De la idolatría a la relación parasocial: ¿han muerto las estrellas de cine?

¿Nos quedan estrellas a las que idolatrar? El año pasado, el director estadounidense Quentin Tarantino acaparó todos los titulares al afirmar que Marvel ha supuesto el fin de la estrella de cine. Dejando a Marvel a un lado, es cierto que los actores actuales tienen poco que ver con los de la edad de oro de Hollywood, regida por el sistema de estrellas: hoy en día, las celebridades hacen lo posible para recordarnos que son uno más de nosotros, con conceptos como “relatability”(capacidad para hacer que otros se sientan identificados con uno mismo) a la orden del día. Las reacciones que desencadena esta actitud son diversas, desde la aceptación e idolatría hasta las críticas.

Las primeras estrellas

El concepto estrella se remonta al mundo del teatro decimonónico. Aunque al principio los actores se mimetizaban con su personaje, poco a poco ganaron importancia. A partir de 1820, se empezó a llamar “estrella” a los actores como reclamo publicitario, en referencia a su posición prominente en el escenario, iluminados por los focos. En las numerosas giras que hacían las compañías de teatro, sus estrellas eran el gran aliciente para acudir a ver un espectáculo, puesto que un mismo papel podía ser muy distinto en función de quién le diera vida.

La actriz de teatro Sarah Bernhardt, una de las mayores estrellas del mundo de la actuación

En su origen, el cine se consideraba un arte menor a la sombra del distinguido teatro. Por eso, las primeras productoras se apropiaron del concepto de estrella teatral para conseguir elevar el estatus de la industria cinematográfica y atraer a público más selecto. La francesa Film d’Art, por ejemplo, trabajó con la legendaria actriz Sarah Bernhardt. Por mucho que este modelo tuvo una vida corta, fue adoptado por las productoras estadounidenses, que explotó la figura de sus actores principales. A ello contribuyeron aspectos técnicos, como el uso de primeros planos para enfatizar a los personajes protagonistas, con ejemplos como Asalto y robo de un tren (Edwin S. Porter, 1903) o Suspense (Lois Weber y Phillip S. Smalley, 1913).

Del anonimato a la fama

Sin embargo, hasta 1910 las productoras no acreditaban a sus estrellas, quienes eran conocidas como el chico o la chica de cada productora por miedo a que, al ganar notoriedad, pidieran mejores condiciones. Pero pronto los ejecutivos se dieron cuenta de que la fascinación que despertaban entre el público era tal que podían conseguir todavía más provecho haciendo público su nombre. Un ejemplo es Carl Laemmle, productor independiente que, al ver el potencial de Florence Lawrence, “la chica Biograph”, le ofreció más dinero y hacer público su nombre si se unía a su productora. Lawrence aceptó; así nació la primera estrella de cine. A Laemmle lo sucedieron otros como Adolph Zuckor, director de Famous Players Company, con el eslógan “Famous Players in Famous Plays” (“Intérpretes famosos en obras famosas”).

La actriz Florence Lawrence, conocida como «chica Biograph» y considerada la primera estrella de cine

Así nació el sistema de estudios, gobernado por un oligopolio de cinco grandes productoras llamadas Big Five (Metro-Goldwyn-Mayer, Warner Bros., Paramount, Fox, y RKO). Funcionaban con un sistema de integración vertical; es decir, controlaban todo el proceso de realización de una película, desde la producción hasta su exhibición. Esto les otorgaba poder absoluto en la industria, gracias a lo cual podían usar a sus actores como quisieran, con largos contratos y cláusulas de exclusividad.

Las exigencias del sistema de estrellas

Toda gran compañía tenía a un talent scout que recorría el país buscando potenciales nuevas estrellas, lo que alimentó el mito de Hollywood como sistema basado en la meritocracia abierto a todo el mundo. Quien aspirara a entrar en Hollywood, debía estar dispuesto a cambiar su nombre e imagen para proyectar la imagen que necesitara la productora en ese momento.

