I
La mañana empieza
con un fósil
de resina incendiaria.
Chispazos
devenidos
humo
de venidos
hubieses que,
romos,
se han ido
fermentando.
Expresiones artísticas de distinto tipo, ya sea de tipo visual o literario, como cuento, poesía o ensayo.
La mañana empieza
con un fósil
de resina incendiaria.
Chispazos
devenidos
humo
de venidos
hubieses que,
romos,
se han ido
fermentando.
cocinar no es un acto difícil si ya has aprendido a llorar
cortas la carne finges demencia y vuelves a penetrar
con el cuchillo
la misma herida zanjada por la sal
limpias tu herramienta prendes el fuego
procuras perfumar el aire chamuscado
la suerte se sienta
con sus dos caras probables
fumando y murmurando uno que otro prejuicio
qué poco elegante el que va de tenis
ha de traer pisando también el corazón
no está de moda llevar la nostalgia en un collar
ni los gustos grises de la ropa
quiere disimular cuando la miro
jugar a que no me atraviesa
los huesos
a que no vislumbra
en mí
una casa embrujada
por la apatía
fuma y desvía la mirada
escupe [por escupir]
tremendas bocanadas de humo
con voz ronca dice nada
aunque intenta
[políticamente]
decir un perdón
Todos los haikus fueron publicados en Camino en silencio (Editorial Veletea, 2021)
Flores y espigas
en los bancos del parque
brisa ligera.
Los muebles donde el paso del tiempo ha dejado su huella. Los libros que nadie visita. El tiempo que pasa en aquel cuarto oscuro donde te ocultas. Aquel lugar es una noche circular. La oscuridad se atenúa hasta la infinidad y tú en un ataúd, en el interior, rasguñas la madera.
A temprana hora de la mañana, el hombre irrumpió en la vivienda.
—¡Ya señora, levántese y márchese de inmediato! —ordenó, y agregó—: ¡Yo soy el nuevo dueño de esta propiedad! Su familia ya se largó.
La mujer, avergonzada, balbuceó:
—¡Ya, altiro! Sólo déjeme pasar al baño y me voy de inmediato.
Sobrevolando por los ríos de tu cama
va tu cuerpo,
sube y baja como aliento
sin aire, muerto,
ausencia presente de tu llama.
Abordó súbitamente mi vida, como quien aborda un autobús sin rumbo establecido a las dos de la mañana. Su alegre mirada expresaba sus ganas de vivir, pero su cansado cuerpo a gritos pedía terminar con aquel martirio.
Perdonadme, guerras lejanas (…)
W.S.
Mi madre murió bajo una guirnalda de flores poco antes de cumplir los cuarenta. En homenaje a la abuela dejó que las margaritas invadieran su cuerpo. Tomaron a los pulmones por pradera, entre espasmos de aire, haciendo de la radiografía última viñetas paisajistas. Durante los años finales mi padre ejerció la locura. Lo encerraron en un cuarto incierto, bajo el insomnio de los antidepresivos. Decía que encontró en las flores un camino hacia su infancia y de tanto repetirlo se internó al jardín oscuro de la demencia. Yo muy joven sembré un ciprés en mi cabeza y no me atreví a bajar de nuevo. Ahora espero, marchito, a que el otoño vuelva infalible con sus ventiscas y escándalos y carnavales a la habitación veintitrés del Hospital Santa Rosa pabellón de oncología, a presenciar el infértil pero bondadoso acto de la fotosíntesis.
La esperanza,
celda y luz,
plomo y plata,
se niega a preguntar cómo o para cuándo.
Indómita guerrera
empuña su lanza y aguarda agazapada
o arremete aullante,
pero yo puedo adivinar
que lo que queda del día es poco.
Oigo voces de sirenas que cantan mi nombre.
Siempre las escucho.
Me llaman, me aturden.
Esperanza,
absurda ceremonia del deseo,
quiere girar el reloj de arena,
mantener el tiempo suspendido
ahora, hoy.
No será.
No es posible.
La Oscuridad ya apronta su espada
moldeada en la fragua de las eras.