Un nuevo integrante – Cuento de Paula Andrea Lopera Mesa

Mara organizó la reunión como si de un festín se tratara: flores para la sala, un gran arreglo con mucho follaje para el comedor, regalos cuidadosamente empacados para cada uno. Destapó el vino antiguo, el de la época de cuando la vida era pasajera. De su bolso sacó un candelabro de plata, tan brillante que podía ver mi rostro reflejado en él, le puso unas velas rojas y las encendió. Todos nos sentamos a la mesa: mis padres, mi hermana Fanny (la solterona), mi hermano Bill junto con ella y yo, Jul, la menor con 96 años, la niña de una familia de humanos naturales aún.

Mi madre tenía un brillo feliz en los ojos y una sonrisa pícara que se le escapaba al hablar. Estoy segura de que trataba de ocultar algo que en el interior todos sabíamos, pero que ella ya conocía de manera explícita, oída, conciliada. A mi padre, por el contrario, lo noté triste, más apagado que siempre; tenía la actitud de un viejo subversivo que inició su vida estando en contra de todo y que quisiera cerrarla lentamente estando a favor de nada, una subversión que por silenciosa no deja de ser. 

Estábamos entonces en la mesa. Papá, a la cabecera, con cierta resignación tomaba un sorbo de vino sin esperar a los demás; mamá, en el extremo inferior, entusiasmada, terminaba de disponer los utensilios con cierta urgencia, ávida de que se revelara el motivo de la reunión; Fanny, al lado derecho de papá, traqueaba los dedos, se le movía el pie izquierdo apresuradamente, casi de forma involuntaria; yo estaba a su lado; Bill al lado izquierdo de papá; Mara a su lado. Empezamos a comer, sin desatar palabra, esperando cada uno a que otro iniciara la conversación. Entonces Bill, siempre tan preciso, habló directamente:

—Luego de 70 años de unión, Mara y yo les queremos manifestar nuestro deseo de engendrar a un ser humano.

Una petición muy concreta fue la que nos hizo Bill; eso y la despedida formal fue lo único que pronunció, distante como siempre, como leyendo un guion. El tipo nunca me ha parecido un humano natural. Todos nos miramos con cierta preocupación, excepto mamá, a quien se le veía muy satisfecha con lo que estaba pasando. 

—¡Pero no quiero caras largas! —intervino Mara—. Ceder no está para nada mal, la persona que ceda su lugar igualmente continuará con nosotros, sólo que de manera “no tradicional”.

Esta aclaración todos la conocíamos muy bien, sólo que nunca habíamos vivido esta situación y obviamente nadie quería ser el elegido al que le tocara ceder.

Desde hacía 140 años había terminado la muerte natural. Científicamente, se logró que las células se mantuvieran jóvenes y sin daños, de modo que sólo ocurrían muertes en casos súbitos como accidentes o asesinatos, aunque no sucedían regularmente. El Control-B registra cada movimiento y ubicación, sin dejar espacio para el delito o situaciones imprevistas: un algoritmo para cada cosa y cada cosa con su algoritmo, el paraíso para los ansiosos que miran con miedo y afán el futuro, un infierno para los que preferimos la incertidumbre y el movimiento siempre cambiante de cuando la vida era pasajera. Tenemos, entonces, que el problema no es la muerte sino la vida. Engendrar un nuevo ser sólo es posible con la supresión de la vida de uno ya existente. He ahí el motivo de preocupación de mi solterona hermana; he ahí la tristeza de papá que se sentía condenado por nuestro amor a vivir eternamente; he ahí la alegría de mamá, a quien, al contrario de papá, su posición de madre le hace asumir que ella no será la elegida. Además su mente tan moderna le hace sentir que no perderá nada porque ganará un nieto y un Con-ánima idéntico al que ceda. La vida perfecta, sin pérdidas ni duelos.

Tras las palabras de Mara, todos continuamos comiendo en silencio y sin mirarnos. Cada uno en su cabeza estaría sacando conclusiones, así como yo saqué las mías: mis padres, por supuesto, no son una opción ni aunque voluntariamente quisieran ceder. La supresión de la vida sólo es posible tras el consenso familiar, hermoso el Control-B, que ni libertad nos deja para el suicidio y es tan caritativo que interviene en caso de empate. Me imagino que analiza con precisión pros y contras de uno u otro integrante. Doy por asumido que los hijos de esta familia nunca vamos a querer a un humanoide rondando por la casa haciendo las veces de papá o mamá, por lo tanto, quedan descartados los viejos. Bill no es una opción, en esta familia nadie tiene una mentalidad tan avanzada como para permitir que un bebé tenga un Con-ánima como padre. Sólo estamos Fanny y yo. Pobre Fanny, con lo mucho que ha querido conseguir pareja para engendrar y de alguna manera asegurar su permanencia y nada que el Control-B le asigna una. Y estoy yo, que ni quiero pareja ni quiero engendrar ni quiero una vida permanente, pero tampoco ceder voluntariamente. 

