Quien frecuente foros como Reddit o páginas dedicadas a historia o literatura estará familiarizado con el concepto “historians will call them friends”, que se podría traducir como “los historiadores dirán que eran amigos”. Este lema, más allá del humor, pone de manifiesto un problema evidente: la invisibilización y supresión de la homosexualidad a lo largo de la historia, o queer erasure. En el caso de las mujeres, esto convive con la fina línea entre la amistad intensa y el amor romántico, lo cual reserva al lesbianismo un lugar especial. En el cine clásico de Hollywood, esta diferencia nunca ha sido más clara que en los días del Pre-Code, cuando el lesbianismo parecía poder existir en un limbo entre la sutil insinuación y lo que resulta atractivo para la mirada masculina. Las consecuencias de esta dicotomía han llegado hasta nuestros días.
El lesbianismo en la antigüedad
Ya en el Código de Hamurabi hay alusión a la atracción sexual entre mujeres. De hecho, los babilónicos reconocían la categoría de las salzikrum (hija-hombre), quienes poseían más derechos hereditarios que otras mujeres y podían tener varias esposas. No obstante, es difícil aplicar nuestra mentalidad a estas sociedades. Si bien sabemos que ciertas civilizaciones antiguas eran más abiertas a las relaciones entre dos personas del mismo sexo, en la mayoría de casos se hablaba de actos homosexuales, no de identidad, y casi siempre aplicada exclusivamente a hombres.
Aunque más ignorada por los literatos de la época que la homosexualidad masculina, sí tenemos constancia de relaciones entre mujeres en las sociedades griega y romana. En El Banquete, Platón habla de mujeres que “no se preocupan por los hombres, pero tienen contacto con mujeres”. Dramaturgos romanos satíricos como Juvenal o Marcial también hacen referencia a ellas. Safo, por su lado, no sólo pasó a la historia por su talento literario, sino por ser de las primeras en hablar abiertamente de su sexualidad, en este caso con otras mujeres. Ahora bien, no debemos olvidar que dichas relaciones lésbicas se percibían como “incompletas” porque en ellas no participaba ningún hombre.
La Edad Media
Algo similar ocurría durante la Europa Medieval: a pesar de haber constancia de prácticas lésbicas durante este período, hasta nuestros días sólo tenemos registro de doce condenas a mujeres homosexuales durante ese periodo. En cambio, la sodomía era un crimen conocido, y uno de los más duramente castigados. Esta diferencia se puede explicar porque el sexo se entendía como un acto en el que debía haber penetración y, por lo tanto, era necesario el hombre. Buen ejemplo de ello es la condena a Katherina Hetzeldorfer en 1477, primer registro de una mujer ejecutada por homosexualidad. Lo que diferencia el caso de Hetzendorfer del de otras mujeres mencionadas anteriormente es que usaba un miembro de cuero para tener relaciones con otras mujeres. Así pues, había penetración en sus actos, considerados subversivos y contra natura. Al adoptar un rol “masculino”, la amenaza de Hetzendorfer podía ser tomada en cuenta.
Quizá por esto no deben sorprendernos las relaciones de algunos personajes femeninos durante la literatura medieval y renacentista europea. Aunque desde un punto de vista actual puedan ser vistos como indicadores de homosexualidad, en la época eran o muestra de la relación cercana entre ambas mujeres o bien un atractivo para los lectores. Tenemos, por ejemplo, la relación entre Plaerdemavida, doncella de la princesa Carmesina en la novela caballeresca Tirant lo Blanc (Joanot Martorell, 1490), quien ve a su señora desnuda y halaga su cuerpo. En La Celestina (Fernando de Rojas, 1499), el personaje homónimo dice a Areúsa, una de las prostitutas que tiene a su cargo, que es “una enamorada tuya, aunque vieja”, y después: “¡O, quién fuera hombre y tanta parte alcançara de ti para gozar tal vista”. Años más tarde pasó también desapercibida la relación entre los personajes de El conde de Monte Cristo (Alexandre Dumas, 1844-1845) Eugénie y Louise. A lo largo de la novela, muestran desinterés por los hombres y, al final de todo, huyen juntas a Bélgica. Una vez más, la homosexualidad femenina gozaba de una posición especial: al no ser considerada “completa”, podía ser confundida con amistad y, así, pasar desapercibida.
La subversión del Pre-Code
A principios del siglo XX, algunos países europeos y Estados Unidos empezaron a ver la homosexualidad, hasta entonces tabú, con ojos menos críticos; el cine, como otras veces, demuestra este progresivo cambio de mentalidad. Ya en 1894 encontramos The Gay Brothers, cortometraje donde aparecen dos hombres bailando. Aunque muchas de estas cintas trataban el tema desde el humor, poco a poco veíamos a las sexualidades disidentes reclamar su lugar en el espacio público, después de siglos de clandestinidad.
Durante los años del llamado Pre-Code, no sólo hubo más personajes homosexuales en pantalla, sino que muchas de las tramas giraban en torno a la homosexualidad. Algunos ejemplos notables son la primera ganadora del Oscar Alas (William A. Wellman, 1927), que muestra un beso entre los dos protagonistas masculinos, o Muchachas de uniforme (Leontine Sagan, 1931), basada en la obra de Christa Winsloe, y un relato lésbico realista durante la Alemania de Weimar.
