A la incertidumbre

Ilustración de Mariana Chávez

El carrusel no se detiene, no le importan tus náuseas.

La marcha de los tristes, Lng / SHT

La semana pasada vi Actual People (2021), película dirigida y protagonizada por Kit Zauhar que explora la incertidumbre que supone la llegada a la adultez, desde una perspectiva un tanto autobiográfica. Riley, la protagonista, cursa el último semestre de la carrera; a la par que se enfrenta al estrés de los trabajos finales y los vínculos románticos inciertos, se hunde más y más en la confusión de cómo encaminar su futuro. Decir que me identifiqué con la situación es poco: sentí la mayoría de las angustias de Riley como propias. Puede que yo no deba decidir si quedarme en la Ciudad de México o mudarme a otro estado, pero sigo sin tener una idea clara del tipo de trabajo en el que me gustaría enfocarme, si quiero o no estudiar una maestría, si seré capaz de alcanzar la independencia económica.

“¿Qué has estado haciendo?” se convirtió en una pregunta que me molesta. La respuesta solía ser sencilla: “estoy en tal semestre de la carrera”, o “estoy de vacaciones, así que descanso”. Contestar esa interrogante se ha vuelto más complicado, porque decir que escribo mi tesina, me dedico a los trabajos esporádicos que me van saliendo, a proyectos personales y a los pendientes del día a día parece una suma insuficiente.

Los últimos meses he pensado a menudo en lo mucho que me aliviaría seguir estudiando la carrera, cursar el quinto o sexto semestre, no tener que preocuparme aún por qué camino o caminos elegir. Puede que en cinco años o inclusive menos estas inquietudes me parezcan menores; puede que sigan punzando, que se hayan exacerbado. Pero por ahora el tema aflora casi siempre, de una u otra forma, en mis consultas con la psicóloga, en mis momentos de angustia, en las conversaciones con mis amistades, quienes se sienten igual de desorientadas que yo.

Por supuesto, ninguna persona sabe exactamente qué está haciendo. “A tu edad yo estaba bien jodido, no tenía idea de nada”, algo parecido me dijo mi papá hace tiempo, en una conversación que valoro mucho por lo inusual que fue. Me aconsejó que me riera, la risa como remedio para contrarrestar mi ansiedad. No soy de risa fácil, pero he notado que entre más incertidumbre experimento, más fácil me resulta entregarme a esa manifestación de alegría, de nerviosismo, de desconcierto. Me he reído mucho las últimas semanas. No entiendo si se debe a que ahora sé aprovechar mejor los momentos tranquilos y placenteros, o al cúmulo de cansancio que no logro quitarme de encima; quizás una combinación de ambas cosas.

Me río de las bromas de mi hermana, de una buena parte de los reels y memes que veo en Instagram, de escenas que presencio o que imagino, de la risa de las personas a las que quiero, de mi desesperación.

Me río, pero me siento estancada. A inicios de año, incluso a mediados, sentía que podría haber algo esperando por mí; ahora soy yo quien debe tratar de llegar a un lugar indeterminado, sin demasiadas pistas útiles de por medio. Esta traba se refleja en mi ritmo de trabajo: escribir me requiere más esfuerzo, sobre todo empezar a hacerlo, y las palabras que mejor definen lo que busco expresar se me escapan; leo más despacio —no por ello mejor— porque mi concentración dura poco, me pierdo con facilidad entre las frases. Me noto lenta, seca, torpe. Estoy llena de dudas y parece no haber un límite para ellas.

Lo más adecuado sería tomar un descanso —una semana, un día por lo menos—, pero las fechas de entrega marcadas en mi calendario mental y la necesidad de continuar empujando para crear la ilusión de un avance obstruyen esa pausa. Es un mal de los tiempos actuales, supongo, creer que debes tener las cosas claras, cuando no resueltas. Aunque reconozco esto como una mentira, no puedo evitar caer en ella y sentirme culpable si la ignoro.

Volviendo a Actual People, una de sus últimas escenas muestra a Riley llorando en la mesa familiar, no necesariamente porque quiera mostrarse vulnerable ante sus papás y su hermana, sino porque llega al límite y se quiebra; a veces a las personas nos pasa eso. Abrirse con sus familiares le hace bien, y la escena final podría interpretarse como la aceptación de la incertidumbre que la aguarda, la conciencia de que puede enfrentarse a ella.

Hay días en los que siento tranquilidad respecto al futuro, incluso cierto optimismo, una fe curiosa. También hay días en los que soy Riley a punto de llorar en la mesa, sin poder trasladar en palabras lo que me molesta, porque no sé qué lo provoca o porque suena demasiado estúpido. Creo que una parte de la adultez significa aceptar —o resignarse ante, más comúnmente— la incertidumbre y la inquietud que ésta acarrea. Ya no podemos tener seguridad de nada. Podría llegar a los ochenta años, podría conseguir un trabajo estable, podría morirme mañana por un montón de causas que prefiero omitir: no tengo ganas de enlistar lo que me entristece y aterra del mundo. Por lo mientras sigo riéndome, como me recomendó mi papá.


Ilustradora: Mariana Chávez (Ciudad de México, 1999). Egresada de la carrera de Artes Visuales en la Facultad de Artes y Diseño de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde cursó talleres de pintura, dibujo, litografía y huecograbado. Sus principales intereses rondan el dibujo y sus posibles expresiones en libros, cuadernos, historias. Le interesa buscar vías alternas para exhibir, publicar y compartir mi obra, como fanzines, redes sociales o libros de artista.

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