“Sabe, Sra. Buckman, se necesita sacar una licencia para comprar un perro. Se necesita sacar una licencia para manejar un carro. Diablos, se necesita sacar una licencia incluso para pescar. Pero dejan a cualquier pendejo ser padre”. Esta frase de Todo en la familia (Ron Howard, 1989) ejemplifica uno de los clichés más populares del cine: el mal padre. En efecto, si la bondad materna se da por sentada (y cualquier comportamiento fuera del ideal inspira cuentos terroríficos), la paternidad se suele asociar con la ausencia, el maltrato o la ineptitud. Sin embargo, contamos con algún buen padre que, además de ayudar a sus hijos, nos ofrecen una alternativa a la masculinidad más tóxica.
Buen padre, pero sólo en ausencia de la madre
Primero de todo, fijémonos en ejemplos de buen padre memorables; muchos de ellos son viudos. La paternidad en la ficción se ha relegado hasta tal punto (muchas veces en consonancia con la realidad) que un padre sólo podrá tener un rol activo como cuidador en ausencia de la madre. El cine clásico nos brinda dos ejemplos paradigmáticos: Atticus Finch en ¿Cómo matar a un ruiseñor? (Robert Mulligan, 1962) y el Capitán Von Trapp en La novicia rebelde (Sonrisas y lágrimas en España, Robert Wise, 1965). Ambos reflejan los prejuicios y retos a los que debía enfrentarse un hombre si se ocupaba de la crianza de sus hijos. Dicha idea se lleva al extremo en La felicidad (Agnes Varda, 1965), donde para poder seguir ocupándose de sus hijos, el protagonista se casará con su amante tras morir su esposa, pues la sociedad no concibe a unos niños sin madre.
Finch y von Trapp son polos opuestos. Este primero es de una actualidad sorprendente, puesto que no sólo es un modelo de conducta para sus hijos, sino también un ejemplo para otros padres, demostrando que el cariño y el afecto no están relegados a las madres. Stella Bruzzi lo define como el “progenitor compuesto perfecto”, padre y madre simultáneamente. Podríamos ver en este personaje un precedente para futuras familias no convencionales; para crecer sano y feliz, un niño no necesita a un padre y a una madre, sino una buena educación. El Capitán von Trapp, en cambio, representa la paternidad más clásica. A pesar de querer a sus hijos, no sabe educarlos allá de la disciplina dura, por lo que necesitará una figura materna, Fräulein Maria, para equilibrar tanta autoridad.
El problema de la autoridad paterna
Autoridad es lo que reclaman los jóvenes en Rebelde sin causa (Nicholas Ray, 1955), que pretende explicar el origen de los problemas adolescentes desde la unidad familiar. Su director dijo a un periodista que el padre de Jim, el protagonista, fracasa a la hora de ser un buen padre, «ya sea a nivel de fuerza o de autoridad”. Fijémonos en una escena donde éste aparece con un delantal puesto por encima de su traje y corbata. Esto, por supuesto, se ve grotesco y ridículo, una extensión de las palabras dichas por Jim antes: su padre no sabe imponerse a los deseos de su mujer.
El delantal, equivalente a la vida doméstica, por encima del traje, entendido como vida laboral. A finales de los cincuenta y principios de los sesenta, pues, dejamos atrás el modelo de familia tradicional con la lenta y excepcional incorporación de las mujeres atrabajos remunerados, lo cual se traduce en un posible reparto más justo de las tareas en casa. Esto inquieta a algunos hombres, que ven peligrar el statu quo. Igual que las mujeres independientes se representarán como una amenaza, los hombres que cedan a este nuevo orden acabarán muy posiblemente ridiculizados.
Si hay un ámbito donde proliferan este tipo de hombres, éste es la paternidad. Tener hijos implica no sólo la autoridad de von Trapp, sino también la dulzura de Fräulein Maria. Un hombre, como demuestra Atticus Finch, puede integrar ambas. Y conforme avanza la historia del cine, encontramos a más hombres que al tener hijos dejan atrás el modelo de masculinidad más tradicional. La comedia se aprovechará constantemente de este cliché. Películas como El padre de la novia (Vincente Minnelli, 1950) hacen burla de la pérdida de autoridad paterna; en este caso, cuando la protagonista decide tener una boda con que no complace a sus padres. La adaptaciónde los noventa, posterior a la segunda oleada feminista (Charles Shyer, 1991), enfatiza aún más el personaje del padre, frustrado porque va a llevarse a cabo una boda donde no tiene poder ninguno.
El nuevo buen padre
Ahora bien, poco a poco esta nueva masculinidad encarnada en la figura del buen padre se presentará bajo una luz más seria. Varias películas durante los setenta y ochenta nos enfrentan a la figura paterna con otra más convencionalmente masculina que pone en cuestión su integridad y su reputación en la sociedad. Pero guionistas y directores dejan claro que el verdadero héroe y modelo a seguir es el padre, con sus miedos y limitaciones.
Tiburón (Steven Spielberg, 1975) nos presenta a tres modelos de hombre. Por un lado, el capitán, con una masculinidad primitiva, sin miedo alguno y dispuesto a matar al monstruo a toda costa; por otro lado, el profesor Hooper, el estudioso del mar partidario de usar la ciencia y la razón antes que la fuerza, de quien los hombres del pueblo se ríen; entre ellos dos está el protagonista Brody, padre de familia. Aunque decide unirse a los otros dos en la caza del monstruo, este ambiente es nuevo para él, hombre con miedo al mar. Pero el amor por sus hijos y su afán de ser un buen padre para ellos lo empujará a hacer ese sacrificio. No se presenta como un hombre sin miedo, sino como alguien que actúa a pesar de él.
Vuelta al futuro (Robert Zemeckis, 1985) es otro caso interesante. Aquí, el protagonista Marty McFly viaja al pasado, donde debe luchar para que sus padres George y Lorraine acaben juntos. El obstáculo en el camino es Biff Tannen, un hombre duro, enamorado de Lorraine, quien hará lo posible por acabar con ella. Es cierto, “conseguir a la chica” se asocia con la victoria del protagonista, al estilo de las películas más clásicas. Ahora bien, aquí el héroe está humanizado. Ya no sólo es imperfecto como Brody en Tiburón, sino que encarna las cualidades ridiculizadas en las comedias de los cincuenta. Subvierte de manera radical el modelo de hombre y demuestra que hay lugar para la bondad. Aún más significativo es que pueda presenciarlo todo su hijo Marty, teniendo así un motivo para estar orgulloso de su padre y aprender de él más allá de los modelos clásicos.
¿Significa esto que hemos superado todos los estereotipos negativos asociados a los hombres fuera del modelo tradicional? No exactamente. La televisión sigue bombardeándonos con malos padres. Cierto, el tema debe ser discutido, pero no son pocas las ficciones que ridiculizan a los personajes que asumen roles tradicionalmente femeninos al convertirse en padres. Si la escena de Rebelde sin causa puede verse anticuada, The Big Bang Theory incorporó una similar, donde el personaje de Howard Wolowitz abre la puerta con un delantal puesto y hacen sonar las risas enlatadas, dando a entender que un hombre que cocina es ridículo. Si vamos a hablar de buenos padres, mejor fijarnos en iconos como Atticus Finch antes que recurrir a bromas fáciles que dejaron de ser vigentes hace más de cincuenta años.