El tren que nos ha sacado de la ruinosa y olvidada Bucarest ha frenado de golpe. Ya hemos recorrido los siempre disputados Cárpatos, las llanuras húngaras, y subimos por las montañas eslovacas hacia el corazón de Europa. Pero ahora, sin previo aviso, tenemos que detenernos. Pregunto a mi acompañante qué ha ocurrido, si sabe algo. Me observa con su cabello cano y una leve sonrisa, parece humedecer sus labios. De pronto brota su voz de sí, no de su boca, más bien de su estómago, y comienza a emerger de su cuerpo hasta quedar flotando sobre él. Las SS van en retirada y han volado las vías que nos conducen a la ciudad de Brno, me comenta, pronto se acabará el tiempo. Estamos en el 30 de abril de 1945, Hitler se ha suicidado y mi acompañante es el escritor checo Jirí Kratochvil, estamos ahora inmersos en su novela Buenas noches, dulces sueños (2012).
Encontré esta novela en una pila de libros de una librería del centro de Coyoacán. La adquirí sin chistar, la portada me llamó la atención de manera inmediata. Después la he colocado en otra pila de libros al lado de mi cama, donde pongo los pendientes de leer. Hace poco más de una semana la cogí y comencé a leerla, pronto se volvió una necesidad el acabarla y se me fue de las manos como se nos va la Historia, sin preguntarnos, rebasándonos.
Al comenzar noto que no es una novela convencional. Es un texto dialógico, pero sin diálogos. Es decir, los personajes hablan entre sí, los escuchas, pero no hay marcas ortotipográficas que indiquen el cambio de voz; ahora bien, esto no la vuelve difícil, más bien lo intuyes y te acostumbras. No sólo es parte del estilo del escritor, famoso por su escritura experimental, considero que es también el efecto que busca generar la novela. Como ya les he dicho, estamos en la ciudad de Brno, una urbe fuertemente golpeada por la Segunda Guerra Mundial, y los soviéticos han llegado hasta esta latitud para poner fin a la Alemania nazi. Sabemos que hay tropas asaltando Berlín, pero acá, en este lado de la todavía existente Checoslovaquia, aún hay resistencia de fanáticos de las juventudes hitlerianas y de las leales SS que intentan frenar el avance del Ejército Rojo. Tenemos, entonces, tres historias enlazadas en el libro, que se irán juntando paulatinamente, cada una con su toque fantástico y maravilloso, al igual que con sus propias dificultades. Al estar al final de la guerra más devastadora del siglo XX, comienzas a considerar lógico que no haya diálogos: ¿cómo se puede hablar? ¿Cómo se puede recuperar la voz después de este terrible acontecimiento?
Antes de continuar, debemos hablar un poco sobre el escritor y cómo se ha consolidado. Nace en 1940, por lo que crece en el Protectorado de Bohemia y Moravia, un estado títere de la Gran Germania en proceso de construcción. Kratochvil tiene su primera infancia bajo el despiadado régimen nazi, y después bajo el totalitario nuevo gobierno prosoviético. Es un escritor compulsivo, pero sus libros van a ser censurados por el gobierno comunista, debido a que se aleja —yo diría que demasiado— de los valores del arte socialista. Influido por el realismo mágico alemán y el fantástico, sus obras se convierten en metahistorias que rompen con los pactos de realidad historiográficos y se vuelcan a un fantástico que roza el surrealismo. De espíritu barroco y kafkiano, Kratochvil busca, al romper con la rigidez analítica, poner luz en esas partes oscuras y siniestras de la Historia.
En lo narrativo, uno de los aciertos de Jirí Kratochvil consiste en que a nosotros como lectores nos convierte en narradores de la trama, ¿cómo es esto posible? Bueno, pues toma el principio de que nosotros, como espectadores del objeto estético, en este caso la novela, somos coautores del mismo, pero lo lleva todavía más allá: los personajes nos quieren ocultar información, se refieren a nosotros como “el narrador” y llegan a susurrarse cosas, o a omitir de forma deliberada información de la trama misma. Un gran efecto de sentido, pues somos parte de la historia pero también seres exógenos que no tienen incidencia en ese tiempo, y es importante hablar de el tiempo que transcurre en la novela.
