El sonido del corazón – Cuento de Eduardo Viladés

En mis conferencias apago el sonido de la proyección y animo a los estudiantes a que traten de comprender lo que ocurre. La mayoría lo consigue porque la comunicación va más allá que las palabras. Cuando alguien sonríe, frunce el ceño o esboza una mueca está haciéndose entender. La postura de nuestro cuerpo y los movimientos rompen las palabras, que adquieren la forma de nuestro silencio… Me llamo Montse, soy pedagoga y mi hijo Enrique es sordo de nacimiento. Desde pequeño le he enseñado que no hace falta oír ni hablar como los demás para llevar una vida normal, pensamientos que comparto plenamente con mi marido, médico de profesión y todo un padrazo. Vivimos en una sociedad ruidosa, puertas que chirrían, ventanas que se cierran de golpe, bocinas de autobuses, la vecina del quinto que increpa a su hijo porque se ha olvidado el bocadillo del colegio, frenazos de coches, chillidos, gritos. Dicen incluso que permanecer en una atmósfera sin sonido, algo similar a lo que experimentan los astronautas en el espacio exterior, haría enloquecer a cualquiera… Aproximadamente tres de cada mil niños recién nacidos tiene algún grado de hipoacusia. Pueden sufrirla en uno o ambos oídos. Enrique sufría sordera severa. Al principio no queríamos hacer caso a las evidencias. No se sobresaltaba ante un ruido muy fuerte ni se tranquilizaba cuando le susurraba cosas bonitas al oído o le cantaba una nana. Cuando mi marido llegaba del trabajo y se acercaba a la cuna para decirle alguna bobería, Enrique no dirigía la mirada a su padre ni giraba la cabeza. Una vez leí que la información auditiva permite a los seres humanos controlar el medio que les rodea, discriminando lo importante de lo trivial, incluso en los sueños. ¿Cómo eran, por lo tanto, los sueños de mi hijo? ¿Cómo asimila un niño sordo el mundo que lo circunda? Tuve muchos problemas durante el embarazo al tener ya más de 40 años y Enrique nació prematuramente. Pesó menos de un kilo y medio y tuvo que pasar una larga temporada en la incubadora. Pero estaba vivo, era lo único que me importaba. Más adelante los médicos me dijeron que su escaso peso y el hecho de ser prematuro podrían explicar su sordera… Aunque yo había estudiado pedagogía y me había especializado en discapacidades físicas como la ceguera, desconocía que el 80% de las sorderas infantiles están presentes en el momento del nacimiento y que la mayoría de los niños sordos convive con familias que escuchan con normalidad. Nos dimos perfecta cuenta de que Quique no era como los demás niños a partir de los siete meses. El bebé no imitaba ningún tipo de sonido ni reaccionaba cuando le hablábamos. Se quedaba dormidito en la cuna con la mirada perdida y tan sólo nos observaba si le tocábamos o le hacíamos alguna carantoña. Llamarle por su nombre no llevaba a ninguna parte porque se quedaba impertérrito. Con el paso de los años, en muchas ocasiones el niño tendría súbitas sensaciones de mareo, presión en el oído o experimentaría ruidos y zumbidos molestos. Lo pasé muy mal, noches enteras de insomnio, discusiones con mi marido por el modo en que debíamos tratarlo, peleas con mi madre, que quería enseñarme cómo educar a mi propio hijo. Pero lo más duro lo vivía conmigo misma. La relación del sonido con las emociones es una parte importante del lazo que une a una madre con su hijo, algo que capta el bebé desde los primeros meses de edad. ¿Cómo conseguiría que Enrique me quisiera y supiese quien era realmente si ese nexo estaba deteriorado? Su cara escondía la realidad de su alma, pura y poderosa. Era un retaco de rizos a lo Shirley Temple y ojos aguamarina, mofletes puntiagudos y labios carnosos, hasta el punto de que mis amistades bromeaban conmigo preguntándome si había puesto bótox al niño. Los compañeros de mi marido me dijeron que la hipoacusia de Enrique era severa, pero que con persistencia y empeño podría llevar una vida más o menos normal. Le hicieron varias audiometrías para establecer un diagnóstico y determinar las características de la pérdida de audición. A los tres años y medio le llevamos a una escuela de integración en la que convivía con niños sordos y oyentes. Desde el primer momento quise comunicarme con mi hijo. Me hacía gracia porque yo me caracterizaba por hablar mucho, conmigo misma y con los demás. Escudriñaba el mundo prestando mucha atención a los pequeños detalles, a los sonidos que me llegaban de cualquier parte. Después, escribía relatos que leía a mi marido de vez en cuando o que publicaba en algún periódico local. Contar historias era imprescindible para entenderme mejor a mí misma y ahora lo sería para entender a mi hijo… El aislamiento que puede sufrir una persona por la incapacidad de establecer un contacto libre con otros seres humanos es enorme. Así que opté por la incorporación temprana del lenguaje de signos. Lo aprendimos mi marido y yo en una academia y Quique no tuvo ninguna dificultad. Era un niño muy listo.

