Siloé
Eso fue la noche del primer lunes. Los muchachos habían salido a las calles a protestar, a esas mismas calles donde aprendieron a caminar y conocieron la vida que les tocó vivir. No estaban haciendo nada malo, sólo pedían lo que pide una juventud olvidada y lo que pedía el país por esos días: oportunidades, educación, trabajo, paz, esas cosas.
Los vecinos éramos los únicos que les poníamos atención. «Vayan a trabajar, eso no sirve de nada», les gritaban unos. «Cojan oficio», les gritábamos otros, pero ellos seguían con lo suyo: pitaban, arengaban, golpeaban unas cacerolas, hacían la algarabía propia de los que protestan; no estaban haciendo nada malo ni estaban armados, como después dijeron.
Y así iban cuando, de pronto, se fue la luz y no los vimos más. Entonces unas botas que golpeaban al compás el suelo rompieron las sombras y luego vinieron los macanazos, el traqueteo de los percutores, el aire lleno de gases lacrimógenos, las aturdidoras, las ráfagas de llanto, los gritos de auxilio y los pies que huían de un camión sin luces que llegó y se fue.
El apagón duró tanto como sonaron las botas; y cuando volvió la luz todo estaba invadido por el olor dulzón de la pólvora y las huellas sobre el lodo aún exhalaban bocanadas de sangre, sangre negra.
Esa misma noche, el ministro dijo en la radio que Siloé era de nuevo un territorio de bien; exaltó el coraje de los suyos y no dijo nada de los nuestros; ni de los que ya no están ni de los que aún no aparecen ni de los que luego aparecieron ahogados en un caño o decapitados en un antejardín. Esa noche no dijo nada más, pero las botas siguieron sonando de vez en cuando, cada vez más fuerte, siempre en la noche y siempre cuando se iba la luz.
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Solsticio en Bayunca
—¿No te parece que los días duran menos?
—Nojoda, el gobierno es tan corrupto que hasta se roba el tiempo.
Autor: Baltasar Botavara (Bogotá, Colombia. 1987). Economista y escritor. Sus relatos se han publicado en revistas literarias de México, Argentina y España.
