Poesía dentro del caos en “El mismo pulso de la máquina”

Imagen extraída de Netflix

Michael Swanwick publica “El mismo pulso de la máquina” en 1998. Un año más tarde, el autor norteamericano fue galardonado por este cuento con el premio Hugo, otorgado anualmente a aquellos escritores dedicados a cultivar la ciencia ficción y la fantasía. Martha Kivelsen, la protagonista de la historia, sufre un accidente espacial en una de las lunas de Júpiter junto con su compañera Juliet Burton. El inesperado percance desencadena una serie de complicaciones que le dan sentido a la trama de la historia.

Un poco de historia…

A partir del siglo XVI, como consecuencia de la revolución que implicó la propuesta del modelo heliocéntrico copernicano, se siembra la semilla imaginativa que dio como fruto los primeros relatos de ciencia ficción. ¿Será posible volar? ¿La humanidad podrá viajar a través del tiempo? ¿Habrá vida en otros planetas? Francis Godwin escribe, en 1589, El hombre en la Luna, primera narración inglesa de viajes espaciales. El clérigo conjugó las teorías cosmológicas de Galileo, Kepler, Bruno, entre otros astrónomos, así como las técnicas narrativas y literarias asociadas con el racionalismo de un artículo científico. Conforme al paso del tiempo, el género ha ido evolucionando a la vez que las historias se han aprovechado tanto de los avances tecnológicos como de las circunstancias sociales de su respectiva época.

En esencia, el interés de las obras de sci-fi se centraba en relatar viajes de aventuras, invasiones extraterrestres, guerras en imperios galácticos o inventos de científicos locos.  No obstante, la ciencia ficción en “El mismo pulso de la máquina” cobra un carácter más ontológico y filosófico que en la mayoría de las producciones cinematográficas y literarias contemporáneas. ¿Cuáles misterios esconde el universo? ¿Qué ocurre después de la muerte? ¿Qué es lo real? ¿Quién garantiza la existencia del sujeto?

“¿Poesía ahora?”

La protagonista en la historia de Swanwick, en su intento por sobrevivir, ingiere una mezcla de estupefacientes y estimulantes que la incentivan a continuar su viaje. Martha carga con el cuerpo de Burton todo el camino y, a pesar de su estado inerte luego de la explosión, cree escucharla. Sin embargo, la voz proviene del satélite al que arribaron: Ío. La feminidad del satélite se asocia con el origen mitológico del nombre. A través de la poesía, esta voz femenina la acompaña y busca mostrarle dónde se encuentra erguida, en un sentido metafísico.

“¡Ah, dormir! ¡Qué cosa tan agradable, apreciada de polo a polo!”, enuncia Ío. La cita pertenece a la Rima del anciano marinero (1798) de Samuel Coleridge. En este poema se relata la historia, producto de una experiencia sobrenatural o alucinógena, de un viejo marinero. El marinero mata a un Albatros, símbolo de buen augurio para los tripulantes, por esta razón lo responsabilizan del destino del barco. Durante el viaje, el marinero vive atormentado por la culpa, la falta de perdón y el arrepentimiento.

Al igual que Martha, el anciano marinero, a bordo de su nave, percibe las cosas de manera distinta y observa a los navegantes como cadáveres. Sus brazos se mantienen rígidos y sus ojos se petrifican. Entre sombras y multitud de formas, los navegantes se alzan a la luz de la luna y toman sus puestos. Ambos personajes emprenden un camino solitario colmados de miedos sin nunca volver la mirada hacia atrás.

“¿Quién esparció estas estrellas por el cielo como polvo brillante, como nubes de luz?», recita Ío. La voz poética en «Vía Láctea”(1984), de Barbara Juster Esbensen, está intrigada por conocer el origen del cosmos. La magnificencia de la naturaleza propicia que el ser humano dude sobre la materialidad. Todo efecto debe tener siempre una causa. ¿Dios creó el universo o fue la Gran Explosión? ¿Fueron ambas? ¿O acaso ninguna?

Más adelante, Ío cita a Wallace Stevens. La influencia de los filósofos alemanes, Husserl y Heidegger, se manifiesta en el pensamiento fenomenológico y ontológico del poeta estadounidense. Los elementos integrantes del universo no son sólo cosas absolutas en sí como objetos, sino componentes que pueden decodificarse por medio del intelecto. Es decir, hay una relación cognoscitiva entre el ser y el mundo, más allá del vínculo entre lo material (cuerpo) y lo inmaterial (alma/mente). En “Té en el Palacio de Hoon” Wallace utiliza los sentidos para describir el mundo, pero en la última estrofa se da cuenta de que todo aquello que ha percibido a lo largo de su vida proviene únicamente desde su propia perspectiva:

Yo era el mundo en el que caminé, y lo que vi o escuché o sentí brotaba de mí mismo; y ahí me encontré más verdadero y más extraño. (vv. 10-12)

Wallace Stevens, Harmonium, Reino de Cordelia, p. 237

La voz femenina de Ío coincide con la mujer a quien se dirige la voz lírica de “Ella era un fantasma del deleite” (1807), de William Wordsworth: “Y ahora veo con ojos serenos el propio pulso de la máquina”. Al inicio del poema, la voz poética dota de cualidades divinas a la amada, luego reconoce sus cualidades humanas y finalmente, la llama máquina, sin nunca olvidarse de su espiritualidad.

En la parte final del trayecto, se percata de que su destino es un espejismo. No hay ninguna estación de aterrizaje. No hay salvación. Ío le propone a Martha un nuevo modo de vida en el que abandone su cuerpo, se reconfiguren sus redes neuronales y la materia se transforme en otros sistemas. Entonces, ¿somos polvo de estrellas?

Ío cita a Dylan Thomas: “No existe más que una muerte primera”. El escritor británico se niega en su poema “Negativa a lamentar la muerte, por fuego, de una niña en Londres” a llorar la muerte de una niña porque cualquier creación abarca de principio a fin todas las cosas. Es decir, no lamenta su muerte porque si lo hace, mata nuevamente su humanidad y profana su existencia. Ella se encuentra en el río Támesis, en las flores, en la luz…

Love, Death & Robots

Quizá la mejor manera de comprender parte de la teoría filosófica de la fenomenología del siglo XX sea por medio de Love, Death & Robots. La serie animada de Netflix, creada por Tim Miller, incluye como tercer capítulo de su tercera temporada una adaptación del cuento de Michael Swanwick con una duración de diecisiete minutos. La vivacidad de los colores, los contrastes entre tonalidades frías y cálidas, la animación al estilo pop de Roy Lichtenstein, la banda sonora y los tintes surrealistas introducen al espectador en un mundo de ciencia ficción, donde la realidad parece más compleja de lo que como especie logramos entender.

Imagen extraída de Netflix