Detalle de La batalla de Waterloo (1815), de William Sadler
Edad de los descubrimientos
Desde pequeño tuve una inclinación por la lectura, mi madre se encargó de ello. Recuerdo un día de Reyes: desperté emocionado y corrí a la sala del departamento de mis abuelos, que estaba integrado a la casa y en donde colocábamos los zapatos. Me encontré un libro debajo de mi pantufla: Las aventuras de Tom Sawyer.
Mi mamá trabajaba hasta deshoras de la madrugada, pues tenía una jefa tiránica y explotadora. Mis abuelos se desvelaban conmigo e intentaban que me durmiera, pero por esperar a mamá no lo conseguía tan pronto. Mi abuela comenzó a leerme el libro, yo la escuchaba hasta quedarme dormido, ella marcaba la página y seguíamos al día siguiente. Ya había tenido libros antes, el primero fue Chicho se baña, la historia de un monstruito que tomaba una ducha. Era un libro precioso, de páginas de espuma y plástico. Podías bañarte con él. También otros sobre fantasmas, vampiros, muchos de dinosaurios. Pero fue Tom Sawyer el primero que no tuvo dibujitos y había una historia más compleja. Después llegaron otros autores: Poe, por una tía; Oscar Wilde, por otra; Tolstoi y Amparo Dávila, por mi madre. Ahí cambió todo.
Edad colonial
Cuando tenía doce años fuimos a una venta nocturna de una tienda departamental. Ahí encontré el que sería mi primer videojuego para PC: Age of Mythology. Trata sobre escoger a una civilización antigua entre griegos, egipcios, nórdicos y atlantes. Debes avanzar en una campaña que se acerca mucho a la épica de Homero; cada civilización tiene a sus propios dioses y criaturas mitológicas, así como poderes especiales. El chiste es ganar, conquistar. Es un juego del tipo “estrategia en tiempo real”, y con eso se dice todo. Después descubriría que ése era sólo uno más de la colección de Age. Hay de la época grecolatina, medieval y moderna. Pronto me obsesioné con ellos, especialmente con el número tres, que abarca de la invasión a América por los Europeos hasta entrado el siglo XIX. A medida que avanzas edades, que son las que dan nombre a cada uno de los apartados, desbloqueas tecnologías, mejoras, soldados. Mis días consistían en ir a la escuela, hacer tarea y en jugar toda la tarde.
A mi madre le comenzó a preocupar que pasara tanto tiempo frente a la pantalla, así que ideó una forma de quitarme de ahí. Para poder jugar una hora, necesitaba haber leído mínimo veinte minutos, y si quería jugar otra hora, debía leer una completa. Las reglas eran claras, aunque protesté un poco. Mi mamá trabaja en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Así ha sido desde que nací, por lo que no puedo oler merengues, escuchar xilófonos y ver edificios coloniales sin recordarla. Su oficina queda muy cerca de la librería Porrúa, por lo que una noche salió, caminó por el pasaje de Catedral y el Templo Mayor y me compró el libro que cambiaría mi vida (en el fondo, ella esperaba que con él modificara mis horas de juego): Guerra y paz. Esto que les cuento no lo vi, pero la conozco tanto que estoy seguro de que así fue.
Al llegar a casa me dio una versión enorme, con letra pequeñísima, que iniciaba en francés. Me asusté, pero al descubrir que tenía una traducción al pie de página, comencé la lectura, más por curiosidad que por gusto. El título me llamó la atención, no lo niego, y yo me había convertido en un Don Quijote que se sentía explorador europeo, tlatoani mexica, jefe guerrero en las llanuras. Soñaba con batallas en el mar y en la tierra, con luchas en el ferrocarril, con Napoleón y el zar Alejandro. Y a ellos los encontré en esa obra maestra de Tolstoi.