La cena continuó sin drama de nuestra parte y sin los desbordes de alegría de mamá. Cuando terminamos de comer destapamos los regalos: para papá y mamá camisetas con la frase “Seremos abuelos”; para Bill, una con la frase “Seré papá”; para Mara otra con “Seré mamá”; para Fanny un sombrero de playa y para mí una pluma. Los regalos ratificaron lo que ya sabíamos: Fanny o yo tendríamos que ceder. Al despedirse, Mara y Bill nos dejaron un brochure del Control-b donde se explica detalladamente cómo funcionan los Con-ánima, para que en privado lo estudiáramos y decidiéramos quién debería ceder. Una vez la vida fuera cedida el bebé, se gestaría como era de esperarse en una realidad minuciosamente prediseñada. La pareja se despidió, papá se fue a su estudio, mamá se dedicó a tejer ropa de bebé con la técnica ya olvidada de lana y aguja. Fanny y yo hicimos caso a la insinuación del regalo. Ella viajó a la playa al otro día y yo me puse a escribir con la pluma, a considerar posibles escenarios. Hice un listado que me ayudó a determinar que ser un Con-ánima no está tan mal; es sólo traspasar mis recuerdos a un cuerpo artificial idéntico al mío, que seguirá “viviendo” entre la familia sin la preocupación siempre presente de que algún día tendrá que ceder. El sobrino me conocerá, mamá no sentirá mi ausencia, tal vez sí papá, para quien toda esta realidad ha resultado más desastrosa que para mí. Yo la tomo con total desdén, él con un hondo dolor que se le acrecentará al verme a mí o a Fanny caminando por ahí, quizá tan perfectamente arreglada y sin un gesto nuevo o diferente en el rostro; todo un dolor sin duelo para mi viejo, una opción sin pena para mamá. 

Luego de tantas cavilaciones, pensé para mi sorpresa que la mejor opción era que papá cediera. Era una forma de evitarle más dolor. Supuse que esa opción tendría dos votos, el de él que seguramente votaría por sí mismo y el mío. Mamá es una mujer práctica, ella votará por quien no ha solicitado pareja al Control-B, es decir, por mí; Fanny probablemente le dará un nieto, yo ni deseos tengo de nada. Fanny que únicamente piensa en salvar su pellejo seguro también votará por mí, votaría hasta por Bill si el carácter le alcanzara.

Envié una notificación a la familia diciendo que mi voto ya había quedado informado, papá respondió que el suyo también, mamá igual; sólo faltaban Bill y Fanny, que a los días respondieron. Es hora entonces de esperar, ¿cómo será? ¿Vendrán por mí para el traspaso de recuerdos? ¿Irán por papá? Esa parte el Control-b la mantiene en total discreción, de tal manera que la misma familia no se entere del proceso, seguro para evitar pánicos. ¿Cómo será el procedimiento cuando hay empate y el sistema decide? Es algo que nadie sabe ni se comenta entre las familias híbridas, ellas gustan de guardar las apariencias, de no revelar quién es el miembro artificial. Ni tiempo les queda para la tristeza cuando les llega la actualización de que hay un bebé gestándose, entonces se sientan todos completos a la mesa a conversar el suceso con alegría, como si nada hubiera pasado.

Fanny regresa de su viaje, como siempre sin saludar, y a regañadientes se ocupa de los quehaceres de la casa; papá poda su jardín, lee un poco, me abraza de tanto en tanto; mamá teje y teje día y noche; yo espero a que me contacten o a que algo ocurra. Una actualización llega a nuestro perfil familiar: “¡Bebé a bordo!”. Todos felices nos abrazamos, papá llora, Fanny salta y grita “¡me salvé!”. Mamá con una sonrisa perfecta no deja de tejer con una mano mientras que con la otra destapa una botella de vino con una habilidad que no le conocía. A los minutos llegan Bill y Mara. Foto familiar. Hacemos planes futuros para el nuevo integrante de la familia. 


Autora: Paula Andrea Lopera Mesa (Itagüí, Colombia). Licenciada en Filosofía de la Universidad de Antioquia. Ha colaborado con la revista literaria Cronopio. Publicó un cuento en la antología Huellas de Sangre (2022) de la editorial independiente Palabra Herida. Desde el año 2019 hace parte del taller de creación literaria del escritor Luis Fernando Macías. Más que una escritora, se considera lectora de vocación y exploradora literaria, con un énfasis especial en las narrativas de estilo cuentístico y donde se funden realidad y fantasía.