Parado e inmóvil, se quedó ahí un momento. Acababa de colgar el antiguo teléfono de baquelita negro, ubicado en la angosta y oscura entrada del garito. Nervioso, le había confesado a su mujer que no podía resistir los impulsos de seguir apostando, que una vez más había perdido prácticamente todo y que cuando terminara —o, mejor dicho, terminaran con él— volvería a casa. Aquella noche, y como en ninguna otra, había pensado en regresar, pero su tentación era tan fuerte que no lo pudo hacer.
Ya no estaba nervioso. Perdió la inmovilidad y recorrió el breve, pero a la vez largo camino entre el antiguo teléfono de baquelita negro y la mesa verdemente aterciopelada. Y entre confusiones y esperanzas, adormecimientos y lucideces, se acomodó una vez más. Volvió a perder.
De pronto, ¡sintió ese golpe de suerte! Sí, aquel golpe de suerte que sólo los grandes jugadores saben distinguir de verdad, y ahí estaba la posibilidad de ganar. De ganar alguna vez.
¿Por qué no intentarlo?,
y esta vez sí sería por … ¡última vez!
Total, nunca es tarde —pensó— para quebrarle la mano a la mala suerte. No era difícil, sólo bastaba jugar lo poco que le quedaba, jugarlo una vez más… y jugarlo todo.
Sería el último intento, el último esfuerzo…, y lo hizo con un convencimiento que no recordaba haber sentido antes.
Y entre una mezcla violenta de fríos y calores ganó, sí, ganó, y fue tanto lo que ganó, que sintió que superaba todo lo que había perdido a lo largo de su vida.
Pensó en su mujer y fue en busca del breve, pero a la vez largo, camino que conduce al antiguo teléfono de baquelita negro, sí, ése que está en la angosta y oscura entrada del garito. Fue a llamarla para contarle que había ganado, después de toda una vida de derrotas.
¡Por fin había ganado!
Y ahora iba a regresar a casa.
Pero antes de llegar y todavía a poca distancia de la mesa verdemente aterciopelada, ¡sintió ese golpe de suerte! Sí, aquel golpe de suerte que sólo los grandes jugadores saben distinguir de verdad, y ahí estaba la posibilidad de ganar…, regresó y se acomodó una vez más.
¿Por qué no intentarlo?,
y esta vez sí sería por…
¡última vez!
Autor: Guillermo Vargas Virgilio (La Serna, Chile, 1969). Ingeniero civil.