La pandemia del COVID-19 ha tenido un impacto innegable en nuestra sociedad. Además de las consecuencias sanitarias, los protocolos de contención necesarios nos han aislado los unos de los otros, convirtiéndonos en burbujas comunicadas mediante Internet. Los encuentros cara a cara se han visto sustituidos por las videollamadas; tomar café con amigos, por probar la última receta viral solo y subir foto a las redes; las clases presenciales, por cursos en línea. Esto sólo confirma una tendencia que veíamos venir desde hacía años, especialmente con el auge de las nuevas tecnologías: una sociedad más sola, donde los jóvenes y los ancianos representan los sectores más perjudicados. En países como Japón o Inglaterra existe incluso un Ministerio de la Soledad. Algunos autores ya definen este fenómeno como la enfermedad de nuestro siglo. Quizás por eso ahora, más que nunca, encontremos refugio en las películas con héroes solitarios. Algunos, en parajes inhóspitos, sólo se tienen a ellos por compañeros; otros, obligados por su trabajo, merodean por los mares o carreteras nacionales; otros, flâneurs sin rumbo, están en una ciudad llena de gente, pero no pueden contar con nadie. Paradójicamente su soledad, al contrario del encierro al que nos ha obligado la pandemia, les ayuda a descubrir nuevos mundos, sirviéndonos así a modo de escape. He aquí a los héroes solitarios de la historia del cine.
El solitario aventurero
Para empezar, la soledad no siempre es percibida como algo negativo, ni tampoco quienes están solos son considerados unos desgraciados. En el cine mudo son muchas las películas con héroes solitarios: Charlot, Mabel Normand o Buster Keaton vagaban por el mundo en busca de aventuras —o más bien las aventuras los buscaban a ellos—. No tenían una pareja estable ni un núcleo familiar en el que refugiarse, y aunque estaban rodeados de gente, siempre se trataba de ellos frente al mundo. En cierto modo, su espíritu conecta con el Wanderlust, préstamo alemán popularizado en los últimos años para hablar de las ganas de ver mundo. Dicha llamada ya se encuentra en las novelas juveniles del siglo XIX, como las protagonizadas por Tom Sawyer o Huckleberry Finn. Nótese que la mayoría de sus protagonistas son hombres, simplemente porque en aquella época habría sido impensable para una mujer ir a ver mundo sola.
Héroes solitarios forzados a abandonar el hogar
No todos los que abandonan la unidad familiar lo hacen en búsqueda de aventuras. Profesiones tradicionalmente masculinas, tales como marinero, obligaban a los hombres a pasar meses fuera de casa. Este tópico es tan antiguo como la literatura occidental misma; aunque no es marinero, Odiseo/Ulises, separado veinte años de su Ítaca natal y su esposa Penélope, constituye el mejor ejemplo. El cine, inspirado tantas veces por la literatura grecolatina, ha adaptado La Odisea al cine en más de una ocasión. George Méliès se inspiró en el episodio de la isla del gigante Polifemo para uno de sus cortos (1905); más tarde, con la popularidad del género péplum, se realizó la superproducción italoestadounidense Ulises (Mario Camerini, 1954). En el siglo XIX, autores como Melville o Hemingway exploraron los efectos de la soledad en sus protagonistas, con sus correspondientes adaptaciones cinematográficas. Podemos destacar Moby Dick (John Huston, 1956) y El viejo y el mar (John Sturges, 1958). E igual que el navegante surca solo los mares, el conductor hace lo propio en la carretera. No olvidemos la persecución uno a uno entre un empresario y un camionero.
