Ese demonio llamado escritura

Se empieza a escribir por muchas razones. Quizás, la principal, es el deseo de perdurar. Escribir literatura te vincula con la preservación de la memoria. Por esta razón, los motivos para escribir de alguien que pertenece al siglo XXI no son muy diferentes a los de aquellos que iniciaron la escritura. A pesar de los avances tecnológicos de la actualidad, seguimos siendo seres finitos, partes de un engranaje generacional que aún no termina. La necesidad de afirmarnos, decir que existimos, que no somos un sueño, hace que algunos busquemos en la escritura la manera de dejar una huella para que otros tropiecen con nosotros y nos escuchen a pesar del tiempo transcurrido.

Antes de reflexionar sobre la finitud de la vida y desarrollar el sentido de trascendencia, se empieza a escribir por imitación. Impulsados por un instinto natural, una inercia desconocida y constante, tratamos de contruir mundos a través del lenguaje. Se necesita una conmoción profunda, producida por la lectura de una obra literaria, para desarrollar el deseo de imitarla. Por eso el inicio siempre es una lectura voraz y, al mismo tiempo, minuciosa. Uno de los consejos de Juan Carlos Onetti para los escritores principiantes, es robar. Cuando se lee un texto se recuperan las claves de su construcción. Esa recuperación, al inicio, es algo parecido a un saqueo: se toman las herramientas y se usan de una manera muy parecida a como fueron usadas en el molde original. La escritura, en esta etapa, es una incipiente copia que parte de la encendida admiración y el homenaje. Algunos han copiado extractos u obras completas de otros autores para experimentar la escritura de ellos palabra por palabra. Después de un tiempo, cuando la práctica avanza, el saqueo se convierte en una derivación en la que aún es posible rastrear influencias y apropiaciones. Sin embargo, para este momento, la obra comienza a tener vida propia y reclama un espacio que, algunas veces, contraviene los deseos del autor. Hay que aprender a seguir la historia y no hacer una receta en la que las sorpresas estén maniatadas por un guión establecido de antemano.

Finalmente, lo que consolida la vocación por escribir es la obsesión por las palabras. A través de los límites que impone el lenguaje, se intenta lograr algo único y valioso. Por eso la escritura se entromete con el ego del autor. Si falla la caída será terrible y si triunfa habrá derrotado al tiempo y el texto perdurará más allá de las modas y las injusticias editoriales. La obsesión por las palabras, muchas veces malsana, es la que me motiva a mí y a otros autores que intentan superar el tiempo. Sin embargo, el destino de nuestra escritura es, la mayoría de las veces, un camino incierto y por eso lo que nos sostiene en el camino, como una pesada ancla que evita que la vida nos arrastre a aguas ajenas a la litertura, es ese demonio que nos susurra, todas las noches, que podemos hacerlo mejor, que ese párrafo es superfluo o que esa frase no refleja la imagen que entrevimos en nuestra mente. Un buen ejemplo de esa vocación es la del autor ruso Leonid Tsypkin. Ciudadano de la Unión Soviética, médico de profesión, emprendió la escritura de sus obras en completa soledad y sabiendo de antemano que, por su temática, no podrían publicarse por la censura que castigaba toda expresión artística que no formara parte del canon oficial. Aun así, Tsypkin no abandonó el barco y, con el riesgo de ser descubierto por las autoridades y comprometer su profesión además del futuro de su familia, siguió escribiendo textos cuyo destino sería el lóbrego cajón de un escritorio. Uno de sus textos mejor logrados, la novela Verano en Baden-Baden –un homenaje a Fiódor Dostoyevski–, fue sacado clandestinamente de la Unión Soviética hasta 1981 y publicado por entregas en ruso en un semanario de Nueva York. Años después, la obra sería redescubierta por la escritora norteamericana Susan Sontag y traducida a más de una decena de idiomas. El autor murió en 1982 sin saber que su novela había encontrado, por fin, lectores.

*Recopilación por Marco Antonio Toriz Sosa

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Autor: Alejandro Badillo (Ciudad de México, 1977). Es autor de los libros de cuento Ella sigue dormida (Tierra Adentro), La herrumbre y las huellas (Eeyc), Vidas volátiles (BUAP), Tolvaneras (SC Puebla), Crónicas de Liliput (BUAP), El clan de los estetas (Universidad Veracruzana. Premio Nacional de Narrativa Mariano Azuela) y las novelas La mujer de los macacos (Libros Magenta/ Secretaría de Cultura del DF) y Por una cabeza (Ficticia Editorial / Universidad Autónoma de Nayarit. Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo). Ha participado en publicaciones como Luvina de la Universidad de Guadalajara, GQ, Letras Libres y el suplemento “Confabulario” de El Universal. Colabora con cuentos y crítica literaria desde el año 2000 en la revista Crítica de la BUAP. Es exbecario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.

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