Carlos Vadillo Buenfil (México, 1966) es un narrador y ensayista mexicano originario de Campeche. Sus obras abordan temas como la muerte, la soledad, la corrupción, el crimen organizado y la cotidianidad, por mencionar algunos. Ha sido galardonado con los premios nacionales de cuentos Efraín Huerta, Ramón Rubín, José Alvarado, entre otros. Recientemente, la Editorial Universitaria de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) publicó Lluvia de noche y otras acanalladas narraciones (2023), una antología de cuentos que retrata la sordidez de la sociedad latinoamericana en lugares como pueblos olvidados, circos, ferias, prostíbulos, cantinas, universidades o bibliotecas, con lo canallesco como hilo conductor en forma de personajes o situaciones viles y despreciables.
¿A qué se refiere el autor con lo canallesco? ¿Los malos nacen o se hacen? ¿Dónde radica la maldad? A lo largo de la historia, diversos filósofos y escritores como Gandhi, Tolstoi o Freud se han planteado estas preguntas tan controversiales y necesarias para la convivencia. Para Vadillo Buenfil, el ser canalla radica tanto dentro de los personajes como fuera de ellos; puede ser un carácter inherente al ser humano desde su nacimiento que lo imposibilita a adaptarse a las normas sociales, es decir, se encuentra en la misma naturaleza del ser. Al mismo tiempo, lo canallesco se origina del contexto, de las situaciones y de los estímulos que orillan al ser humano a volverse un malhechor. Así, dentro de la antología se plasman personajes que van en contra de la naturaleza porque viven abandonados, excluidos o segregados.
En el cuento “Ciertos malandrines” se aprecia la complejidad de las relaciones entre padres e hijos. Ni unos ni otros son perfectos. Por un lado, la madre apodada “Paloseco”, la protagonista del relato, es una piedrita en el zapato para la Privada de San Serapio, el lugar donde se desarrolla la historia: antes de bañarse, se pasea desnuda detrás de su terreno; arroja basura sin cuidado a los alrededores; golpea a la maestra por haberle puesto orejas de burro a su hija Arvelita; es acarreada de un grupo priista integrado por lideresas de colonia… En síntesis, avergüenza a sus hijas y a la gente a su alrededor. Por otro, Caraevieja, el padre de las adolescentes, engloba lo peor de la masculinidad tradicional, pues eructa hasta vomitar mientras está ebrio, regala revistas Playboy a los vecinos e, incluso, intenta abusar de una de sus hijas.
De esta manera, se asocia la precariedad económica con la vileza. La familia no se libera del estigma social por los roles que emplean los padres dentro del sistema: una mujer acarreada y un hombre holgazán. Ninguno compatibiliza con los valores hegemónicos de la civilización. Y el narrador, al estar enamorado de una de las hijas, desempeña el papel de héroe que busca rescatar de la barbarie a la dama. El narrador demuestra un razonamiento materialista y reduccionista al creer que la solución de los problemas depende del estado socioeconómico de la familia. “Ciertos malandrines” retrata la violencia y precariedad dentro de un núcleo familiar marginado por medio de la voz de un narrador ajeno a éste.
El viernes me desplacé a su colegio, para esperarla a la salida. Al verme no ocultó un mohín de fastidio y, sin despegarse de un grupito de muchachas, me dijo con voz contundente que siguiera mi camino, “Adiós, Nacho, que te vaya bien, abre los ojos y déjate de mamadas”.
Carlos Vadillo, Lluvia de noche y otras acanalladas narraciones, p. 63
“Un reptil” narra la historia de una niña de quince años que, desde su punto de vista, mantiene una relación distante y beligerante con su padre, como muchos ocurre en la adolescencia. Es interesante cómo la primera imagen del padre que ofrece la narradora es la de él mirando a una mujer con minifalda mientras fuma. Se trata, así, de un padre desapegado, ausente e indiferente. Éste lanza a su hija uno que otro comentario hostil al aire: la llama “rarita” por ir a talleres de poesía y critica su manera de hablar. La paternidad se muestra como un ejercicio de poder donde el padre pretende que su hija cumpla sus expectativas e intereses como el ser Reina de la Primavera de Bachilleres para quedar bien con sus allegados. El autor desmonta la idealización y sacralización de los vínculos familiares para evidenciar los modelos famliares tradicionales en los que no se escucha a las infancias y se cosifican los roles femeninos.
La niña entra junto con su papá a un espectáculo de circo protagonizado por Irene, la mujer tortuga. Popularmente, cuentan que Irene suele gastarse la pensión de los ancianos y, como castigo, una mañana despierta con una coraza y escamas. Sin embargo, la mujer tortuga en realidad es una joven con un disfraz de espuma y papel maché que vomita y llora detrás del escenario. La vileza de la historia parte de que los monstruos no se encuentran dentro de un espectáculo de circo; más bien, los verdaderos engendros son el padre de la adolescente y el locutor que recriminan a Irene luego de las funciones. El autor concibe lo humano como lo monstruoso al estilo del new horror, género en el que se propone una nueva comprensión del horror a partir de la deshumanización de la sociedad y la corporización de la maldad.
