A Daniel Arella
Como Pessoa
me pongo
a pensar en una piedra,
veo la piedra
y me acuesto a su lado
A Daniel Arella
Como Pessoa
me pongo
a pensar en una piedra,
veo la piedra
y me acuesto a su lado
Hasta hace un par de semanas, el rostro de George Floyd nos era completamente desconocido. Hoy, la necesidad de representarlo es imperante. Cada día surgen nuevas imágenes que nos lo muestran, ante la urgencia por apropiarnos de su recuerdo. No queremos olvidarlo. Su figura se ha convertido en el emblema de una lucha que permanece vigente. Su rostro encarna muchos otros cuyos nombres fueron olvidados, personas que se convirtieron en una cifra más o cuya historia parece haberse esfumado en un mundo que sólo está hecho para los blancos.
Ilustración de Fernando Jereb
Siguiendo los pasos de Gauguin, nos internamos en la intrincada naturaleza. Tonalidades lujuriosas asaltaron nuestra mirada. Un aroma desconocido y paradisíaco nos envolvió en segundos. El sonido, virgen de todo acontecer humano, nos caló en lo más profundo. No lográbamos salir del asombro hasta que nos percatamos de que Gauguin ya no estaba a nuestro lado. Y aquí estamos, en esta isla solitaria, prisioneros de los desvaríos de una mascota casquivana.
Veo un círculo 0 y una línea 1. Pronto se convierten en multitud. ¿Es mi imaginación o por qué me encuentro aquí? Letras infinitas sin aparente sentido comienzan a invadir mi vista. ¿Acaso no acaba nunca este lienzo de gran magnitud? IN, TEST, OUT, ADD: las únicas palabras que apenas puedo identificar. Ligeramente, mi atención se disipa e inmediatamente una expresión comienza a sobrescribir:
Me asomo a mirar el mundo
y comprendo que esta casa
me desborda,
devoro el cielo y me cundo
como la nube que pasa
y me aborda
con curiosidad preñada
revestida de tristeza
y me inquiere:
¿qué me pide tu mirada
tan llovida de tibieza?,
¿qué me quiere?
Ya no estoy aquí (2019): el sonido de la contracultura de inicios de la primera década del 2000 se escuchaba con Lizandro Meza y su canción «Lejanía». El coro se escuchaba desde los sonideros mexicanos, pachangas callejeras que dieron pie a un movimiento llamado Kolombia, caracterizado por ropa de cholos con cortes de pelo que destacaban por tener las patillas largas y decoloradas con un flequillo que tapaba la frente de jóvenes. Atuendos extremadamente grandes y coloridos, que muy pocas veces vemos, incluso los propios mexicanos, los acompañaban por las calles de una ciudad de Nuevo León.
El encierro por la pandemia que vivimos podrá ser monótono por la condición de estar en un solo lugar, sea éste grande, pequeño o mediano. Sin embargo, el viaje emocional ha sido toda una montaña rusa. En cualquier momento puedes brincar de la tranquilidad de un baño relajante a la frustración porque podrías perder tu trabajo. ¡Parkour! Podrías estar disfrutando de alguna película y al terminar leer en Twitter que, por decreto presidencial, se extinguirán todos los fideicomisos que no cuenten con estructura orgánica.
Mi reloj de mano ya marcaba las diez de la mañana y Norma seguía sin tocar mi puerta. Llegué a creer que los comentarios de Clotilde la habían desanimado, pero Norma no es una mujer vulnerable y me es difícil creer que esa fuera la razón por la que no haya venido ni el jueves ni el sábado. Dejé pasar las horas hasta que todas mis amigas se fueran para salir a buscarla. Fue una mañana larga, pues mis ojos no dejaban de mirar la hora, me sentía desesperada, pues a cualquiera de nosotras, por nuestra edad, ya nos puede pasar de todo. Un día te duelen los pies, al otro día la cabeza, por la noche se te sube la presión, por el día se te baja… en fin, ya eran las dos de la tarde cuando pensé si primero recogía la terraza o me dirigía directo a casa de Norma, pero pensé que era ilógico quedarme a limpiar cuando toda la mañana esperé el momento para salir a buscarla. Tomé mi gabardina por si el viento era fuerte o por si en el transcurso del camino se soltaba la ventisca, salí de mi casa sin avisarle a mi marido y cerré con seguro la puerta.
Si el corazón pudiera pensar, se pararía.
Fernando Pessoa, El libro del desasosiego
El olvido, silenciosa e infatigable amenaza, ha estado siguiendo mis débiles pasos. Y ahora que advierto su agresión, como suele ocurrir con tantas cosas, ya es demasiado tarde: la maraña de mis recuerdos, arena contra la ventisca, se deshace con todos vosotros dentro. También conmigo. También, ¡ay!, contigo, querida Pilar.
A la orilla del trino, cenzontle
recorre sinuosidad del epitelio, durazno
y miel en el lienzo, y curvas perentorias
sin que declinen, volcanes en sus manos,
rotundo placer de besar recovecos,
desliza como magnetismo y se une
se descubre un secreto en la cumbre,
y renueva en el desliz de la mano, marfil
y oro en proximidades, devuelve la caricia
fragante del aroma lascivo y yuxtapuesto.