Categoría: Letras

Un panorama de amplio espectro en torno al fenómeno de la palabra escrita

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Mujeres, ¡a la cocina! (II) | Escribir el final

Para Mariana,

lo más bonito que dio Santa Úrsula Xitla

¿Cómo se comienza a escribir? ¿A causa del escozor en la cabeza o del nudo en la garganta que no se deshace, que permanece inamovible enredado con palabras? ¿Se empieza con la mente en blanco o llena de ideas? Para Inés Arredondo (1928-1989), el texto nace de un dolor que inunda, que se transforma en río, en corriente de palabras interminables e imparables; del incontrolable impulso de la escritura.

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Una danza de literatura y muerte

Leer un reporte de persona desaparecida es distinto a leer un obituario.

Cuando nos detenemos a leer un obituario (si es que alguna vez lo hacemos), sólo nos encontramos con unas cuantas líneas que nos indican que alguien acaba de fallecer, lo que, en términos reales, no suele causar mayor tristeza. Los reportes de persona desaparecida son completamente distintos por un factor particular: la incertidumbre de no saber si la persona sigue viva o no. Dialogas con una fotografía, imaginas dónde fue tomada, por qué aquella persona luce tan feliz y sientes que la conoces, que no hay nada más que podrías saber de ella fuera de lo que se presenta en esa imagen y la descripción que la acompaña (color de ojos y piel; complexión, estatura, señas particulares), hasta que bajas un poco la vista y descubres las dolorosas palabras que se encuentran debajo de todo esto: «fue vista por última vez…» Entonces cierras y aprietas los ojos, finges que no viste nada, que no pasa nada y pretendes seguir con tu vida, la vida despreocupada que te fue arrebatada hace apenas unos pocos segundos.

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Ese demonio llamado escritura

Se empieza a escribir por muchas razones. Quizás, la principal, es el deseo de perdurar. Escribir literatura te vincula con la preservación de la memoria. Por esta razón, los motivos para escribir de alguien que pertenece al siglo XXI no son muy diferentes a los de aquellos que iniciaron la escritura. A pesar de los avances tecnológicos de la actualidad, seguimos siendo seres finitos, partes de un engranaje generacional que aún no termina. La necesidad de afirmarnos, decir que existimos, que no somos un sueño, hace que algunos busquemos en la escritura la manera de dejar una huella para que otros tropiecen con nosotros y nos escuchen a pesar del tiempo transcurrido.

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Mujeres en la cocina (I) | Un regalo de cumpleaños

Pero, señora, ¿qué podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina? Bien dijo Lupercio Leonardo, que bien se puede filosofar y aderezar la cena. Y yo suelo decir viendo estas cosillas: Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito.

Sor Juana Inés de la Cruz en su famosa Respuesta a Sor Filotea describe su relación con la cocina de la manera anterior: para ella, este espacio es generador de reflexión, de experimentación y le sirve como catalizador de sus penas. Por ello, he decidido dedicar un bloque de comentarios acerca de aquellos textos en los que las escritoras se apropian de un espacio al que eran relegadas por su condición de género y lo convierten en un terreno propio para la creación. En este primer número es el turno de la zacatecana Ámparo Dávila.

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Tres poemas || Carlos Sánchez

Prefantasma por voluntad

A Oscar Hahn

Podrías dar nuevos nombres a las calles,
marcar con olvidados números
las fechas en que los tristes
dieron su primer beso, el único.
Pero te escondes en sabanas y toallas,
en las alcobas de bellísimas mujeres
con tobillos de íntima copa;
y de pronto, espías a la muerte
acariciando los senos de la vida.

Podrías murmurar con tus piernas
el sentido más antiguo del placer,
pero preferiste morir
antes de haber nacido.

 

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Oídos sordos, ojos ciegos, bocas cosidas: una nación tiene diez pisos y cincuenta habitaciones

Estás caminando por la calle y no sabes qué hora es: el calor que emana de la acera es tanto, que en cada paso sientes cómo la goma con la que está fabricado tu calzado se adhiere a tu piel, despegándose cuando disminuye la presión de tus pisadas, causando una sensación sumamente desagradable: empleas tanto esfuerzo en dar cada paso, que abandonas tu forma humana para adoptar la de una suerte de pesada maquinaria.

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La jaula de Adela Fernández

Las grandes figuras de la cultura son tan conocidas que todos terminan sabiendo poco o más bien nada de ellos. Conocí a Adela Fernández por fortuna y casualidad hace dos años y, desde entonces, me convencí de estudiar su literatura. Lo primero que supe, como casi todos, es que fue hija de la relación entre Emilio “El Indio” Fernández y una bailarina cubana que el actor conoció en un viaje. Dada la naturaleza de la casa paterna, Adela vivió rodeada de la farándula artística y cultural del México de mediados del siglo pasado: Dolores del Río, Diego Rivera, Frida Kahlo y todo su círculo llenaban la sala de El Indio y le daban a su hija un trato cercano a una relación de servidumbre.