Cuando el semáforo de Avenida Santa Rosa con Avenida Matta encendió la luz de alto, los vehículos detuvieron su marcha. A esa hora, cerca de las siete, aún no amanecía del todo, la ciudad comenzaba a despertar y ya había personas que caminaban por las diversas calles, algunos dirigiéndose a sus trabajos, otros, intentando sobrevivir.
Como Juan, aquel joven que enfundado en una parka muy grande para su talla, con una botella con detergente en una mano y en la otra una plumilla limpia vidrios, se acercaba con desenfado a los conductores de los vehículos detenidos para ofrecer limpiar los parabrisas a cambio de alguna moneda, tratando siempre de mostrar un rostro agradable y simular ademanes pacíficos para caer en gracia a los automovilistas que esperaban la luz verde, cómodamente sentados dentro de sus autos calefaccionados, con el pie en el acelerador, listos para imprimir la marcha y salir como bólidos hacia sus destinos, seguramente más deseables que los del joven limpiaparabrisas, el que la mayoría de las veces debía agacharse para recoger la lastimera moneda que caía al pavimento, nunca más allá de unos míseros cien pesos, además de esquivar los vehículos con agilidad de movimientos para no ser atropellado.
Yo siempre lo observaba desde la ventana de mi departamento mientras bebía mi café de la mañana antes de irme al trabajo. Él nunca lo supo, y yo no se lo dije.
Me enteré de que su nombre era Juan un día, al salir de mi edificio, mientras él esperaba la luz roja del semáforo. Ese día me lo topé de frente, pude mirarlo a los ojos y ver su rostro; me pareció el de un muchacho cansado, joven, aunque envejeciendo rápidamente. Sin pensarlo dos veces, le di uno de los sándwiches que llevaba en mi mochila y que sería parte de mi almuerzo. Agradecido, solo dijo: “gracias, me llamo Juan”.
Yo continué observándolo desde mi ventana e imaginando su mundo a través de cada gesto que realizaba. Quise que su mundo fuera de una belleza inigualable, donde siempre reinara el amor. Pero al parecer su mundo era pequeño, sin esperanzas.
Algunas veces, al regresar de mi trabajo, si Juan todavía estaba limpiando vidrios, lo invitaba a comer al restaurante cercano, lo que él aceptaba alegremente, pero reservado, hermético. Aquellas tardes, después de comer, me quedaba mirándolo mientras se alejaba por Avenida Matta hacia abajo, en dirección a las hospederías cercanas. Sabía que en su mochila solo cargaba la botella de detergente y la plumilla limpiavidrios.
Una mañana, al acercarme a la ventana ya no lo vi más.
Nunca volvió a estas calles. He querido creer que se reencontró con su familia, pues era muy joven como para ser expulsado de su clan, pero a veces me digo que es una “mentira piadosa”, pues siempre supuse que su mundo estaba plasmado de oscuridad, lleno de tristeza y de una soledad inconmensurable, donde solo cabía sobrevivir.
Muchas veces, el mundo que yo suponía del joven limpiaparabrisas me recordaba la película que fue protagonizada por Danny Glover y Matt Dillon: The Saint of Fort Washington, y, en silencio, deseaba que su ausencia obedeciera a un largo viaje en el que nunca se detuviera y pudiera, algún día, lograr sus sueños.
Autor: Miguel Enrique González Troncoso (Santiago, Chile). Orientador familiar y mediador. Sus obras publicadas son Relatos y cuentos breves (2013), Helga de Berlín y otros relatos (2014), Cuentos y Relatos (2015), El Viaje (2017), Los Navegantes (2020). Durante el año 2016 y 2017 sus cuentos y relatos se publicaron en Suecia en el Semanario de habla hispana Liberación. Algunos de sus relatos forman parte de la Antología Poetas y Narradores Contemporáneos (Editorial de los 4 Vientos, Argentina). En 2018 obtuvo el primer lugar en el VIII Concurso Internacional El Parnaso del Nuevo Mundo, Perú, con su cuento “La votación”. En 2019 su relato breve “Los campesinos” obtuvo el primer lugar en el Concurso Literario Internacional “Memorial de Paine”, en homenaje a las víctimas de esa localidad. En 2020 su cuento “José, el Sefardí” obtuvo mención honrosa en el concurso literario Teresa Hamel, de la Sociedad de Escritores de Chile. Otros cuentos han sido publicados en las revistas literarias Extrañas Noches (Argentina), Marabunta (México), Gaceta Alerce (Chile), Awen (Venezuela), Manticore (Canarias), Primera Página (México), Sinestesia(Colombia), Anuket (Argentina), La idea lista info (México).