Declaración virtual, libre y espontánea – Cuento de Baltasar Botavara

El fiscal le dijo al que estaba al otro lado de la pantalla:

—Sírvase decir sus nombres y apellidos completos.

—Rufino José Mahecha.

—¿No tiene segundo apellido?

—No. Sólo tuve madre.

—Sírvase decir su número de cédula.

—45.454.545.

—Sírvase decir cuándo y dónde nació.

—Cinco de abril de 1945, Bocas de Querá.

—Sírvase decir cuál es su ocupación actual.

—Alto pensionado del Estado.

—Señor Mahecha: lo hemos llamado a esta declaración virtual, libre y espontánea en el marco de la investigación de una posible manipulación e intimidación de testigos, la cual involucraría, en caso de que haya ocurrido, al señor Albeiro Uriarte Velilla y a otras personas.

—Correcto.

—En tal sentido, ¿jura usted contestar con la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad a las preguntas que se le harán acto seguido a este juramento?

—Perdón, señor fiscal, la señal está intermitente. ¿Puede repetir la pregunta, por favor?

—Por supuesto, señor Mahecha. ¿Jura usted decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?

—Señor fiscal, hay fallas técnicas, lo veo pero no lo escucho. ¿Usted me ve y me escucha?

—Sí, señor Mahecha, perfectamente.

—Qué raro, porque la red estaba funcionando bien hasta hace un rato. Espéreme un momento y reinicio el módem.

—Señor Mahecha, la diligencia debe acabar en 20 minutos. ¿Señor Mahecha? —Rufino José Mahecha desapareció del panel. Entonces el fiscal se dirigió a uno de sus ayudantes:

—Rodríguez, llame por teléfono al abogado de Mahecha y dígale que necesitamos tomar la declaración de su cliente ya.

—Recibido, señor fiscal —respondió el ayudante. Éste marcó el número y luego le dijo a su jefe:

—Señor fiscal, el doctor Leontina me dijo que el cliente no le responde.

El fiscal Jaume marcó presuroso un número en su teléfono.

—¿Aló? —respondió el abogado de Mahecha.

—Leontina, no se haga el huevón. O ese hijueputa se conecta de nuevo o se lo indicio, y usted sabe que tengo lo suficiente como pa joderle la vida a ese infeliz. Cinco minutos. ¿Entendió?

—Señor fiscal, no es para tanto. Entienda que en tiempos pospandémicos las redes se congestionan y ocurre la intermitencia en las conexiones, pero no es para tanto.

—Cinco minutos. Le doy cinco minutos.

Y colgó. Luego, casi que pensando en voz alta, le dijo a Gutiérrez, el otro ayudante:

—¿Por qué será que a todos los testigos en este caso se les cae la conexión cuando se menciona el nombre de…?

—No lo sé, señor fiscal, no lo sé.

—Váyanme preparando el auto de imputación contra ese bandido por obstrucción a la justicia y por manipulación de testigos. Si se quiere joder junto a Uriarte Velilla, que se joda, y que se jodan ellos, y que se jodan todos.

—Como diga, señor fiscal.

Al cabo de los cinco minutos, un hombre de gafas blancas y mirada opaca, barba entrecana a medio teñir, camisa azul y saco negro apareció en la pantalla. Era el mismo que se había identificado antes como Rufino José Mahecha.

—Aló, señor fiscal, aló. ¿Me ve y me escucha?

—Exministro Mahecha.