Enrique tenía los ojos gastados de tanto mirar. Y a mí me pasaba algo parecido de tanto observarle. Supongo que hay miradas que no saben mentir, en especial cuando los sonidos te han sido vetados y tienes que escuchar con los ojos y oír con las manos. No percibir el tintineo de la vida significa una desconexión con el medio. A Enrique le generaba un estado de inseguridad muy elevado que le provocó mucha ansiedad durante la adolescencia. A veces, me gustaba espiarle cuando estaba haciendo puzzles en el suelo de la cocina o viendo los dibujos animados en el televisor. Si me pillaba infraganti, se enfadaba y movía las manos de arriba abajo. Las desilusiones son como pequeñas muertes diarias, aunque se aprende a convivir con ellas. Con ahínco y perseverancia, se consigue darles la vuelta. Enrique, a veces, lloraba sin dejar caer una sola lágrima. Su boca sonreía, aunque los ojos permanecían despegados del rostro, ajenos al ademán. Una vez me dijo que solía recluirse en el sótano del colegio a la hora del recreo porque pensaba que era el único sitio en el que podía adoptar múltiples formas, porque le gustaba pensar que era normal y porque durante esa media hora en penumbra sentía que su vida no era una equivocación y que él no era fruto de un error.

Una vez me contó que salía a la calle con un libro en la mano porque si alguien osaba hablar con él desviaba la mirada a la novela para hacerse el ocupado y rehuir de la interacción social.

Una vez me dijo que si el profesor no le rozaba el hombro con la mano al entrar en clase se veía sumido en una gran tristeza porque pensaba que no existía para él…

