El sueño terminó: adiós al amor romántico y a todas las fantasías del capitalismo tardío

Ilustración de Carlos Gaytan

Nunca pensé que Aftersun fuera tan críptica. Por la manera en que todo el mundo hablaba de ella, o al menos el mundo de los algoritmos entrenado por mi uso de las plataformas, pensé que me sacaría al menos una lágrima. “Es cine sensorial”, escuché a doble velocidad en una reseña en YouTube. Tal vez. Ahora que lo pienso, sus escenas evocan a sensaciones cómodas e incómodas por igual. El suave toque del calor del sol en el antebrazo de Paul Mescal, o la mueca impotente en el espejo de Frankie Corio.

Hay una cuenta de Twitter llamada Out of context Letterboxd que rescata comentarios patéticos de gente opinando sobre cine. Aftersun ha sido una de las favoritas para los snobs curiosos como yo. “Bienvenido Paul Mescal al grupo de actores a los que quiero coger pero después de interpretar a un padre, también quiero ser la hija”, decía una chica inmortalizada en un tuit con más de cinco mil “me gusta”. ¿Por qué menciono el número como si en realidad diera pista de algo?

Daddy issues, le dicen a esa complejidad psicológica que se expresa en malas elecciones románticas y dependencias malsanas. Puto Freud, tal vez tenías razón, misógino de mierda. Las parejas que se dicen “papi”, ¿todo bien en casa? Atentamente: Freud y Lacan. Pero en serio, ¿a alguien le sorprende que los hombres heterosexuales sean los padres más desvergonzados y ausentes? Sucede que después de su desesperanzador trabajo, están demasiado ocupados intentando llenar sus vacíos con adicciones superfluas. Ellos son los patéticos.

O quizá los patéticos somos nosotrxs, la generación con figuras tóxicas, ascendencias familiares difusas, con ídolxs prefabricados, y con una vibrante necesidad de afecto que nos haría llegar hasta las últimas consecuencias para seguir creyendo en el amor romántico, en el mundo ideal, en los padres correctos. “Quiero ser”, titula un TikTok sobre un brunch de señoras de clase alta. Qué ganas de ser católica, conservadora, cristera, yunquista del Bajío. Vaya, hasta podríamos respetar el capitalismo con tal de que nos entregara un poco de lo que nos promete: amor romántico, fortuna, artículos para hacer nuestra vida más fácil. ¿Y después qué?

Nuestra relación con el amor romántico, impulsado sobre todo por el sistema capitalista, es similar a la que tenemos con nuestros padres. Sí, el sistema es paternalista. Promesas, ausentismo, revictimización, ansiedad, hartazgo. Es desolador presenciar cómo la generación Z y algunxs Millennials lamentan la pérdida del afecto, de la esperanza. Hay quienes ya están rendidxs. Pero también es alentador saber que los ímpetus no se han roto. En todos lados hay gente atreviéndose a romper los modos de vida que el capital nos ha impuesto. No sólo hay nuevos sabores de Cheetos, dispositivos electrónicos y plataformas sociales. También hay nuevas maneras de relacionamiento, economías circulares, consumo consciente, comunas, sensibilidades, experiencias, consciencia de clase, perspectiva de género.

Estamos en medio de algo muy grande, al menos ese aroma se respira. El contexto social, político y económico es un panal que se agita. Es la ubicación clave para que las abejas obreras muestren el camino con su baile. Terminó el sueño del neoliberalismo, nunca hubo un estado de bienestar al cual volver. Margaret Thatcher y Ronald Reagan están muertos. Disney ya enterró el sueño del amor romántico monógamo heterosexual. The Queen is dead. “God save the Queen”, dice Martha Debayle.

Quedan migajas del sueño. Somos patéticxs al esperar que las moronas caigan a nuestras bocas y sacien nuestra hambre. Nuestra hambre no escampará con Paul Mescal siendo nuestro padre, ni con una relación monógama a largo plazo, ni con el nuevo Samsung S23 Ultra. Aunque, qué buenas cámaras tiene. Nuestrxs padres no sanaron intentando llenar sus vacíos con adicciones superfluas, ¿por qué sería diferente con nosotros?

El tipo de hambre que tenemos sólo puede ser saciada con el cambio, la transformación y la subversión de todas las normas. Nuestra familia, nuestra verdadera voluntad de amar y el fin de la guerra en nuestras mentes está allá afuera. Ya hemos estado confinadxs tiempo suficiente, la pandemia sólo lo acentuó.

Miro el tuit de nuevo y, entre más lo pienso, más estoy convencido de que nosotrxs no somos lxs patéticos por buscar eso que nos prometieron en todas las películas, en todas las canciones y en todas las comidas familiares. Es patético el sistema que nos lo prometió, y será patéticx quien, aún con todas las evidencias en contra, siga intentando llenar sus vacíos con adicciones superfluas.


Ilustrador: Carlos Gaytan Tamayo (Ciudad de México, 1999). Estudia Ciencias y Artes para el Diseño en la UAM Azcapotzalco. Formó parte de varias exposiciones colectivas de cartel en su universidad. Algunas de sus obras ilustran artículos de Cultura Colectiva. Su trabajo se inspira en diversas técnicas y se encuentra en el diseño gráfico y la ilustración.