Qué pesado el otoño,
con sus vientos que congelan gestos y corazones,
y sus sabores castaños,
en donde siempre caben bien tus besos.
Con sábados de pijamas
y recalentados infinitos de café.
Con fiestas para celebrar muertos
y cosas que nos dan miedo, —o por lo menos a mí—.
Es pesado,
con la falta de tus abrazos
y el calor de tu cuello en mi rostro.
Cobijas que nunca podrán compararse contigo,
pero igual lo intentan.
Con canciones que sí pudieron completar
esas historias que nosotros no supimos escribir.
Sudaderas y suéteres que te presté más de una vez
y que ahora se rehúsan a devolverme pedazos de tu olor.
Pesado como las promesas
de un invierno juntos
que aún luchan por ser.
Cómo pesan sus lunas menguantes
que anuncian los muchos principios de un sólo final.
El amarillo que adorna esas calles
que fueron nuestras.
Y las noches que nos robamos
y ahora cobran deudas.
Pesan las prendas tiradas por el cuarto
y los desayunos de lágrimas sólo me dejan con más hambre.
Qué pesado y qué pasado octubre
con tus llamadas de vodka a las cuatro a.m.,
que sólo embriagan más el corazón.
“Me rompiste el corazón”,
dijiste, y golpeó la honestidad.
Lloraste al teléfono esa noche
y encontré tus lágrimas,
que creía perennes,
al pie de todos los árboles a la mañana siguiente.
Ahora voy pisando en puntas todas las veces que te lastimé.
Y qué pesado.
Autor: Luis Fernando Padilla (Tlaxcala, 1997). Periodista y escritor. Ha publicado textos en la revista BadHombre Magazine, The Mud Magazine y trabajado como coordinador editorial para libros como Los 7 colores de mi vida. Lleva un blog desde 2018, Concrete Jungle Boy, en donde publica diferentes obras de índole literaria, e inspiradas en la cotidianidad que enfrenta.