Doctor, póngame un chip – Cuento de Eduardo Honey

Aoki toma el balón y se lanza corriendo, esquiva contrincantes, uno tras otro. Está por llegar a la meta cuando da un mal paso y cae, rueda varias veces. El equipo contrario se aprovecha y toma el balón.

—¡Ahora qué, Aoki! —le gritan desde la banca. Aoki, con temor, rueda a un lado y sale de la cancha para permitir la entrada de su relevo. Lentamente, se levanta mientras llega la asistencia médica a revisar si tiene alguna lesión. 

—¿Alguna molestia, algún dolor? —las sempiternas preguntas. Niega con la cabeza. La doctora revisa, aplica un aerosol e indica que puede seguir jugando.

Aoki trota un poco para verificar que todo está en su lugar. Sólo es su orgullo el que resultó mal. En el partido es la tercera vez que algo le pasa y se le enredan los pies. Cae o falla en anotar. Siempre saca distancia o tiempo para ejecutar ese disparo, ese centro, ese pase que tan bien domina, pero algo pasa. Y todo se descompone.

Le señalan desde la banca que no regresará al partido, que está listo el cambio. Aoki suspira y, aunque ganan, siente la derrota. Van diez partidos con la misma historia. Arrastra los pies y, con la cabeza agachada, camina a la banca, la acolchada celda con vista directa a la cancha, de donde no ha podido escapar recientemente.

—¡Felicidades equipo! ¡Nilam, excelentes anotaciones! ¡Kalani, te luciste defendiendo nuestra meta! Con facilidad mantendremos el primer lugar y ganaremos las finales —comenta Harue, la dueña del equipo con singular alegría. Saluda a cada jugador que nombra. Mientras el festejo corre por el vestidor, se acerca a Aoki—. Creo que tenemos que revisar tu desempeño, disminuye cada semana. Te veo entrenar y allí demuestras tu nivel, pero algo pasa cuando sales. Ven, quiero presentarte a alguien.

La dueña toma a Aoki del brazo para que la acompañe. Dejan atrás el vestidor y entran a una oficina que está al fondo del pasillo.

—Creo que ya conoces a Sasha —afirma Harue como si fuera común tener a la estrella deportiva, a la persona que ha llevado al equipo de primera liga a ganar cinco campeonatos, líder en anotaciones y pases, cuyo rostro es conocido en todo el mundo. Aoki no da crédito y casi se va de espaldas cuando Sasha le extiende la mano:

—¡Mucho gusto, Aoki! Harue me ha platicado mucho del equipo y me invitó a verlos hoy. A un paso de las finales, ¿o no?

Aoki responde al saludo con un gesto, las palabras se niegan a salir.

—No te preocupes. Uno se siente así tras una buena victoria. ¿Sabes desde cuándo conozco a Harue? Desde que tenía tu edad más o menos. Siempre fuimos muy buenos amigos y los dos jugamos en el mismo equipo de la escuela. Pero te tengo que contar un secreto, ¿serás capaz de guardarlo?

Aoki se pone transparente al escuchar la pregunta de su ídolo. Sin saber cómo, sale la respuesta de su boca:

—¡Sí! ¡Claro que soy capaz de guardarlo!

—Pues fíjate que me la pasaba entrena y entrena con el equipo y sólo cada vez que tenía tiempo libre. Mis padres me brindaban todo su apoyo. Me acompañaban a los entrenamientos, celebraban las victorias y me abrazaban en las derrotas. 

—¿En serio? ¿Eso hacían tus padres?

—Sí, todo el tiempo mientras fui estudiante y también en mi época de amateur.

—Es como mamá hace conmigo. Siempre, aunque haya mucho trabajo o pendientes, intenta estar en entrenamientos y partidos.

—¡Qué maravillosa mamá, Aoki! 