Héroes solitarios en tiempos de guerra
Pero si hay una causa de fuerza mayor que separa a familias y deja ciudades desiertas, ésa es la guerra. Aquí, a la añoranza de la patria o los seres queridos debemos sumar el miedo a perder a cualquier persona con la que hayamos establecido contacto. Las relaciones humanas devienen frágiles y efímeras. En Hollywood, la Segunda Guerra Mundial tuvo un impacto enorme en el cine, que más allá de sus intenciones propagandísticas, empezó a contar otro tipo de historias con las pudiera empatizar la población, películas con héroes solitarios. Qué mejor ejemplo que Casablanca (Michael Curtiz, 1946), con Rick e Ilsa, dos almas que se encuentran por casualidad en diferentes ciudades y comparten una historia de amor, para después separarse. Él es quizás uno de los primeros protagonistas en el cine que acaba solo. La misma historia de dos individuos que se encuentran y salvan de su soledad en una ciudad ajena fue contada en Lost in Translation (Sofia Coppola, 2004), aunque en este caso, no fueran grandes causas las que los llevaran a encontrarse en Tokio.
Flâneur, el héroe solitario urbano
Pero no todos los héroes solitarios abandonan la ciudad. En el siglo XIX, con el crecimiento urbano, apareció una nueva figura, el flâneur (literalmente “paseante” o “callejero”).
La multitud es su elemento, como el aire para los pájaros y el agua para los peces. Su pasión y su profesión le llevan a hacerse una sola carne con la multitud. Para el perfecto flâneur, para el observador apasionado, es una alegría inmensa establecer su morada en el corazón de la multitud, entre el flujo y reflujo del movimiento, en medio de lo fugitivo y lo infinito. Estar lejos del hogar y aun así sentirse en casa en cualquier parte, contemplar el mundo, estar en el centro del mundo, y sin embargo pasar inadvertido.
Charles Baudelaire, «El pintor de la vida moderna», 1863
Rodeado de gente y sin embargo solo, ése es el flâneur. Si la carretera supone la aventura, la urbanidad lleva a menudo a los bajos fondos. Pasear solo, especialmente a altas horas de la noche, puede tener consecuencias funestas para los protagonistas y alejarlos de la moralidad. En El Bígamo (Ida Lupino, 1953), el protagonista conoce a su amante mientras deambula por las calles de Los Ángeles; no todas las parejas resisten la prueba de la distancia como Ulises y Penélope. Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976) nos muestra la cara menos alegre de Nueva York mediante los ojos de un taxista solitario.
Pasear solo, derecho de pocos
Ahora bien, a pesar de los riesgos, el flâneur aprovecha su derecho a pasear solo. Hasta no hace tanto, éste era un privilegio reservado a los hombres de clase alta. Mientras que personas de baja clase económica se veían obligadas a vivir y trabajar en la calle, él podía atisbar aquel universo desde lejos, sin siquiera mancharse los pies. Las mujeres, tal y como hemos comentado en párrafos anteriores, no podían permitirse este lujo, puesto que podía ponerse en riesgo su reputación o incluso su seguridad. Una de las heroínas ficticias que desafía este límite es Lizzie Bennet, protagonista de Orgullo y prejuicio y amante de los largos paseos. Dicho pasatiempo ha sido leído por algunos autores como un acto emancipatorio. Bennet, llevada a la gran pantalla varias veces, es precursora de las heroínas independientes de las comedias de los cuarenta. Todos recuerdan la adaptación de 2005 de Orgullo y prejuicio, pero antes de ésta ya tuvimos la oscarizada versión de la novela en 1940, con Laurence Olivier y Greer Garson como protagonistas.
Desgraciadamente, estas protagonistas siguen percibiéndose como algo extraordinario. Por eso, varias creadoras últimamente han reclamado el derecho de las mujeres a invadir el espacio público y a pasear solas de noche sin miedo. Uno de los ejemplos actuales más relevantes es Una chica vuelve a casa sola de noche (Ana Lily Amirpour, 2014), subversión de la trama clásica donde son los hombres quienes deben tener cuidado al andar por la calle.
Una vez más, podemos constatar el poder extraordinario del cine, ya sea como reflejo de una época o como terapia contra nuestros males. En él encontramos consuelo, escapismo, altavoz para reivindicar causas que nos importan. En tiempos de soledad, las películas con héroes solitarios nos ofrecen consuelo y escape. Ahora, más que nunca, reivindiquemos el cine.