Etiqueta: Lectura

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Voiná i mir

Detalle de La batalla de Waterloo (1815), de William Sadler

Edad de los descubrimientos

Desde pequeño tuve una inclinación por la lectura, mi madre se encargó de ello. Recuerdo un día de Reyes: desperté emocionado y corrí a la sala del departamento de mis abuelos, que estaba integrado a la casa y en donde colocábamos los zapatos. Me encontré un libro debajo de mi pantufla: Las aventuras de Tom Sawyer.

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Se nos va el tiempo

Fotografía de Sarah Cruz

Vuela el tiempo de corrida, y tras él va nuestra vida.

Refrán popular

El mundo era una materia que habíamos domesticado, un animal tierno y engañoso que nos susurraba que todo lo que imaginábamos, todo lo que los libros habían encendido en nosotros, sería posible.

Leila Guerriero

“Se nos va el tiempo”, me dijo una señora hace unos días. Yo iba de regreso a casa en camión: tres de la tarde, tráfico, hora pico, lluvia y calor al mismo tiempo. Leía el último libro de la saga Dos amigas de Elena Ferrante. La señora se subió un par de paradas después de la mía y luego se sentó a mi lado. Noté de reojo que volteaba de vez en cuando a las páginas del libro. No me molestó. Al contrario: me imaginaba cuál sería su impresión de lo poco que alcanzaba a rescatar con su lectura de soslayo. Por momentos perdía el hilo de los párrafos intentando colocarme en su posición. ¿De qué se imaginará que va el libro? ¿Qué impresión le dará tal o cual frase? Luego regresaba absorta a la historia que me hacía ignorar todo lo que ocurría fuera del camión y fuera de mi asiento. Cuando llegamos al destino, la señora se levantó para salir del camión. Yo iba detrás de ella, con el libro en la mano y mi dedo como separador. A punto de bajar, se da la vuelta, sonríe, dirige ligeramente la mirada hacia el libro y me dice: “se nos va el tiempo, ¿verdad?”.    

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El placer del texto: reflexiones en torno a Roland Barthes

El lenguaje es una piel:
yo froto mi lengua contra el otro.
Es como si tuviera palabras a guisa de dedos,
o dedos en la punta de mis palabras.
Mi lenguaje tiembla de deseo. […]
(el lenguaje goza tocándose a sí mismo).

Fragmentos de un discurso amoroso, Roland Barthes

Corría el año de 1973 cuando Roland Barthes publicó El placer del texto, dentro de lo que se ha considerado su “segunda etapa de pensamiento crítico”, en la cual dialogó con teóricos como Freud y Lacan. En el caso de este libro, por ejemplo, fácilmente puede percibirse la influencia de la escuela psicoanalítica, al reconocer conceptos centrados en la experiencia del sujeto, como el goce y el placer. Barthes plantea aquí una reivindicación de este último a través de una reflexión en torno al lenguaje. Para este autor, es el lenguaje el principal sujeto y objeto del placer, mientras el texto, que a su vez resulta una suerte de contenedor de ese lenguaje, presenta rasgos de cuerpo humano capaces de generar, con quien guste interactuar con él, una relación erótica.