—Pero la estoy decepcionando, al igual que al equipo, que a la señora Harue. Algo me pasa cuando entro a la cancha. Los pies se me descomponen y fallo —dijo Aoki con la voz cortada por el preludio del llanto.

—Igual me ocurrió.

—¡No! —Aoki, con lágrimas pugnando por salir, levanta el rostro y fija la vista en su ídolo—. Pero tú entrenabas y entrenabas, todos decían que eras genial.

—Pero me sucedía lo mismo que a ti. Algo fallaba en la cancha. Pensé en darme de baja. Se lo dije a Harue, entendió que necesitaba ayuda. Se puso a investigar y se topó con el doctor Hikaru, un genial inventor quien me mandó llamar. Lo que te voy a contar no se lo cuentes a nadie más, ¿entendido?

—¡Confía en mí! —afirmó Aoki— Nadie se enterará.

—Pues el doctor Hikaru me invitó a su oficina y, tras escucharme, me dijo: “Tengo algo que te ayudará”. Me emocioné mucho al escucharlo. De un cajón de su escritorio sacó un paquete de plástico, un blíster, que con grandes letras decía “Chip Ultra-V”. Y dentro había una botellita con un líquido azul.

—¿Qué era eso?

—Lo mismo le pregunté al doctor Hikaru. “Es un chip que se inyecta y, tal como dice aquí, incrementará tus capacidades cuando juegues”. Estaba escrito en el paquete debajo del nombre: “Chip diseñado para deportistas que creen”.

—¿Luego?

—Pues abrió el paquete, sacó la botellita con una jeringa y me inyectó. Ni dolió. Luego dijo con ese vozarrón: “Listo, pero mucha atención: no dejes de entrenar ni seguir el consejo de las y los entrenadores, así como de los demás expertos, ¿entendido? Entrena igual o más que los otros. Juega en equipo. Asiste a los demás jugadores, ¿entendido?”.

—¿Y eso fue todo?

—Sí, eso fue todo… Bueno, casi todo. Mejoré mucho en la cancha. Cometía menos errores, anotaba más y recibía buenos comentarios. En ocasiones, otra vez se me enredaban los pies como a ti.

—¿Qué hiciste?

—Acudí con el doctor Hikaru. Me revisó con unos aparatos que mostraban gráficos y, al final, me dijo: “el chip está bien, sólo te hace falta conectarte con él de mejor forma. Antes de cada partido debes concentrarte y sentirlo, confiar en él como un excelente amigo y éste te responderá si tienes fe de que será tu mejor partido, ¿entendido?”. Y así lo he hecho desde entonces.

—¡Por eso estás aparte antes de pisar la cancha! ¡Te conectas con tu chip!

—Pero es un secreto que debes guardar. ¿Puedo confiar en tu palabra, Aoki?

—¡Sí! ¿Y puedo tener mi chip?

—Así es, mañana iremos con el doctor a que te ponga uno. 

—¡Genial! 

—Aoki —interrumpe Harue— por favor, ve al vestidor a bañarte y a que te cambies. Mañana paso por ti.

Tras ver que Aoki sale de la oficina sin dejar de sonreír. Harue le comenta a Sasha:

—¡Y recurriste a la historia del chip! ¿Cuándo crees que se dé cuenta que es un placebo?

—Es como yo, se dará cuenta antes de un año. Si para entonces tiene la confianza que necesita, no importará, ¿no crees? Verás que tuve la razón cuando llegue al equipo titular —responde Sasha antes de ponerse de pie y despedirse. 


Autor: Eduardo Honey (México, 1969). Ing. en sistemas. Autor de Códex Obsidiana, Firmamentos Ocaso, Séptima Puerta y Cósmicos Espejos Humeantes. Publica constantemente en plaquettes, revistas físicas, virtuales e internet. Textos suyos fueron primer, segundo o tercer lugar, así como finalistas en múltiples concursos. Ha sido seleccionado para participar en diversas antologías. Imparte talleres de escritura. Prepara dos libros de cuento y una novela.