Bien. Tengo la esperanza de que esto funcionará. Espero el mensaje respuesta. Mi último texto lo envié hace diecisiete minutos. La paloma me dijo que mi mensaje está en el aire, que no han llegado a su destino. Mi madre mira un documental acerca de Marilyn Monroe (pude escribir el nombre correctamente sin buscarlo en Google. En el peor de los casos, si se tratara de algún nombre Alemán, por ejemplo, – escribí alemán con mayúscula– tendría que recurrir al control be control ce porque la pereza de escribir consonante sobre consonante no la tolero) un documental de Marilyn Monroe en la televisión. Un documental de Marilyn en la televisión. En la televisión.
A mí me está dando una temblorina en las manos porque no me responde. A ver si un un un poco de música en la computadora… pero no te preocupes por mi madre, no la voy a molestar… Yo tengo un ansia, un no sé qué en las manos que me ha dado por escribir. Es como cuando uno tiene frío. Como la noche que me fui a echar unas al Tenampa con uno que fue mi amigo. Haz de cuenta que estábamos ahí ¿no? en la barra. Y le dije, mira, nomás traigo doscientos varos, yo invito la primera, le dije, y luego si quieres ya nos vamos. Y él dijo, ey. Le alcé la mano al cantinero como diciéndole qué pasó, nos vas a atender o qué. Pedí del bueno, o sea del tequila del bueno. Nomás me alcanzaba para dos. Para dos caballitos. No el animal, sino el vasito. ¿No sientes como que algo va a pasar?
Estoy escribiendo como becario del estado.
Ya, en serio, como que algo va a pasar ¿No sientes?
Hace ya un chingo no me contesta… Mi jefa sigue en el sofá viendo a la señorita Monroe. Bajó mi hermano. Bajó porque estaba arriba, porque la casa de mi mamá es de dos pisos, y él (que no lo ves pero yo sí, y lo estoy señalando –y además te estoy señalando a ti también–), estaba arriba durmiendo. Yo estoy en la sala. No molesto con la música pero sí con el teclado. Con algo uno siempre tiene que molestar a la gente ¿no? Que si con esto por esto; que si con lo otro, por lo otro. Es como dice mi papá, que anda afuera hablando con una señora vecina que se quejó de que un perro que llegó de no sé dónde a nuestra casa –dicen que es labrador, yo lo veo muy pinche corriente, la verdad– se cagó en su puerta. Porque tenemos vecinos y ella (que no la ves, ni yo tampoco, pero mi papá sí) vive al lado de nosotros en esta privada de este fraccionamiento. Es como dice mi papá, ves el temblor y no te incas. La verdad ¿no? Digo. De todo se molesta la gente. Yo le dije, mira, nomás traigo doscientos varos. Nos sirvieron las copas y tal. Le dije, mira, paga. Chupando y pagando. Y resulta que nomás traía ciento setenta. Y le dije, nomás traigo ciento setenta, le dije. La hizo medio de a pedo, que me dijiste que traías doscientos, que su madre. Le dije, pon lo que falta, le dije. Total que con el caballito se puso medio chido. Me dice, estamos bien aquí ¿no? Le dije, como veas. Y que se pide una botella de seiscientos varos. Era un pinche tequila de la chingada. Pero ya beodos qué… Me dijo, como los hombres, puro trago limpio y de la botella. Y le dije, bamba. Pero es como dice mi papá, ves el temblor y no te incas. Terminé en el baño vomitando a toda madre. Y le apresuro a esto porque ya llegó la otra palomita. Entonces ese compa se puso también hasta el pito, y que llega y me dice métete dos dedos. Le dije, dos dedos le meto a tu puta madre, le dije. Y que me salgo del baño para afuera, así como lo digo. Me fui caminando hasta eje central y ya eran como las once de la noche. Le dije a un taxista cuánto hasta calle once. Me dijo, te cobro tres cincuenta. Y el cabrón ya venía detrás de mí. Me dijo no te vayas, aguanta. Y yo miré al taxista y le dije dos cincuenta. Me dijo no me sale, me dijo. Y ese cabrón le dijo al taxista y todos sus amigos taxistas, no trae dinero no trae dinero. Le dije, chinga tu madre. Que agarro y me fui caminando hasta Bellas Artes. Y ese pendejo ya me tenía hasta la madre, venía detrás de mí. Que me pelo y me meto en calle de Tacuba. Pensé que el centro es muy diferente de noche. Empezó a sonar el celular, era ese cabrón, otra vez. Mire hacia atrás y ahí venía. Corrí hasta Madero. Me le pele. Llegué al Zócalo. Miré la Catedral de frente –escribí catedral con mayúscula– y todo mamón me dieron ganas como de escribir una poesía que hablara de la ciudad y la chingada. El teléfono no paraba de sonar, pinche necio. Estaba en el mero centro del zócalo ¿no? Y que lo veo venir por Madero. Y le digo qué quieres cabrón. Ya, déjame en paz. Me dijo, no, que espérate, que la chingada. Que le corro otra vez, y que empieza a gritar como pinche niña. Como… ¿has visto la película de alien? Así. Por Dios. Que me meto por Dieciséis de septiembre y hasta Tacuba otra vez. Que, por cierto, iba caminando y vi una taquería tantito antes de llegar a Isabel la Católica, y nomás por sentirme bien pinche aventurero le pedí un taco regalado al güey que atendía el local. Estaba cortando cebolla. Le digo, ¿me regalas un taco?; me dijo, no me dejan. Pinche estúpido, pensé. Y ya era más tarde, como la una.