Al entrar al universo de la obra nos percatamos que el tiempo narrativo, también llamado diegético por los estudios narratológicos, es el del sueño, es decir, nos da la ilusión de que estamos en la ausencia de temporalidad, en el sonambulismo. Una de las parejas de la trama, compuesta por un joven judío que ha sobrevivido a la Shoa1 y su gata parlante, se ven atrapados en el final del tiempo, donde todo termina, donde la Historia se detiene para que todo lo grande, que a veces se resume en pequeñas acciones, se resuelva. Y pensemos que, en efecto, el final de la Segunda Guerra Mundial, mientras se daban los últimos enfrentamientos entre los fanáticos de las SS y las fuerzas aliadas, debió representar la ausencia de toda sensación temporal.
Pongamos un poco de perspectiva. Mientras los aliados occidentales derrotaban la Italia de Mussolini y comenzaban a liberar las zonas de la Francia ocupada y de la colaboracionista de Vichy, los países de Europa del Este no tenían la sensación de que la libertad llegaba con la retirada de los nazis, como sí ocurría en los territorios al oeste del río Rin. Los soviéticos, lejos de construirse como los salvadores, terminaron cometiendo horrores iguales a los del poderoso ejército teutón. Las estepas orientales, las montañas y los ríos azules sólo vieron cambiar de colores los emblemas de sus ocupantes: pasaron del negro y el blanco de la esvástica al dorado de la hoz y del martillo; el rojo de la bandera se mantuvo. El centro político de Europa no era el centro geográfico que le correspondería a Chequia, Austria y Hungría, sino que se desplazó hacia París y Londres en primer momento, y después hacia los Estados Unidos de América. Jirí Kratochvil denuncia esta etapa de una República Checa oprimida por las hordas del Ejército Rojo una vez que las salvajes SS se retiraron en desbandada hacia lo que quedaba de su Gran Germania.
El resistirse de los personajes a habitar en su propio tiempo diegético es uno de los elementos que corrompen la realidad socialista, ésa que deseaban imponer los soviéticos en las artes, y vuelve el texto de Kratochvil una obra estupenda, inmersa en el realismo mágico y lo fantástico. Los mismos textos del autor fueron prohibidos por el régimen socialista asentado en Praga y no fue hasta la Revolución de Terciopelo y los modernos años noventa en que el escritor por fin pudo arrancar su prolífica carrera. Buenas noches, dulces sueños, escrita en 2012, es una novela que regresa a los orígenes de esa Checoslovaquia “liberada” que se mantendrá lejos de la verdadera sensación de vida democrática.
Lo que me gustó: la trama experimental, la ruptura de la historiografía para explorar desde lo fantástico y lo real maravilloso otras experiencias humanas de la tragedia, y sobre todo el final de la novela, sin la necesidad de arruinarlo, me parece un gran logro narrativo, pues cambia la estructura que el escritor ha venido manejando y cierra la trama con gran potencia. Lo que no me termina de encantar es que en ocasiones los diálogos entre personajes se convierten en pláticas forzadas y poco creíbles, así como el nada pudoroso sentir de admiración hacia los Estados Unidos.
Mi acompañante ha regresado a su asiento, después de bajar para contemplar las ruinas de la desolada ciudad de Brno. Me comenta que ya han quitado los restos de un tren en llamas que nos impedía el paso. Se despide y siento un golpe en el estómago: aunque el viaje ha sido corto me he encariñado. Se quiere quedar, ayudar en la reconstrucción de la ciudad que lo vio nacer hace cinco años. Le ofrezco la mano y me pregunta sobre mi siguiente destino. Aún no lo tengo claro, es probable que tome un barco y regrese a mi América, quizá primero pase un rato en ese vecino del norte, en las tierras yanquis.
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1 Considero más apropiado usar el término hebreo de Shoa, utilizado desde la intelectualidad hebrea (planteado por la pensadora Hannah Arendth y recuperado por la escritora judeoargentina Mado Reznik) que significa “el desastre”, para hacer referencia a los horrores del nazismo contra la población judía. ¿Por qué no usar el de “Holocausto”? Es simple: un holocausto simboliza al sacrificio y, hay que decirlo, las comunidades semitas no se sacrificaron: fueron masacradas. De igual manera, desde la cultura romaní se le denomina “Porraimos” a la matanza selectiva por parte de los alemanes hacia las comunidades gitanas, pues no era la misma forma de vivirlo y tampoco el posterior exterminio desde el ser judío al ser romaní en uno de los campos de horror nazi. Me es indispensable desligar el término de la Shoá de las construcciones sionistas (quienes la denominan como Shoáh) para el día nacional de conmemoración en el Estado de Israel.