El narco es un elemento que aparece en distintos momentos a lo largo de las “acanalladas narraciones” de Carlos Vadillo como ocurre, por ejemplo, en “Lluvia de noche”. En este cuento, el Ingeniero Quesada es enviado a Petenchilán por una compañía ferroviaria para realizar labores topográficas. Los muchachos que lo ayudan en las mediciones y materiales “hicieron frente a una gavilla de sicarios que se hacía llamar los Señores de Xibalbá, que quisieron apoderarse de esta plaza a punta de plomazos”. Este par de jóvenes hermanos contaba con esclavos migrantes haitianos a quienes explotar en las plantaciones. La historia se desarrolla en un ambiente violento, pero lo atrayente no es la violencia, sino su normalización, a tal grado, que la gente que llega a Petenchilán se hospeda en sepulcros.
Carlos Vadillo representa a Petenchilán como una necrópolis administrada por el narcotráfico. La gente alberga en sus panteones a los extranjeros con las más finas comodidades, jardines espléndidos, iluminación, sepulcros acondicionados con sábanas, toallas, almohadas, divanes: “Igualmente, me informa la hora de su despertar y llego puntualito con unos bollos y el café con leche, retiro la cubierta pétrea y ¡hala!, a empezar el día con el curro!”. Con humor, el autor naturaliza el uso de las armas y la convivencia con grupos armados, normaliza el abandono de las autoridades, humaniza a los sicarios, o sea, expresa la violencia como parte de la vida cotidiana.
La naturalización de la violencia se desdibuja como consecuencia del tono fantástico de “La flor de shkanol”. Eustaquio, un hombre que frecuentaba una cantina de nombre El Cangrejo Presumido, es asesinado por dos tipos dentro del lugar. Luego de este hecho, comienzan a suceder cosas extrañas que orillan al dueño del lugar a huir, esto hace que el lector dude entre la realidad y lo sobrenatural: “Me consta que don Teo no quería cerrar su tugurio ni irse de este barrio ni apartarse de la tradición, pos figúrese, o sea, que su abuelo y su padre también fueron cantineros”. Los acontecimientos fantasiosos no parecen del todo imposibles por el elemento popular de los relatos.
No puede omitirse la relevancia de la musicalidad del autor en sus historias. Parece como si la musicalidad contrastara con la crueldad de las narraciones. Por un lado, el registro léxico asemeja al habla popular y, por otro, el ritmo y la armonía de sus relatos le dan un toque pintoresco a la temática de la obra. Esto se observa mejor en los diálogos entre personajes: “La historia de esta pareja es un poco retorcida, se cuenta que… pero no, ya se la contaré cuando vuelva al rato o para otro día”. Las rimas en la narración recuerdan al modo como los juglares, portadores de la tradición oral, durante la Edad Medía contaban historias. Este tipo de poesía, recitada en los estratos más bajos de la sociedad, da signos de un vínculo vetusto entre la oralidad y el pueblo.
“En los labios de los vivos” originalmente pertenece a Un nudo en la garganta (2009), pero se incluye también en Lluvia de noche y otras acanalladas narraciones por seguir la misma temática. Diego, el personaje principal del relato, y sus amigos acuden a un oratorio para conocer una cruz famosa en la ciudad por su historia. Entre pláticas nocturnas, el velador de la cruz relata a los adolescentes la historia de una prostituta apodada La Muda, quien tuvo una muerte desgarradora. Rumbo al final, lo interesante consiste en que las historias de los personajes se entrelazan y el autor deja un final abierto donde quedan preguntas irresueltas, de manera que el ambiente misterioso y la incertidumbre se mantienen durante de inicio a fin.
“El poeta laureado”, en comparación con los demás cuentos, a manera de sátira, se burla de lo canallescas que pueden llegar a ser las aspiraciones de los autores en el mundo intelectual literario. El protagonista, un escritor amante de las letras y la pedantería, en su intento por obtener poder, salta a la esfera pública con el fin de involucrarse en cuestiones políticas y económicas a costa de lo que sea. Su narcisismo lo lleva a obsesionarse con las premiaciones y los concursos, de manera que la historia relata una y otra vez qué tan bueno es como poeta y qué tan extraordinarios son sus escritos (robados). Su ambición lo envicia y sus actitudes provocan la muerte de sus contrincantes literarios. El uso de las comas, la reiteración de las expresiones y la repetición asemeja su pensamiento rumiante y su ensimismamiento.
Él, a comparación de poetas egotistas (Uuufaaa, ese Sabines, Pellicer o Pacheco sí que eran unos hígados), se jacta de encarnar la sencillez —diantres—; la prueba es que él no mandó a erigir el busto en su jardín.
Carlos Vadillo, Lluvia de noche y otras acanalladas narraciones, UANL, p. 79
El carácter histórico, la fantasía, lo sobrenatural, la crueldad humana, el humor, la espiritualidad, el placer, la juventud, la adolescencia y el engaño son algunos de los rasgos de la compilación de cuentos de Carlos Vadillo. La composición de los relatos en cuanto a su estructura es sencilla, el ritmo narrativo obliga a estar alerta y, a pesar de la seriedad temática, resulta casi imposible no reírse de vez en cuando.Si te interesa conocer las distintas facetas del “espíritu canalla” retratadas por Carlos Vadillo Buenfil, puedes adquirir Lluvia de noche y otras acanalladas narraciones en la tienda de la Editorial UANL.