La tragedia tiene hambre: “Seis ensayos sobre la violencia”, de Rafael Acosta

¿Qué de tragedia personal, subjetiva, hay en aquellas brutales desdichas de nuestra realidad? ¿Cómo marcan los estragos de la violencia nuestros cuerpos y espíritus? ¿Queda algún componente humano en las personas después de la violencia? Seis ensayos sobre la violencia (UANL, 2023), de Rafael Acosta (Coahuila, México, 1981), explora estas preguntas de golpe, en caliente, sin miramientos ni entredichos, porque la respuesta ya se sabe de antemano: la muerte ronda y a veces recoge sólo aquellos recovecos sensibles de nuestro ser. Cuando eso sucede, todo ha terminado: el cuerpo queda condenado a ser sólo cuerpo, a sobrevivir en las zonas liminales donde no puede ser considerado víctima ni victimario.

Publicado recientemente por la Editorial Universitaria de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), el libro es un doloroso pero necesario descenso a lo que sucede con lxs sujetxs involucradxs en alguna guerra ajena —narcoguerra, guerra de Estado, guerra civil, guerra psicológica—, a veces por accidente, a veces por necesidad, pero siempre orilladxs a la tragedia. La miseria, el narco, los abusos del Estado, la dominación, la exigencia de abundancia y las nocivas relaciones familiares son, además del pan de cada día, las herramientas con las cuales lxs protagonistas cavan sus propias tumbas.

La obra se compone de fragmentos que se encuentran a medio camino entre el relato y el poema. Acosta no adorna, más bien expone a través del verso implacable los estragos de la violencia. Sus personajes no son introspectivxs, pero el autor da más pistas de las necesarias para ahondar en sus entrañas. A la postre estas huellas quedarán expuestas, devengadas, saldadas. Hay una gran paradoja en el texto: su lenguaje poético esconde ―ora sutilmente, ora de manera críptica― aquellos rasgos indecibles, irrastreables de la violencia. Aun con la inclusión de seis narraciones en verso, el título de la publicación no engaña a nadie, pues dentro de cada relato hay una aguda y desasosegada crítica que podría considerarse un esbozo de la realidad situada en el norte del país. Ensayo, entonces, haría referencia no al género literario, sino al experimento, a la puesta a prueba de la violencia. Y para que no sea una fría práctica de laboratorio, el autor eligió el verso en vez de la prosa porque

él sabe que el romance es mejor para la historia que la prosa.
Que la prosa se diluye en sus mamadas […]
Las cosas no están en lo narrado, sino en lo cantado.
Y eso es lo que hace, mejor, siempre, un corrido.

Rafael Acosta, Seis ensayos sobre la violencia, UANL, p. 78

Algunos textos del libro son cantables al compás de la música regional mexicana. El corrido no es más que una interpretación heroica de lo sucedido; pero en este caso el heroísmo sólo sirve de esqueleto, pues aunque figuras legendarias como Hércules y Horacio aparecen en el libro, son apenas una sombra borrosa que se pierde a sí misma, como la narrativa épica en tiempos adversos. No hay grandes héroes que nos saquen de este estado de emergencia provocado por la guerra contra el narco, contra la corruptela y contra los civiles. Los narcocorridos son un engaño: no narran la pérdida, el dolor, sino la victoria vacía y el fuego que arderá sólo cuando se siga alimentando. Apenas, como no queriendo, hay atisbos de esperanza. Todo parece perdido, agobiado, inférnico, y sin embargo sigue. Pero no por sí mismo. Lxs personajes conducen al todo, avanzan implacables, pero asustadxs. Valerosxs, pero vulnerables. Victimarixs, pero víctimas.

No es la paz de los infiernos
lo que me arde en la memoria,
sino el fuego de los viajes;
no es el miedo de sufrir,
ni esperar que esto se acabe.
Es pensar que no termine,
que prosiga, sin final,
tener miedo de ti mismo,
el mirarte en los abismos,
sí, sonriendo, sí, enseñando
los colmillos como lobo.

Rafael Acosta, Seis ensayos sobre la violencia, UANL, p. 99

¿Qué dolor es éste? ¿Qué música suena cuando penetra la violencia, cuando te posee y cuando se vuelve indivisible? Otra razón para que el texto se encuentre en verso es la incredulidad, el quedarse frío, tieso ante la perversión. Sin saber qué decir, qué hacer, qué escuchar, qué comer para saciar el hambre, todavía desconocida, de justicia. Hay un gran espacio para la interpretación en los sucesos de cada salto versificado y eso es porque la violencia no genera los mismos estragos en todos los cuerpos y en todos los sujetos. Hay algunos cuya marca es más clara: las mujeres, lxs niñxs, lxs migrantes, lxs subalternxs. Pero a otros, sicarios, coyotes, halcones, victimarixs, los consume de adentro hacia afuera, en un festín pavoroso pero discreto. 

Uno. En “Allá a lo lejos se oye un ruido”, una mujer se queda en el fuego cruzado de un pueblo abandonado. Dos. En “Corresponsal de guerra”, hay una venganza en nueve entradas, como juego de beisbol. Tres. En “Clavado”, los empresarios sacrifican sangre proletaria. Cuatro. En “La lucha que no se ve”, hay un malentendido por turnos. Cinco. En “Tranvía llamado Bestia”, la migración deviene metanfetamina. Seis. En “A piel de mezquite”, arde el futuro. Éstas son las tramas de cada narración, o bien podrían no serlo, bien podría habérselas cargado la onda expansiva de la violencia:

¿Dónde están esos hombres jaladores?
El tiempo se los llevó como estornudo.
¿Dónde está la industria, aquel acero?
Ese rojo profundo de metal mojado.
¿Dónde están los hombres bravos,
sombrerudos,
que cuidaban de la paz desde los ranchos?
A otro lado ya corrió todo el que pudo.
Y ahí quedan los que quedan.

Rafael Acosta, Seis ensayos sobre la violencia, UANL, p. 21-22.

Todo se desmorona ante la susceptible y cercana mirada de Acosta. Reynosa, Matamoros, Nuevo Progreso, Escobedo, antes vergeles, ahora son desiertos en llamas, el infierno, con sus mártires, inocentes y pecadores. Todo se desdibuja. Hasta los personajes se diluyen en medio de la violencia. Queda una mezcla homogénea, coagulada, de rojo intenso y azul perpetuo. Adentrarse en este libro es un trabajo criptográfico porque ese mismo esfuerzo es el requerido para desentrañar las profundidades sociales y subjetivas de la violencia.

La violencia tiene apetito y el libro se esfuerza en resaltar que su alimento no es el estrambótico asesinato o el grandilocuente tráfico de drogas. La verdadera fuente de la violencia se esconde debajo, en lo cotidiano, en el día a día, en la vida cultural, la vida familiar, las amistades, el sexo, las visitas al centro comercial, en el trabajo, los partidos de beisbol, las búsquedas por mejores condiciones. Luego, cuando el momento es propicio, la violencia explota y alcanza largas hectáreas. Tal vez no se note, porque viaja a velocidades infinitesimales, pero llega, y de que explota, explota.

Quienes quieran adentrarse en el tema y estén dispuestxs a abrirse paso entre charcos de lodo y sangre para llegar a algunas conclusiones, pueden encontrar Seis ensayos sobre la violencia, de Rafael Acosta en la tienda en línea de la UANL o en su red de librerías. Provecho.