Acercándose el anochecer en el campo, estaba un chico oculto en la oscuridad de un cobertizo. En espera de su destino, debía permanecer escondido hasta la puesta de sol. Ésa era la condición para considerarse victorioso. La ansiedad aumentaba y sus latidos eran cada vez más fuertes, tanto que el temor se apoderaba de su cuerpo al pensar que, igual a un cuento famoso, su propio corazón lo podía delatar. Se decidió a hacer algo, pues sabía que era cuestión de tiempo para que fuese encontrado si permanecía en el mismo sitio. Observó cuidadosamente a diestra y siniestra y, al asegurarse que no había nadie, se apresuró a huir. Aunque de pasos ágiles, la respiración era pesada y sentía que lo observaban, lo sabía en su corazón: le habían encontrado o tal vez era paranoia. ¿Cómo estar seguro?
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Jugador – Cuento de Guillermo Vargas Virgilio
Parado e inmóvil, se quedó ahí un momento. Acababa de colgar el antiguo teléfono de baquelita negro, ubicado en la angosta y oscura entrada del garito. Nervioso, le había confesado a su mujer que no podía resistir los impulsos de seguir apostando, que una vez más había perdido prácticamente todo y que cuando terminara —o, mejor dicho, terminaran con él— volvería a casa. Aquella noche, y como en ninguna otra, había pensado en regresar, pero su tentación era tan fuerte que no lo pudo hacer.