—Qué pena con usted, señor fiscal, discúlpeme, por favor. Es que uno ya está viejo para estas vainas. Tuve que llamar a uno de mis nietos, a Julio Mario, ¿se acuerda?, el hijo de Rodrigo, el que estudió ingeniería civil en la Universidad de los Alpes con su hermano Alirio, el que está viviendo en Eguzkia, ¿cierto? Desde hace cinco años está por allá tan lejos, en un pueblito que casi nadie conoce, Silvona, allá bien arriba en una montaña. Corríjame si no es así, pero creo que se fue del país con su madre cuando a usted lo pusieron al frente del caso de los sobornos de Bertolbrecht, ah, bendita dicha de tener viva la madre, ¿cierto? Pero ese caso fue muy difícil, muy complejo, porque estaban en juego muchos intereses de varias personas importantes de este país. Pero, bueno, le estaba contando lo que pasó ahorita con lo del módem. Vino Julioeme, como le decimos desde pequeño a Julio Mario, y le movió otro botón, pero luego el módem no prendió. Entonces vino Marielita, la niña, mi nietecita, usted la conoce, o al menos la distingue, ¿cierto?, porque ella es amiga de Rocío de la Hoz, que estudia con su hijita, su única hijita, en el Colegio Americano. ¿Cómo se llama su hijita?, Lubys, Luisa, Luisabel…, sé que empieza por “Lu”, no me lo diga, tengo que acordarme…, Lucía, se llama Lucía, ¿cierto?, están en quinto de primaria si mal no recuerdo. Bueno, el caso es que Marielita sí supo reiniciar el módem, pero entonces tuvimos que apagar y volver a prender el computador, y éste es un computador viejo, un Compaq, de esos que salieron cuando usted era abogado de barandilla allá en los juzgados promiscuos, allá en el edificio más alto de la ciudad, ¿se acuerda? Ah, tiempos aquellos, tantas cosas que uno hace cuando joven que ahora de viejo quisiera jamás haberlas hecho, tantos clientes, tantos jueces, tantas juezas, tantos testigos. Es que, no sé si usted lo sepa, pero yo también soy abogado, y también soy penalista, y por eso lo entiendo. En mis tiempos no existía esta patraña, perdón, esta maraña del sistema penal oral acusatorio. Antes era al trapo trapo, así como le daban uno daba. Pregúntele a su esposa, señor fiscal. Yo fui profesor de ella en la Universidad Ricardiana. ¿Ella le contó? Roslyn Gutiérrez Sáchica, excelente abogada, bella mujer; muy inteligente. Ahorita está trabajando en Beberia, gran empresa, gran cervecera, en la vicepresidencia de asuntos corporativos, ¿cierto? Verá usted: antes de ser ministro de Estado tuve un bufete de abogados, Mahecha & Pulgar Abogados; usted presentó una entrevista allá, ¿se acuerda? Lástima que no lo eligieran, pero eso ya no importa, porque usted ha hecho una brillante carrera en la Fiscalía. Ah, sí, ya me acordé. Le decía que mi socio, Julio Roberto Pulgar, actualmente es miembro de la junta directiva de Beberia y me ha hablado muy bien de Roslyn, me ha dicho que tiene muy buena proyección profesional, que podría ser algún día vicepresidente de asuntos corporativos; muy buena elección la suya: buena abogada, buena esposa, buena nuera, buena madre. Pero bueno, creo que ya me extendí mucho en esta breve digresión sobre mis peripecias con el módem, qué pena con usted, señor fiscal. ¿Ahora sí me escucha bien y me ve bien?

—Sí, señor.

—Ah, bueno, señor fiscal. ¿En qué habíamos quedado antes de que se cortara la señal?

—En nada, señor Mahecha, en nada. Mientras usted se conectaba, revisamos el expediente y concluimos que no es necesaria su declaración. Si necesitamos algo, lo contactaremos. Muchas gracias por su tiempo.

—A usted, señor fiscal. Usted sabe que siempre estaré a su servicio y al de la justicia.

El fiscal Jaume cerró con furia su computador.

—Señor fiscal —preguntó el ayudante Gutiérrez—, para el auto de imputación, ¿Mahecha se escribe con hache o sin hache?

—¿Y a ustedes quién carajos les dijo que íbamos a imputar al señor exministro Mahecha? —dijo el fiscal Jaume, y luego agregó:

—Déjense de pendejadas.

Y el fiscal Jaume salió de la sala donde estaba con sus ayudantes. Después de que aquél cerró la puerta, Rodríguez le respondió la pregunta a Gutiérrez:

—Mahecha, ese Mahecha, se escribe con hache de hampón o de hijueputa, como usted prefiera.


Autor: Baltasar Botarava (Bogotá, Colombia, 1987). Economista y magíster en Economía; se ha desempeñado como funcionario del Ministerio de Defensa Nacional de Colombia y como profesor de la Escuela Colombiana de Ingeniería y de la Universidad de los Andes, en Colombia. Sus creaciones literarias han sido publicadas en Primera Página.