efectos del padecer y el poder de los signos y síntomas. Es un deleite leer los versos contenidos en sus páginas con algún dolor que contemple dentro de sus umbrales la sensibilidad poética. Probablemente sea imposible apreciar las figuras construidas sin experimentar algún tipo de malestar vital, y eso supone una señal pendiente de interpretación. Para explorar el padecimiento, el cuerpo, la salud y la medicina, no desde lo cuantitativo sino desde lo poético, Signos vitales puede adquirirse en la tienda en línea de la Editorial Universitaria UANL