Tres cuentos para un relato – De Duncan Axel P. H.

No es tu nombre

No es tu nombre, no. No es tu nombre el que saborea mi lengua, carajo. Ni es tuya la piel que me penetra, no. Tampoco son tus labios ni es la voz la tuya cuando nos dejamos por fin en paz y llega el adiós sin atrevernos a mirar.

Fundidas las estrellas, sé que no estarás y aun así te busco. Una noche, eso fue todo, tal vez menos, un rato y nada más. ¿Cuál era tu nombre? ¿Cuál era tu maldito nombre, carajo? ¿Cómo pude olvidar tu nombre?

Ahí estás, David, ahí estás, ¿dónde habías estado hasta ahora? Extrañaba esa mirada más allá de cualquier cosa, más allá de mí, ¿me recuerdas? Carajo, ¿y si no me recuerdas? No, no podrías olvidarme, yo no te olvidé, no te atrevas a olvidarme.

Sí, así recuerdo tus manos, tu vientre, así recuerdo todo. Debo hablar, debo detenerte y hablar. No puedo, ¿me habrás buscado? ¿Dime, David, me buscaste tal como yo hice desde esa otra noche igual a esta? No me des la espalda, carajo ¡Mírame, mírame y escúchame, carajo!

No es tu nombre, no. No es tu nombre el que saborea mi lengua, carajo. Aunque sí es tuya la piel que me penetra, sí. También son tus labios y la voz es tuya cuando nos dejamos por fin en paz y llega el adiós sin atrevernos a mirar.

*

No te sueltes

Caminan sin pensar demasiado, una calle, otra, avanzan a sabiendas de no saber a dónde, quieren perderse, no volver nunca; hablan sin decirse nada, se miran y sonríen, tomados del brazo pasan al lado de gentes presurosas, entre los que juegan y los que fruncen el rostro seriamente. Un beso los une, dos manos juntas los encasillan ante los ojos curiosos. Odio, rubor, gozo, alegría o un quién sabe qué de miradas se refleja en su andar, como si una pareja pudiese, en su quehacer enamorado, arruinar un día entero o ser el lente para vislumbrar una chispa en el drama cotidiano.

El sol cae, no se inmutan, más bien, no quieren hacerlo. Andan sin reflejarse en los espejos, ya fantasmas, ya muertos, andan al lado de la gente, no se dan cuenta, no quieren hacerlo, pero lo saben, en el fondo, la ciudad entera, con ojos de olvido, lo sabe. Conoce su culpa.

*

Era rojo…

Acostumbrarse a los sueños de alcoba —acaso los únicos que valen la pena— fue siempre un desafío para él. Si no se arremolinaba complacido, despertaba con un espasmo que, inevitablemente, me sacaba de mis propios sueños. Nunca tuve la fortuna de dormir profundamente, lo que significó, para ambos, noches de charla interminable y estas ojeras que ves no sólo en mis párpados. 

Nuestros problemas comenzaron con un estambre. Decididos a tejer, a partir de los insomnios, teníamos ya de repertorio unas cuantas bufandas y una que otra frazada de colores; ya gastados el ajedrez, la televisión y la lectura noctámbula. Entonces llegó el gato. Apenas habitante del mundo, nos veía con sus ojos hechos galaxia, y con su pelaje de Yin Yang que terminó por regir nuestros principios de orden universal.

Bufandas, frazadas y cobijas quedaron primero cubiertas de pelo y luego fueron desgarradas por nuestro inquilino. El estambre era lo único que le sobrevivía, su juguete predilecto para mirar a la distancia en nuestras lunas compartidas —porque sí, él despertaba al lado nuestro—. Se dejó tocar desde el principio, éramos, pues, antes de siquiera conocernos, amigos de antaño en aquel cuarto repleto de soledades suicidas.

Cayó el primero junto con el sol, como si no hubiera opuesto lucha alguna. Diminuto y quieto, el manchón gris que nos trajo sujeto en su boca derramaba un hilillo de sangre. Luego de eso, por algún motivo, Jakim pudo dormir ininterrumpidamente hasta la mañana, donde el gatito —al que terminamos por llamar Acteón— nos llevó otro regalo a los pies de la cama.

Como es obvio, el veneno y las trampas cubrieron los rincones de la casa a la espera de una infestación, evitando sitios a los que Acteón pudiese llegar, mas todo intento fue inútil; no logramos encontrar ninguno. Una semana después, Jakim volvió a despertarse, más o menos, a las dos, yo abrí los ojos algunos minutos luego, cuando soltó un grito —pobres vecinos—  que parecía un alarido de muerte. Lo era, pero no la suya; esparcidas por el suelo, con sus siete u ocho charquitos respectivos, las bolas grisáceas daban su mejor espectáculo, con un estambre hecho nudos al centro. Pensando que era el fin, desechamos a los pequeños intrusos y volvimos a la cama con Acteón entre las sábanas, como si no tuviese reminiscencia ninguna de sus actos, nada carmesí reflejado en su íntima blancura. Volvimos a dormir.

Cuando los pájaros cantaron la diana, no eran ya siete u ocho… Todo el piso estaba cubierto por lagunas, era el mar en rojo, una carnicería. El gato, digo, Acteón, nos miraba relamiéndose las patas, inocencia inmaculada, mientras el miedo nos alcanzó. “¿Cómo podía haber tal cantidad en nuestra casa, en nuestro propio cuarto?” —era lo único que me daba vueltas—. Entonces Jakim, con una nerviosa mirada, me susurró, aún ambos sobre la cama: “Es Acteón”.

Uno piensa que finalmente, algún día, todo adquirirá un sentido secretamente prodigioso, lástima…, cuando vuelves a cerrar los ojos, sólo un color inunda al mundo.

Nos incorporamos como pudimos, evitando el desastre, y limpiamos de poco en poco hasta que las marcas hubieron desaparecido. Revisamos trampas y venenos, nada. Acteón se relamía y jugueteaba entre la cómoda y una silla junto a la cama, teníamos temor al acariciar su pelo, al cargar su peso y llevarlo afuera mientras, él, acostumbrado a nosotros, ronroneaba de vez en cuando e intentó, por un momento, volver adentro antes de que cerráramos la puerta. 

Cuando reinó la luna, era yo el único que no podía dormir; llegaba de lejos su llanto, su grito herido. Por un momento pensé en despertar a Jakim, pero me contuve al ver que él, durmiendo, también lloraba, e impulsado por no sé qué instinto salí de la casa, seguí el maullar hasta encontrarme con Acteón. Lo hallé sangrando, lleno de diminutas heridas, como si al fin se hubieran vengado sus presas, lo tomé y corrí con Jakim… Intenté despertarlo, pero ya todo fue inútil.


Autor: Duncan Axel P. H. (Ciudad de México, 2002). Finalista del concurso Fósforo de Crítica Cinematográfica organizado por el Festival Internacional de Cine UNAM (FICUNAM). Ha colaborado en publicaciones como Primera Página, Páak’al y el periódico ¡Goooya! Formó parte del Primer Encuentro Literario UdiVerso y es miembro del proyecto cultural Inzektario Zero. Actualmente, cursa la carrera de pedagogía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).