Ilustración: “A gig grass field”, de julykings
Son las tres de la madrugada y no consigo dormirme. Sobre mi regazo, las palabras de John Steinbeck; a mi izquierda, Lili duerme. Intento concentrarme en el libro, pero la escasa luz y el ruido constante que llevo escuchando desde hace horas me lo impiden. Este ruido es algo parecido al balanceo de una canica contra la pared mezclado con el agua de una gotera. Tras varios minutos, el ruido cesa. Cierro los ojos y el sueño me lleva.
Me despierto en mitad de la noche con el crujido de un golpe. Quizá, pienso, proceda de mis sueños. Me doy cuenta de que tengo la boca seca y voy a la cocina por un vaso de agua. Mi cuerpo medio dormido no acierta y acabo encontrándome en la sala de estar. Lili y yo nos mudamos hace unos días y todavía tengo que acostumbrarme a la distribución de la nueva casa. Además, todavía faltan “pequeños” detalles, como conectar la luz. Llevamos desde el jueves viviendo entre velas y muebles viejos. Las empresas de electricidad están hasta el cuello de trabajo, en parte por la cantidad de gente que se está mudando a las afueras, y ha sido difícil encontrar a un electricista. Tras varios intentos, encontré una compañía que tenía disponibilidad para mañana por la tarde. La luz va a alumbrar de nuevo mi vida en sentido literal, ya que soy pintor y trabajo mejor por las noches cuando todo duerme. Sentí alivio al pensar en esto y me dirigí a la cocina, esta vez, algo más despierto. Y de nuevo allí estaba, aquel ruido que no me dejaba dormir. Hice un repaso por la casa para ver si daba con él, pero no fue fácil teniendo en cuenta que la única luz que había era el quinqué que llevaba conmigo para orientarme en la oscuridad. La idea de volver a la cama no me convencía, por lo que fui a mi estudio con ánimo de continuar con alguna de las pinturas en las que estaba trabajando. Cogí un pincel y comencé a pintar sobre el lienzo. De repente, una gota de pintura cayó sobre el parquet recién acabado. Traté de limpiarlo con un paño, pero la mancha no se iba del todo. Resignado volví a la cama y me dormí tras horas de insomnio.
Al día siguiente, sobre las doce de la mañana, volví a mi estudio para trabajar. En el suelo, me encontré una mancha roja de tamaño considerable. Comprobé si alguno de los botes de pintura se había roto, pero fue en vano. De repente, sentí en el hombro el chispeo de una gota fría. Miré hacia arriba y comprobé que la mitad del techo estaba pintado de rojo.
La policía encontró el cuerpo de un hombre muerto en el suelo del piso de arriba. Al parecer, el hombre, como nosotros, acababa de mudarse. Tuvo un accidente mientras arreglaba una lámpara y fue estrangulado con los cables de alimentación de la electricidad. Tenía heridas en el cuello y en la cabeza. Según la inspección forense, a simple vista, parecía que había estado colgado de la lámpara durante varias horas hasta que el peso de su propio cuerpo lo hizo caer al suelo, provocando el derrame de sangre.
Horas después, la compañía de electricidad nos llamó para comunicarnos que el electricista que iba a conectarnos la luz había sufrido un terrible accidente en su domicilio. Al parecer acababa de mudarse y estaba dándole los últimos retoques a su nueva casa.
Autora: Carlota Arráez Gómez (Alicante, España, 1995). Antropóloga social y cultural. Actualmente, trabaja en una asociación cultural donde realiza trabajo de redacción e investigación. Gusta de leer y escribir relatos de ficción en su tiempo libre.