Edad de las fortalezas
Ésta no es la historia de un niño que descubre la lectura y deja de jugar videojuegos. No pasó tal cosa; hasta diría que se reforzó. Conforme avanzaba en el libro de Tolstoi, más me emocionaba el juego. Comencé a recrear batallas en él: la de Borodino, de Austerlitz y Waterloo. De ahí me pasé a las enciclopedias, comencé a devorar una de historia que había comprado mi madre para el abuelo. Descubrí el internet, en él pude buscar información, y al terminar Guerra y paz seguí con Los miserables, con Gógol, Turguéniev, Dostoyevski, Stendhal. Más batallas, más civilizaciones. Díaz del Castillo, León Portilla. Y a la par de todo ello, los fantasmas de la casa, los monstruos en la noche, las voces en los espejos. Amparo Dávila, Poe, Lovecraft.
No puedo hablar de mi salto al vacio de la Literatura si no hablo de Age of Empires, y tampoco puedo hablar de la lectura sin mi madre, mis tías, mis tíos y mis abuelos. Leer es un acto que nace, en la mayoría de los casos, del seno más profundo y se bebe aunque salga a borbotones.
Edad industrial
Me fui diversificando, llegaron diferentes autorxs de todas las latitudes. Pasé temporadas en México, Colombia y Argentina a partir de los libros;también en Francia, Alemania y Rusia, a veces me movía a otros países, a otras lenguas, pero regresaba a estos lugares que me eran más familiares. En esta columna, como ya sabrán, me he desplazado y mantenido en Europa del Este, una de las zonas que más he visitado en mis últimas lecturas. Me encanta, la encuentro muy cercana. Tal vez porque la sangre de la lengua perdida palpita más en las estepas que en el Levante. La narrativa siempre ha sido mi debilidad, tanto leerla como escribirla. Poco a poco he ido dejando el Age, pero cada que tengo tiempo regreso a él.
Una historia al margen. Durante la pandemia me compré la colección completa en Steam, una plataforma de juegos. Así, llegué a un grupo de amigos, los más cercanos que tengo ahora. Incluso vivo con uno de ellos. Age no sólo me ha dado a mis autores, a mis inicios literarios, también me dio amigos.
Después de mis juegos frente al ordenador fue la Facultad, la lectura crítica y la “profesionalización”. Y ahí llegó Primera Página (PP), nuevas tecnologías desbloqueadas, misiones cada vez más complicadas, rendiciones y victorias. Cada vez que empiezo algo, recuerdo cuando iniciaba una campaña en el juego: planificar la estrategia, la emoción, escoger las barajas. Pero este juego llega a su fin.
Edad imperial
Recibí un mensaje por Facebook, Joshua Córdova me pedía hablar al terminar una clase en el anexo de la Facultad de Filosofía y Letras. Él y yo nos ubicábamos de la preparatoria, sabíamos de nuestras existencias, pero rara vez hablamos. Nunca le he preguntado qué opinión tenía de mí, él tampoco lo ha hecho. Yo estaba nervioso, pues cuando me piden hablar sin saber el motivo me colapso. Lo vi y me invitó a colaborar en la revista, su propuesta fue específica: necesitamos a alguien que maneje o sepa de redes sociales. Nunca he sido un experto, participé en algunas campañas políticas y en la edad dorada de Facebook pude tener muchas interacciones. Acepté. Me dijo que en una semana nos veríamos quienes estábamos en el proyecto, al final sólo llegué yo. En el Jardín Rosario Castellanos estaba él y Carlos Lino. Hablamos, les hice propuestas, hasta dibujé un logo horrible que aún tengo en mi libreta. No sabía lo que estaba por venir, pero ahora sé que comenzó a cerrarse lo que Tolstoi abrió, el invierno ruso comenzaba a llegar a su fin.
Muchas reuniones presenciales y por Zoom, por Skype. Ideas que venían y se iban. Yo descalzo en el departamento de Joshua, subido a un sillón como gárgola, encerrados hasta que saliera un documento. El tiempo, los sueños de cada uno, el decidir avanzar por otros caminos. El regreso, esta columna, también la despedida. No es fácil escribir esto, menos cuando me percato de la importancia que esto ha tenido en mi vida.