Un ejemplo notable es Rita Hayworth, nacida como Margarita Carmen Cansino e hija de padre gitano. Después de intentar suerte bajo el nombre Rita Cansino y estar relegada a papeles secundarios de “mujer exótica”, le recomendaron teñirse el pelo y cambiar su apellido para parecer más estadounidense y, así, asegurarse un lugar en Hollywood. El resto es historia. Otros, como Rock Hudson, se casaron para ocultar su homosexualidad, fenómeno conocido como “matrimonio lavanda”. Así pues, los actores interpretaban a un personaje no sólo en la gran pantalla, sino también fuera de ella. Edgar Morin define a las estrellas así:

Modelo y modelada, exterior e interior a la película, determinante pero determinada por él, personalidad sincrética donde no se puede distinguir a la persona real, a la persona fabricada por la fábrica de sueños y a la persona inventada por el espectador.

Eric Morin, Las estrellas de cine (trad. Alberto Ciria), Editorial Universitaria de Buenos Aires, p. 125
A Rita Hayworth, de nacimiento Margarita Carmen Cansino e hija de padre gitano, le aconsejaron cambiar su apellido para parecer más estadounidense y conseguir papeles principales en Hollywood

Las estrellas tras la caída del sistema

A pesar de la decadencia del sistema de estudios hacia principios de los años cincuenta, Hollywood siguió dependiendo de sus estrellas durante gran parte de la década y de la siguiente. Ante el auge de la televisión, que ofrecía a los espectadores la posibilidad de ver más películas desde la comodidad de su casa, el cine debía demostrar que era más. En consecuencia, contraatacó ofreciendo grandes producciones a color al alcance de sólo unos pocos, como Quo Vadis (Mervyn LeRoy, 1951) o musicales como Cantando bajo la lluvia (Gene Kelly y Stanley Donen, 1952). Hollywood quería representar el paraíso del cine, con sus estrellas como divinidades a las que idolatrar.

La humanización de las estrellas

Poco a poco, las estrellas han perdido su condición de divinidad. A ello han contribuido los medios de comunicación y las redes sociales. Durante la primera década del siglo XXI, los paparazis se dedicaron a exponer los momentos privados de actores y celebridades que demostraban que eran imperfectos como cualquiera de los mortales. Además de la misoginia latente en la sociedad de principios del milenio, el éxito de estas publicaciones parecía demostrar el resentimiento del público hacia personas que durante décadas habían sido divinizadas.

Burlas hacia el peso de la actriz y cantante Jessica Simpson eran constantes en la prensa amarilla de principios de los 2000

Durante la década de 2010, las redes sociales parecieron reconciliar a admiradores y celebridades. Ahora, era posible tomar control sobre la parte de su vida que compartían para crear una falsa sensación de intimidad y cercanía. Sirvan de ejemplo el matrimonio de Ryan Reynolds y Blake Lively, que constantemente se hacen bromas el uno al otro y cuelgan fotos de su vida real e imperfecta. Esta nueva visión de las estrellas contribuyó al aumento de las llamadas “relaciones parasociales”. Al pasar más tiempo aislados frente a una pantalla, es más fácil creer conocer bien aquella persona a la que admiramos y percibirla como amiga.

¿Ha muerto la estrella?

Sin embargo, algunos apuntan a que esta idea de la estrella auténtica y cercana de los últimos años ha acabado. Si bien no son pocos los admiradores que afirman conocer a sus ídolos y los defienden como si fueran amigos suyos, cada vez surgen más voces críticas hacia el comportamiento de ciertas estrellas. En 2020, cuando la población de todo el mundo estaba encerrada en casa, muchas veces en malas condiciones económicas y sociales, un grupo de actores de Hollywood, entre ellos Gal Gadot, Pedro Pascal o Natalie Portman, grabaron un video cantando Imagine de John Lennon para levantar la moral y recordar a sus fans que todos estaban en la misma situación.

La reacción a la iniciativa no fue la esperada: internautas y periodistas estuvieron de acuerdo en que el video demostraba una falta de tacto y una desconexión con la realidad. Hoy en día, la mayoría parece tener claro que las estrellas jamás serán uno más de nosotros. El auge del eslogan Eat the rich (“Cómete a los ricos”) o la crítica a los nepo babies de la industria parece confirmar este escepticismo hacia la falsa humildad de algunas celebridades.

Hollywood podrá seguir teniendo estrellas, pero en la era de las redes sociales, el gran público ya no parece dispuesto a idolatrarlas. No a cualquier precio.