Como pedagoga, una de las primeras cosas que nos enseñan en la Facultad cuando estudiamos lingüística es que la falta de concordancia entre el tono y el contenido puede significar sarcasmo o emociones encubiertas. El tono de la ira es diferente del que se usa para la ternura y el amor. Puede suceder que incluso expresemos amor y cariño con un tono irónico; todo dependerá del contexto. En mis charlas sobre sordera incido mucho en esto último y animo a mis estudiantes a que hagan de actores improvisados, algunos con un texto definido, otros inventándoselo sobre la marcha. Se ponen unos tapones que impiden que escuchen y tienen que averiguar por el lenguaje no-verbal la intención ulterior del mensaje de su compañero. Es inevitable que la sordera aísle e incomunique a la persona de la realidad. Por eso mi marido y yo llevamos a Enrique a un colegio integrado en el que pudiese convivir con normalidad con otros niños. Por eso aprendimos el lenguaje de signos y por eso me dedico en cuerpo y alma a enseñar a los demás que las personas sordas son iguales que las oyentes, simplemente escuchan por un canal diferente. Creo que poco a poco voy logrando avances y terminando con la estigmatización que afecta a gran parte de la comunidad sorda. Enrique tiene ya 25 años. Es todo amor y ternura. Su necesidad de cariño, amistad, aprecio y consideración es superior a lo normal. Asimismo, es más vulnerable a las emociones y todo le afecta con mucha intensidad. Trabaja en un centro de atención al cliente para sordos. Lleva el área de seguros de vida. Cuando algún usuario con discapacidad auditiva tiene una duda o un problema con su póliza, llama a la oficina de mi hijo y éste le atiende por videoconferencia charlando con lenguaje de signos. Podría independizarse, pero no quiere, y nosotros estamos encantados de que viva en casa. Se ha convertido en un chaval guapísimo. Los rizos de la infancia han dado paso a una densa cabellera negra y sus ojos azules son como dos grandes faros por los que avizora lo que le rodea. Tiene decenas de pretendientes y hay veces que me vuelve loca porque me encariño con sus novios y le duran bastante poco. Antonio, Manuel, Evaristo… Cuando empiezo a conocerles y cogerles simpatía les deja. Su padre es más permisivo en ese sentido y se ríe diciendo que son cosas de la edad. Me asalta todas las noches una cantinela: ¿qué hará cuando faltemos? He intentado convertirle en un hombre valiente que se enfrente a la vida sin medias tintas y que destierre el miedo, pero quien tiene miedo soy yo. ¿Encontrará el amor verdadero o seguirá poniendo fecha de caducidad a sus relaciones por temor a un compromiso que hunde sus raíces en su sordera? Si pierde su actual puesto de trabajo, ¿conseguirá uno acorde con su peculiaridad? ¿Quién le tocará el hombro por las noches antes de irse a la cama? Mi marido me dice que no me obsesione, que deje que Enrique fluya. Nunca he intentado protegerle en exceso porque no quería actuar como algunos padres del colegio que inundaban al niño de atenciones para compensar el déficit sensorial y las dificultades de comunicación. ¿Quién me protegerá a mí cuando yo no esté a su lado? A menudo me hago esta pregunta. Envejecer no es algo bonito, es una faena, una treta del destino. Durante unos segundos no sé qué responder y me tiembla todo el cuerpo. Al cabo me tranquilizo, apoyo la cabeza en el sofá y sonrío. La muerte no supone ningún riesgo si hemos creado durante la vida las condiciones inevitables para su llegada. Esto sólo se consigue con la libertad, que nos hace inmortales, justo lo que he inculcado a mi hijo, quien me ha enseñado a valorar lo estrafalario del mundo a través de sus ojos cansados. Mi última parada está cercana, esas cosas se saben, pero no me preocupa. En mi interior, la muerte tiene forma de poema y mi hijo es el juglar que lo declama. Sé que tanto Enrique como yo nos protegeremos. Es lo bueno de no oír como los demás, mi hijo y yo hemos creado un vínculo telepático que traspasará fronteras y dimensiones, que no entiende de vida ni de muerte. Yo me convertiré en una estrella refulgente y él seguirá recitando mis poemas apoyado en la barandilla de la terraza, mirando al cielo y buscando a su madre con esos ojazos azules que tanto me gustan… Sin intermediarios. Solo con el sonido del corazón.


Autor: Eduardo Viladés (España). Escritor, dramaturgo, director de escena y periodista con más de 26 años de carrera en diversos países, referente de la cultura española contemporánea. Ganador de prestigiosos premios internacionales de teatro y literatura, cultiva el teatro largo, de medio formato y de corta duración, así como la narrativa y el ensayo. Ha publicado dos novelas y un libro de teatro con la pieza dramática Y ahora qué/El ciclo de la libertad por la editorial valenciana Editcòralia. Sus obras teatrales se representan en varias ciudades españolas, México, Colombia, Perú, República Dominicana, Argentina y Estados Unidos. Elegido dramaturgo del año 2019 en República Dominicana por el consulado español (estrenó la comedia ácida El ingrediente secreto). Colabora asiduamente con sus ensayos, relatos y obras de narrativa con las editoriales Odisea cultural (Madrid), Canibaal (Valencia), Extrañas noches (Buenos Aires), Microscopías (Buenos Aires), Lado (Berlín), Otras Inquisiciones (Hannover), Primera Página (México), Gibralfaro (Málaga), Windumanoth (Madrid), Amanece Metrópolis (Madrid), Sinestesia (Bogotá), Actuantes (Madrid), Las Furias (Madrid), Crisopeya (Medellín), The Citizen (Madrid) y Viceversa (Nueva York). Compagina su labor como escritor, filólogo, dramaturgo y director de escena con el periodismo, área en la que cuenta con más de dos décadas de trayectoria profesional en diversos países del mundo como reportero, editor y presentador estrella de TV. También es experto en periodismo cultural y documentales de sensibilización social, un artista polifacético.