Durante siglos, una voz masculina que pretendía ser universal ha dominado la tradición literaria. Por consiguiente, las vivencias de los hombres debían ser aplicables a todo el mundo, mientras que las historias con mujeres protagonistas sólo podían ser disfrutadas por un público femenino. Asimismo, toda experiencia femenina ha sido casi exclusivamente contada por narradores masculinos: hablan de nosotras, pero sin nosotras.
