Durante mis clases de universidad nos enseñaron la historia del cine y el lenguaje cinematográfico con mil y un ejemplos de cineastas hombres, la mayoría de las películas de la primer mitad del siglo pasado: el montaje con Eseinstein, el efecto Kulechov, el uso de planos con Citizen Kane (1941). Sobre elipsis no recuerdo algún ejemplo preciso, y aprovecho esta laguna para actualizar cualquier ejemplo que pudieran haberme dado con alguna película de décadas pasadas. Si me pidieran hoy hablar sobre el uso de los saltos espacio-temporales, lo primero que vendría a mi mente sería First Cow (Kelly Reichard, 2019).
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La perpetua mirada masculina en el cine
Laura Mulvey acuñó el término «mirada masculina» para hablar del papel activo que han tenido los hombres durante toda la historia del arte, creado por y para ellos. Si hablamos de cine, no resulta difícil pensar en grandes divas de Hollywood. La musa, quien desempeña el papel dictaminado por el creador, siempre ha tenido cara de mujer. Ahora bien, para saber quién tiene el control, debemos preguntarnos: ¿Quién crea en el cine? ¿Quién determina qué creaciones merecen ser llamadas obras de arte? En un mundo de directores y críticos de cine, son los hombres.
«El faro»: Las pulsiones humanas como el extremo del horror
Pulsión: Proceso dinámico consistente en un empuje (carga energética, facto de motilidad) que hace tender al organismo hacia un fin. Una pulsión tiene su fuente en una excitación corporal (estado de tensión); su fin es suprimir el estado de tensión que reina en la fuente pulsional; gracias al objeto, la pulsión puede alcanzar su fin.
Sigmund Freud – Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis
Robert Eggers logra exponer con El faro un relato folclorista que tiene a las pulsiones humanas como un extremo del horror, el cual inicia con un síntoma mental para finalizar con una acción irreversible que vuelca hacia el otro todas sus frustraciones.