El cine no servía únicamente para visibilizar la homosexualidad, sino que los mismos platós podían fungir como lugar de apoyo. Salomé (Charles Bryant, 1922), adaptación de una historia de Oscar Wilde, contaba con varios miembros de la comunidad LGBT+ en su elenco, entre otros Alla Nazimova, bisexual, y su pareja Natacha Rambova, diseñadora de vestuario. Además, varias de las damas de compañía estaban interpretadas por hombres travestidos.
En el momento, varios rumores apuntaban que dos iconos de la época, Marlene Dietrich y Greta Garbo eran bisexuales y mantenían relaciones con mujeres. Esto, lejos de perjudicar su imagen, contribuía al atractivo y fascinación que despertaban en el público. Tanto en Marruecos (Josef von Sternberg, 1930) como en La Reina Cristina de Suecia (Rouben Mamoulian, 1933) ambas actrices se besan con otra mujer, si bien la historia de amor principal es con un hombre. De aquí podemos interpretar: la amistad entre mujeres puede ser lo bastante intensa como para rozar el romance (más si éste resulta atractivo a la mirada masculina), pero nunca hasta el punto de destrozar el orden natural de las cosas, a saber, el amor heterosexual.
La aplicación del Código Hays
Sea como fuere, la representación de identidades al margen de la hegemonía, unidos a una serie de escándalos en el mundo del espectáculo, desencadenaron una oleada de voces conservadoras que afirmaban que el cine pervertía la sociedad. Productores y cineastas, ante el miedo que el gran público renegara de su producto, relativamente nuevo, crearon el Código Hays, que regulaba los temas que podían aparecer en escena. Así, la homosexualidad no podía ser mostrada explícitamente o, al menos, bajo una luz positiva.
La mayoría de guionistas y directores lograron eludir la censura mediante simbolismos e insinuaciones en lo que es conocido como queer coding: presentar a un personaje con estereotipos asociados a la homosexualidad para que el público asuma su orientación sexual sin tener que explicitarla. En el caso de los hombres, muchos de estos personajes quedaban relegados a los villanos, como Joel Cairo en El halcón maltés (John Huston, 1941). Moral y sexualidad reprimida conviven en el cine de Alfred Hitchcock, sobre todo en películas como Rebeca (1940) o La soga (1948). En el caso de las mujeres, aunque encontramos a villanas que podrían ser leídas en clave homosexual, la visión de la amistad y sexualidad femeninas permitían la existencia de amistades sospechosamente cercanas. Pero cualquier referencia explícita a la relación amorosa entre dos mujeres estaba condenada al fracaso.
William Wyler, por ejemplo, tuvo que autocensurarse dos veces al querer llevar la obra de teatro de Lillian Hellman La calumnia a la pantalla, en la que dos profesoras son acusadas de lesbianismo. La primera vez, en 1936, cambió radicalmente el argumento: ahora una de las protagonistas no se enamoraba de su compañera, sino del prometido de ésta. Veinticinco años más tarde, cuando el Código parecía haber perdido vigencia, volvió a intentarlo, esta vez fiel al guion original. Ahora bien, al ver el montaje preliminar de la película, Wyler temió no tener el beneplácito de los censores, por lo cual eliminó toda escena donde se aludiera a la homosexualidad.
Poco a poco, películas que desafiaban el Código, hechas por cineastas con ideas nuevas, tuvieron buena recibida entre el público. En 1966, se abandonó definitivamente el Código en favor del Sistema MPA de calificación por edades. Sin embargo, pasó un tiempo hasta que los personajes LGBT+ se pudieron presentar sin tapujos en la gran pantalla. Primero marcados por el queer coding, después ya abiertamente homosexuales, aunque en muchos casos relegados a papeles secundarios.
La situación actual
“Statues like this typically depict a married couple. It was unusual for two women to be sculpted side by side. The relationship between these two women is not specified.”
— Cora Harrington (@lingerie_addict) September 28, 2022
Obviously, they were roommates. pic.twitter.com/lZAqDW4niX
Pasemos a hoy. Aunque podríamos pensar que con la llegada de nuevas voces y creadores cada vez hay más presencia de personajes LGBT+ en la cultura popular, se sigue jugando con la ambigüedad de ciertas relaciones, sobre todo en lo referido a mujeres. Series como Supergirl (2016-2021) o, más recientemente, Merlina (2022), han sido acusadas de queerbaiting (o reclamo LGBT+) por dar a entender que en algún momento las dos protagonistas, amigas, pasarían a ser algo más.
Mientras tanto, algunos historiadores siguen invisibilizando historias que, de haber sido protagonizadas por un hombre y una mujer, se leerían en clave romántica. Sirva de ejemplo la descripción para la estatua egipcia de Idet y Ruiu: “Las estatuas de este tipo normalmente representan a una pareja casada. Era poco habitual que dos mujeres estuvieran representadas la una al lado de la otra. La relación entre estas dos mujeres no está especificada”. En efecto, los historiadores dirán que eran amigas.