Ilustración de Carlos Gaytán
Mi cuerpo es idea, abstracción y teoría hasta que se demuestre lo contrario. Mis placeres son praxis, fantasía y meta hasta que se muestren sus peligros.
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El consumo de pornografia en internet ya fue criticado ampliamente por diversos grupos que luchan en contra del heteropatriarcado y hoy parece una urgencia primordial detener su consumo, pues el alcance cultural de la pornografía, como lo anuncia Paul Preciado, ha llegado a niveles que exceden toda dimensión. En Testo Yonqui (2008), Preciado critica la abrupta aparición de un modelo farmacopornográfico, en el que toda producción capitalista está dedicada a dar acceso a un potencial de excitación sexual —y no a la excitación en sí—. La industria pornográfica —entiéndase aquí cualquier mercantilización del sexo— ha expropiado el placer y el cuerpo femenino —y feminizado— y lo ha ofertado en el mercado mundial hiperconectado que propone internet. El video es vendido y pagado; detrás hay una red conceptos que hacen palidecer a la telaraña más compleja de la naturaleza. En algunos puntos, la red expresa nudos conflictivos fáciles de identificar: la misoginia, el racismo, la homofobia, pero sus conexiones todavía lucen nebulosas. Plataformas como OnlyFans traen al debate aristas contradictorias y ambivalentes: por un lado, puede ser el punto de partida para la creación y modificación de redes de trata y por otro, pueden representar un ingreso económico, un trabajo remunerado, a la vez lejos y cerca del trabajo sexual.
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Si concebimos el consumo como el simple acto de engullir, perdemos el norte respecto al largo proceso que inicia en la producción y termina en la distribución. En todos esos espacios y contextos, la red de relaciones entre las violencias y desigualdades está presente. Esta visión es una perspectiva de aprovisionamiento que ha trabajado la antropóloga Susana Narotzsky. Pensemos, por ejemplo, en que Pornhub ofrece una selección más que algorítmica de qué contenido mostrar respecto a los patrones de consumo, ubicación geográfica y preferencias sexuales que arroja el Big Data. Las implicaciones profundas de la red de relaciones que oculta esta curación de contenidos, apuntan a las relaciones desiguales propuestas por el capitalismo y el heteropatriarcado.
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La desaparición del contenido sexualmente nocivo no implica subsumir los placeres y posibilidades sexuales que ofrece internet. Foucault opinaba que las prácticas sadomasoquistas no reproducían el sistema de dominación que las produjo, más bien se encontraban en una esfera ajena que tenía que ver más con la fantasía y el ser. Así, los gustos, los fetiches y las posiciones que se dan con pleno conocimiento y son mutuamente consensuadas no son una reproducción de dogmas sino un cuestionamiento profundo de la capacidad excitatoria del ser. Es reapropiar los placeres arrebatados por el mercado occidental. Es reconocer el cuerpo sin categorías ni géneros. Los placeres no pueden detenerse, y la digitalidades a las que estamos condenados por el contexto pandémico y por la era hipermoderna ofrecen una salida viable. ¿Cómo hacer del conjunto de unos y ceros agrupados masivamente en una serie de componentes electrónicos un terreno que no violente ni discrimine?
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Recientemente hablaba de Zoom como un tóxico potencial compuesto de diminutos peligros. Hoy me vuela la cabeza pensar que la misma plataforma bioempoderada podría ser el entorno perfecto para un Centro de Entretenimiento Sexual. Llamémosle CES. Mejor Centro de Entretenimiento Tecno/Corporal. Llamémoslo CETC, uno acrónimo muy distinto al de la empresa china. Imanol Subiela cuenta experiencias positivas al respecto en su artículo para Vice. Hablemos entonces de la posibilidad teórica y práctica de convertir a Zoom en la plataforma sexual más grande del mundo.
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Así imagino al Zoom altamente tecnosexuado, bien —bien bien bien— bellacoso, pero sin acoso:
La pantalla de inicio del software muestra: 1. Nueva reunión. 2. Entrar. 3. Agendar y 4. Compartir pantalla. Agregamos al menú de Zoom nuevas opciones: 5. Exhibición, donde adultos pueden compartir consensuadamente sus mejores tomas personales u observar los mejores encuadres de otros usuarios, o donde parejas pueden mostrar o presenciar las más lúcidas invenciones sexuales del kamasutra. Una reunión masiva para solitarixs y voyeristas. Un pasillo potencialmente infinito en el que cada ventana coincide con un rectángulo de usuario con webcam y micrófono activado. 6. Privada, donde se crea una sala de hasta veinticinco personas con la variante de presentar dinámicas sexuales a elegir por turnos y de prohibir la grabación de cualquier tipo. En caso de que el software detecte alguna intención de filmar dentro o fuera de la computadora, un anuncio saldrá para todos los usuarios y su aceptación explícita funcionará como su consentimiento. 7. Roulette, donde sujetos aleatorios pueden encontrar unx otrx igual de excitado. 8. Selección de los editores, donde un grupo de curadores, por una ajustada renta mensual extra al plan ilimitado de Zoom podrán seleccionar las mejores fantasías sexuales con base en la navegación frecuente del usuario. Habrá espacio para fetiches en este lugar.
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Queda preguntarnos si hay espacio para tecnosexualidades seguras en un mundo farmacopornográfico.
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Ilustrador: Carlos Gaytan Tamayo (Ciudad de México, 1999). Estudia Ciencias y Artes para el Diseño en la UAM Azcapotzalco. Formó parte de varias exposiciones colectivas de cartel en su universidad. Algunas de sus obras ilustran artículos de Cultura Colectiva. Su trabajo se inspira en diversas técnicas y se encuentra en el diseño gráfico y la ilustración.