Así como les hablé del videojuego, Primera Página fue lo mismo en mi joven adultez. La computadora era un espacio común, pero la diversión, la estrategia, el disfrutarlo cada día, son otros elementos que lo terminan por empatar. A finales del año pasado me encontré en una mala racha, de ésas donde no encuentras dónde escribir y ser leído, aunado a complicaciones laborales, médicas y demás. Le hablé a Joshua, le pedí un espacio, y aceptó inmediatamente. Creo que lo he querido desde siempre, y ese momento, aunque ahora lo diga como algo sin principio, lo tiene: 6 de diciembre, 2017. Desde ahí he admirado su generosidad, su forma de liderar desde la escucha, sus regaños que rozan la ternura. Cuando llegué a la comida de fin de año del 2022, la que él organiza para lxs miembrxs de la revista, Carlos Lino me recibió con un “bienvenido a casa de nuevo”. Y eso es PP para mí: la casa, el reino, mi civilización donde he terminado de cruzar de edad.
Durante el 2023 les he escrito a todxs ustedes 12 entradas sobre 15 libros, con algunas anécdotas. Ha sido una aventura el leer para escribirles, para dialogar y construir un espacio donde compartimos experiencias. A Martha Vidal, Joshua Córdova y a todxs de quienes he hecho mención desde enero de este año, solo me queda un profundo agradecimiento. Martha: no sabes cómo he aprendido de ti, cómo disfruto hacerlo. Pero, por desgracia, tenemos que despedirnos.
Es probable que el título de esta última entrada les sea problemático. Voiná i mir es el nombre en ruso de Guerra y paz. Y me detengo aquí un poco. Voiná es, literalmente, guerra, y no hay demasiadas preocupaciones al respecto. La humanidad no tiene conflicto alguno para denominar tan atroz evento que, finalmente, es de los más humanos. La otra palabra, mir, es más interesante. Como sabrán, significa paz, pero tiene una acepción más: mundo. En la lengua rusa, la paz es igual a esto; es decir, el mundo es una paz, un equilibrio, que debe lidiar con la guerra, que es el caos y la ruptura. El título del libro me parece bello, pues no sólo debemos entenderlos como simples antónimos. No existen opuestos puros: puede haber paz y guerra al mismo tiempo, a veces la paz se consigue por la guerra y la guerra se desata por la pasividad. Y en la novela de Tolstoi lo encontramos: la lucha armada se acerca, pero muchos de sus personajes viven en la paz de sus palacios.
Escojo este título porque llegué a Primera Página como lo hice cuando me adentré en la literatura: jugando. Me acogió en tiempos de guerra, me dio paz. Si la quería cuando Joshua y Carlos me invitaron a su relanzamiento, la amé cuando me acogió en medio de la tempestad, de sentir que había perdido mi epicentro y todo se desmoronaba, con la derrota a mi espalda y ellos tendiéndome la mano. Creo que ahora lo he perdido, se cierra un espacio que para mí representa el hogar literario que tanto anhelé en esos meses de oscuridad. Joshua, Carlos, Martha, Rodolfo me dirijo a ustedes: gracias por darle voz a quien ya la sentía perdida, por darme la oportunidad de que en cada libro que leí pensé en escribir una primera página.
Esta revista cierra mi guerra y paz particular. ¿Por qué lo digo? Pues tras varios días de pensarlo, considero que una enorme etapa de conocimiento, aprendizaje y disfrute se cierra. Se abrió cuando comencé a jugar Age, cuando mi madre me regaló ese primer libro voluminoso, y siguió de forma permanente toda la adolescencia y la joven adultez. Gracias al apoyo de PP no estaría ahora escribiendo estas líneas desde un lugar que me encanta y me hace feliz. Con esta revista cierro un ciclo formativo, se me han abierto otros, pero he terminado, por ahora, esa edad de los descubrimientos, de las fortalezas, del imperio de la amistad tan personal que formamos. No me queda más que abrir el menú del videojuego, buscar en las listas de opciones, dar clic en el que dice “capitulación”. Se ha acabado la partida, pronto iniciaremos una nueva con otras civilizaciones y barajas.
Por último, y en este gran final: gracias a todxs lxs que me leyeron, me acompañaron. Sin ustedes, sin sus ojos que danzan entre líneas, nada de esto tendría sentido. Hasta pronto.