Producto del antiguo testamento
que redactó en Babel Susana,
la mujer que no tuvo desnudez
y, que por tanto, nadie conociera,
es la palabra:
no la voz que se pierde en el vacío
de un agujero negro que fue estrella
nítida, azul, dorada;
Creación literaria. Narrativa, poesía, minificción y otros híbridos.
Producto del antiguo testamento
que redactó en Babel Susana,
la mujer que no tuvo desnudez
y, que por tanto, nadie conociera,
es la palabra:
no la voz que se pierde en el vacío
de un agujero negro que fue estrella
nítida, azul, dorada;
HEGEL FRENTE AL MAR
Aufhenbung o la superación del Tiempo, 1805
No es para sí decir que este silencio sea falso o
verdadero, sino la sola luz inflame
de paciencia este momento;
no es siquiera eso cuanto dice una premisa,
una piedra o un suspiro, y no es a poco
Fragmentos de una sombra
Por Carlos Rgó
I
Detuve las manecillas del reloj para escribir el sueño de anoche. No he escrito ni uno este mes. Soy Victoria Escalera y desde niña preferí la comodidad de mi cuarto a una calle rodeada de sombras en el pavimento. La casa en la que aprendí a caminar y a leer era de color azul. Yo vivía ahí cuando llegaron tres nuevas chicas a la casa, hijas de la nueva familia de mi madre. Su llegada me hizo sentir que yo era la nueva. Jugábamos hasta el amanecer sin que nadie nos detuviera. Nuestras mañanas eran tardes y nuestros atardeceres la medianoche. Platicábamos encima de hojas blancas y colores de madera. La mayoría de las veces bastaba con dejar de ver un objeto o a una de las chicas para que una situación se transformara. Nos encantaba apagar la luz a los adultos en sus reuniones. Para nosotras, la oscuridad era la oportunidad de conocer otra cara de las personas. Nos mudamos cuando la casa empezó a perder su color. Desde el día de la mudanza he soñado un edificio con muros de librero: mi único sueño recurrente hasta ahora. Los libros en lo más alto del muro-librero preservan un misterio insondable para mí, lo mismo que los arquitectos que construyeron la escuela.
CECILIA
A Karla, por los maravillosos oficios
Tocabas sus ojos con el pensamiento. Ella alumbraba toda la casa. Su paso lado a lado en la alacena, los cuadros y las velas: mestizaje de luz infinita. Miraba el vacío con la infinitud de la que sólo tú podrías sentirte ausente. Dibujaba secuencias de placeres no gratos, ominosa costumbre. Se escondía en la sala mientras llegabas; luego, en las sábanas para dormir junto a tu pecho. El reloj golpeaba callado y entumecía la estrechez de tus manos. Las tardes bajo el mundo transitaban de una a otra esquina entre sus piernas y la suavidad de su espalda. Tu deseo era el olor de una mañana entre su boca: tulipanes, vendimias y dulces de leche. Preguntabas sobre el misterio de tu piel en la suya, el sabor de sus labios: saliva más acida; ‘‘como una toronja disfrazada de fresa’’, decías y juntabas sus ruidos a los tuyos en un trémulo e insostenible puño antes de eyacular. A veces ella cerraba los ojos; otras, lloraba silente en el peso de la oscuridad.
La apariencia debordiana corre ebria
por una acera de Park Avenue
en la pluma tropical
de un sombrero de Coco Chanel,
en la sonrisa eufórica de una prostituta del Marais,
Bien. Tengo la esperanza de que esto funcionará. Espero el mensaje respuesta. Mi último texto lo envié hace diecisiete minutos. La paloma me dijo que mi mensaje está en el aire, que no han llegado a su destino. Mi madre mira un documental acerca de Marilyn Monroe (pude escribir el nombre correctamente sin buscarlo en Google. En el peor de los casos, si se tratara de algún nombre Alemán, por ejemplo, – escribí alemán con mayúscula– tendría que recurrir al control be control ce porque la pereza de escribir consonante sobre consonante no la tolero) un documental de Marilyn Monroe en la televisión. Un documental de Marilyn en la televisión. En la televisión.
Por: Marco A. Toriz Sosa
Escuchamos el primer golpe: fue como si alguien hubiese estrellado su puño contra el piso. Un sonido apagado, pero recio. Un golpe seco y compungido en el lugar justo. Todos nos asustamos y nos levantamos de inmediato para ver la escena: su acompañante lo golpeaba con furia; en sus ojos se veía la rabia. Tenía una mirada cargada de locura, una locura frenética. Expelía golpes y él no hacía nada, sólo afrentaba la golpiza como respondiendo a la rutina. Emilio me miró. Tenía la misma mirada de horas atrás cuando caminábamos hacia el departamento; ahora el miedo lo acechaba en su propia casa. Nadie hizo nada en el momento, mucho menos después. En cuanto la golpiza terminó, el que no conocía se echó a correr hacia el pasillo y se volvió a meter en la alcoba de Emilio. Al otro lo vi en el suelo, expectante de sus acciones. Jamás lo había visto de esa forma, no la había imaginado siquiera, pues acostumbraba a intimidar con su rareza, no podría dar lástima en lo absoluto. Pero ahora parecía indefenso. Se quedó tirado por unos cuantos segundos, levantó su cuerpo y, frenético, estaba dispuesto a salir del departamento. Fue hasta la puerta de salida y, en un cambio
delirante, decidió correr hacia el pasillo. Lo vimos perderse detrás de la puerta al girar el picaporte. El brillo se cernió al cerrar la puerta, sólo quedó,de nuevo, el brillo en el pasillo y ellos tras la puerta. Fui a la cocina, me serví un vaso de agua. Vi que Emilio me seguía. Serví un vaso de agua para él y mientas lo bebía le dije:
—Debemos hacer algo. No podemos permitir que se queden encerrados, mucho menos en tu alcoba.