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Ese demonio llamado escritura

Se empieza a escribir por muchas razones. Quizás, la principal, es el deseo de perdurar. Escribir literatura te vincula con la preservación de la memoria. Por esta razón, los motivos para escribir de alguien que pertenece al siglo XXI no son muy diferentes a los de aquellos que iniciaron la escritura. A pesar de los avances tecnológicos de la actualidad, seguimos siendo seres finitos, partes de un engranaje generacional que aún no termina. La necesidad de afirmarnos, decir que existimos, que no somos un sueño, hace que algunos busquemos en la escritura la manera de dejar una huella para que otros tropiecen con nosotros y nos escuchen a pesar del tiempo transcurrido.

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Mujeres en la cocina (I) | Un regalo de cumpleaños

Pero, señora, ¿qué podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina? Bien dijo Lupercio Leonardo, que bien se puede filosofar y aderezar la cena. Y yo suelo decir viendo estas cosillas: Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito.

Sor Juana Inés de la Cruz en su famosa Respuesta a Sor Filotea describe su relación con la cocina de la manera anterior: para ella, este espacio es generador de reflexión, de experimentación y le sirve como catalizador de sus penas. Por ello, he decidido dedicar un bloque de comentarios acerca de aquellos textos en los que las escritoras se apropian de un espacio al que eran relegadas por su condición de género y lo convierten en un terreno propio para la creación. En este primer número es el turno de la zacatecana Ámparo Dávila.

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Tres poemas || Carlos Sánchez

Prefantasma por voluntad

A Oscar Hahn

Podrías dar nuevos nombres a las calles,
marcar con olvidados números
las fechas en que los tristes
dieron su primer beso, el único.
Pero te escondes en sabanas y toallas,
en las alcobas de bellísimas mujeres
con tobillos de íntima copa;
y de pronto, espías a la muerte
acariciando los senos de la vida.

Podrías murmurar con tus piernas
el sentido más antiguo del placer,
pero preferiste morir
antes de haber nacido.

 

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Brevísimo manual del melómano aficionado (I)

Si en algún momento de su vida usted se ha dejado seducir por el sensual coqueteo de un saxofón, si al escuchar las notas finales de un violín ha experimentado sensación de debilidad acompañada de sudoración en las manos y erizamiento de la piel, si las escalas y arpegios del piano le provocan fuertes e incontenibles suspiros y si tiene un particular interés por los exóticos movimientos de muñeca que el director de orquesta realiza, me complace informarle que es muy probable que dentro de sí usted lleve el singular germen de la melomanía.

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Oídos sordos, ojos ciegos, bocas cosidas: una nación tiene diez pisos y cincuenta habitaciones

Estás caminando por la calle y no sabes qué hora es: el calor que emana de la acera es tanto, que en cada paso sientes cómo la goma con la que está fabricado tu calzado se adhiere a tu piel, despegándose cuando disminuye la presión de tus pisadas, causando una sensación sumamente desagradable: empleas tanto esfuerzo en dar cada paso, que abandonas tu forma humana para adoptar la de una suerte de pesada maquinaria.