Nuestro papel es nuestra sombra || Ensayo de Juanita Porras

Ilustración de María José Porras

Calderón de la Barca escribe: “¿Qué es la vida? Un frenesí. / ¿Qué es la vida? Una ilusión, / una sombra, una ficción, / y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son”. La vida como sombra está en Platón y como ficción —como teatro— en Shakespeare. Ha sido entonces una intuición de antiguos y renacentistas la idea de que la realidad no es o ha sido deformada. A pesar de la incesante búsqueda de realidad en la carne del mundo, en lo visible y táctil, en la naturaleza, siempre está allí la presencia de una ausencia. Esa experiencia de lo espeluznante en la que algo falta donde no debería. Es la grieta a la que se le pone el ojo para ver la tempestad del mar y el pequeño esquife desde el que observas el mundo en la noche más tempestuosa para saber de velos que sutilmente se corren con el viento.

Sospechar del mundo es una tradición, pero hay límites en la sospecha. Se adora la magia y la prestidigitación porque el engaño es consabido, pero se rechaza toda mentira fuera del pacto ficcional. Y esos límites vienen de sentir hambre y sentir frío, y de vivir la enfermedad y la pérdida. Vienen del cuerpo y la identidad, que nace con un nombre propio y un rostro al que adjudicar el “yo soy y yo siento”. Es curioso ese desdén hacia lo que “no es”, es decir, la mentira, el engaño, la ilusión, como si supiéramos verdaderamente qué es lo que sí es.

En el canto XIII de la Odisea, Ulises llega a Ítaca, mas no la reconoce porque Atenea ha puesto la niebla frente a sus ojos. La diosa se presenta como un pastor ante Ulises y éste le cuenta una ficción que la diosa con risa le reprocha: “¿no puedes ni siquiera en tu patria dar fin a tamañas mentiras ni a los falsos relatos que fueron tu gozo de niño?”. La ficción que, junto con la Ilíada, inaugura Occidente es sobre el engaño. Y el héroe por antonomasia es Ulises el asusto, porque conseguía lo que quería por medio de ardides. Después, Ulises se convertirá en anciano con la ayuda de Atenea, y engañará a Penélope, a Telémaco y a sus lacayos para saber quiénes le son fieles tras veinte años. El destino de Ulises está signado. Él encarna la versatilidad de lo aparente y por eso su historia es la del viajero.  

En contraposición al que viaja para volver está el que simplemente camina. Para el budismo zen caminar es ser el viento. No habitar en ninguna parte. Ser huésped y no aferrarse al mundo. El que camina no retorna porque no hay punto al que retornar, no hay identidad ni fidelidad a ser salvaguardada, no hay engaño. Y cuando no se es dueño de sí mismo tampoco se es dueño de los demás, sólo un visitante que no teme salir y no regresar porque no tiene casa; no le teme a sus acciones y pensamientos porque conoce su condición mutante.

Ese caminar sin retorno, esa resistencia a la identidad y a lo auténtico, está en Las imitaciones de Ramiro Sanchiz. Pero no es una apología al caminar y ser nada sino una exploración por lo que es ser todos, caer en esa excentricidad occidental de la imitación, en la que ya no se sabe si se es o se finge. Apócrifos, supercomputadoras que simulan mundos, artistas vivos y mundos muertos, artistas muertos y mundos vivos, experiencias psicotrópicas e imitaciones: imitaciones de la Historia, de la música, del cine. A través de la figura de Federico Stahl, cantante polifacético, casi se podría decir polifónico, Las imitaciones invita a pasear fuera de la dicotomía auténtico/falso, y a considerar el mundo como traducción de una traducción, imitación de una imitación.

Federico Stahl es el artista más importante del Cono Sur y probablemente del mundo, pues el Invierno de la Bomba, una catástrofe nuclear, acabó con la vida humana del hemisferio norte. Stahl es el que logra “hacerse un lugar en el mundo” con su voz y su guitarra y cambiar el rumbo de la música, hasta el punto de que todo lo que se escucha después de él sea considerado post stahlinista. Stahl es el mito sobre el que se organiza el mundo, por medio de él se comprende la historia y se sostiene un modo de percepción de la realidad. Y, como todo mito es inmortal, es una negación a la muerte, de manera que abundan historias sobre cómo simuló su accidente, su funeral, y cómo vive en Punta de Piedra escribiendo música en el anonimato.

Nadie sabe quién es Federico Stahl, si existe un Federico más auténtico que los demás o si al ser la imitación de una imitación se ha convertido en una cinta de Moebius. Su identidad mutable se resume en tres etapas: el muchacho joven que recuerda a los viejos las penurias del Invierno, El Escorpión, el rockstar con sobrepeso, y Omega Zakk, el alien, el andrógino. Esas identidades producen experiencias deformadas de la realidad en la que abundan bandas, personas y hasta supercomputadoras que buscan imitar a Federico Stahl. Él se convierte en el recipiente vacío sobre el que se vierte el mundo. Ahí está nuevamente la huella de Ulises el astuto, y el engaño y la ilusión como bastiones de la cultura.

Y si en algún punto fue Platón y Descartes, Shakespeare y Calderón de la Barca, quienes, a su manera, plantearon la posibilidad de que viviéramos engañados respecto a la realidad, ahora la cuestión toma otro cariz y este giro lo tantea Las imitaciones. Es la posibilidad, que se abre con la informática, de que el mundo no sea más que la simulación de una supercomputadora, que seamos datos programados por un programador o simplemente la ejecución de un programa informático. Esa posibilidad de ser simulados no es distinta a la de intuir que lo que vemos son sombras proyectadas por la luz entrante en las cavernas o que somos actores de un teatro. Tratan la posibilidad del hombre de ser engañado y de ahí, casi automáticamente, se desprende la posibilidad de engañar. De ser quien crea las sombras para que sean proyectadas en una pantalla, de ser quien escribe la obra de teatro dentro de la obra de teatro y de ser quien crea las computadoras, los programas y la simulación. En síntesis, la posibilidad de imitar lo que le aflige. Y el anhelo llega hasta pensar en que es posible engañar a la muerte y por eso los mitos y las máquinas, para pensar en criaturas que no se marchiten, en memorias que simulen lo que era la humanidad.

Quizá lo propiamente humano sea simular. Simular el futuro y el pensamiento, simular el mañana, la posibilidad de otro día y otra vida. Y para eso está el lenguaje. La palabra que es representación de lo que no podemos más que nombrar, que nos permite decir “yo soy” sin serlo. Es la palabra la que viste a Ulises, la que inmortaliza a Federico Stahl y la que nos crea a todas. Y quizá fuera de ella está la luz sin sombras, la vida fuera de las tablas, fuera de la simulación informática. Qué bellas son, no obstante, las palabras que nos engañan.

*

Este ensayo hace parte de Todos los viajes se hacen en barca, proyecto subvencionado gracias a la beca de crítica cultural y creativa del Ministerio de Cultura de Colombia.

Sigue el podcast Todos los viajes se hacen en barca en Spotify y escucha este ensayo en Soundcloud.

***

Autora: Juanita Porras (Colombia, 1996). Leo, escribo y veo cine. Periodista cultural independiente y creadora de Todos los viajes se hacen en barca. Estudio el máster en Estudios Literarios en la Universidad Nacional de Colombia y dirijo Bitácora correctores. 

Ilustradora: Maria José Porras (Colombia, 1999). Ilustradora en constante experimentación y observadora meticulosa de la realidad para traducirla en imágenes. Soy @iofi.bina en Instagram.