Esa mañana, como todos los días, Joaquín se levantó temprano e inmediatamente encendió el tocadiscos. Mientras se escuchaba a bajo volumen el tema “Escalera al cielo” de Led Zeppelin, se metió a la ducha; luego, se vistió apresuradamente, bebió su café de un solo trago, y salió a la calle en dirección a la parada del autobús.
Después de estar esperando por algunos minutos logró subir al Transantiago que lo llevaría al centro de la gran ciudad. El autobús, como la mayoría de las veces, iba lleno; por lo tanto, se acomodó lo mejor que pudo en un espacio cercano a una de las puertas y, desde ese lugar, se dedicó a observar disimuladamente a los otros pasajeros. Se dio cuenta de que algunos eran personas mayores, como él, que se dirigían a sus trabajos de conserje de algún edificio o guardia de alguna tienda, y que también observaban. Pero además había varios jóvenes y personas extranjeras que seguramente iban también a sus trabajos. Llamó la atención de Joaquín que los jóvenes y también los migrantes no dejaban de mirar sus celulares.
No pudo evitar preguntarse “¿qué estarán mirando a esta hora de la mañana?”, pero no se respondió.
Miró a través de las ventanas, notó que todavía estaba oscuro y que ya habían llegado a la Alameda, donde casi todos los pasajeros descendieron para dirigirse a la estación de metro cercana. Él bajaría unas cuadras más al centro, en el corazón de la metrópolis, en una parada cercana a una de las tantas iglesias de la ciudad y en la que siempre, por alguna razón, tal vez la costumbre, se obligaba a detenerse por al menos un minuto para contemplar el edificio del que emanaba una invitación a la calma, a tantas preguntas.
Antes de cruzar la calle, llamó su atención la luz de varias balizas de coches policiales estacionados en la vereda poniente de calle Mac Iver, esquina de Merced, donde se podía ver que en el piso había un bulto y que muchas personas y policías lo rodeaban. Se acercó curioso y pudo darse cuenta de que en la vereda yacía el cuerpo de un hombre muerto. Se aproximó un poco más y notó que desde el cuello y pecho del hombre aún emanaba sangre. No portaba documentos, no se sabía quién era. “¿Tal vez padre, hermano, trabajador? Es un desconocido, ¡pero es un ser humano! Sin duda lo han apuñalado y degollado”, se dijo al tiempo que echaba a volar un pensamiento en busca de eternidad.
Después, se retiró con rumbo al pequeño almacén cercano donde compró unos sobres de café y dos panes para el almuerzo del día.
Mientras dirige sus pasos a la oficina, ha puesto más atención y ha caído en la cuenta de que a esa hora de la mañana en la ciudad hay muchas personas que duermen en escondrijos, en los bancos de la plaza, en las escaleras de los edificios o al interior de los espacios donde funcionan cajeros automáticos del Banco Estado y que sólo se hacen visibles cuando cae la noche y la oscuridad les permite mostrarse, pues al llegar la luz del día parece que se esfumaran; sin embargo, qué duda cabe, están ahí, existen.
Al llegar al trabajo Joaquín se cree un tipo con suerte: tiene trabajo, casa, auto, salud y una existencia pasable. Se permite dejar nacer en él un pensamiento soberbio: “A lo mejor se han farreado las oportunidades”, y mientras satisfecho introduce la llave en la cerradura, en su pendrive se escucha el último disco de Depeche Mode, Memento mori.
Autor: Miguel Enrique González Troncoso (Santiago, Chile). Orientador familiar y mediador. Sus obras publicadas son Relatos y cuentos breves (2013), Helga de Berlín y otros relatos (2014), Cuentos y Relatos (2015), El Viaje (2017), Los Navegantes (2020). Durante el año 2016 y 2017 sus cuentos y relatos se publicaron en Suecia en el Semanario de habla hispana Liberación. Algunos de sus relatos forman parte de la Antología Poetas y Narradores Contemporáneos (Editorial de los 4 Vientos, Argentina). En 2018 obtuvo el primer lugar en el VIII Concurso Internacional El Parnaso del Nuevo Mundo, Perú, con su cuento “La votación”. En 2019 su relato breve “Los campesinos” obtuvo el primer lugar en el Concurso Literario Internacional “Memorial de Paine”, en homenaje a las víctimas de esa localidad. En 2020 su cuento “José, el Sefardí” obtuvo mención honrosa en el concurso literario Teresa Hamel, de la Sociedad de Escritores de Chile. Otros cuentos han sido publicados en las revistas literarias Extrañas Noches (Argentina), Marabunta (México), Gaceta Alerce (Chile), Awen (Venezuela), Manticore (Canarias), Primera Página (México), Sinestesia (Colombia), Anuket (Argentina), La idea lista info (México).