A ratos, pensar en las condiciones que acogen al panorama museístico actual puede resultar frustrante y desalentador. Por lo tanto, vale la pena poner un pie fuera de lo que consideramos real en términos tangibles y evaluar prácticas de musealización que existen fuera de este campo.
Pensando en las posibilidades de reconfigurar las maneras en las que experimentamos y estudiamos las artes, la historiadora del arte Griselda Pollock, a final de los años noventa, propuso el museo feminista virtual (MFV) como un concepto para explorar y aplicar las intervenciones feministas en los estudios de arte. Se trata de un espacio “virtual” en el sentido de que no es actual, sino que se encuentra en un devenir perpetuo. No es, por lo tanto, un espacio inscrito dentro del marco de lo cibernético, sino más bien dentro de una poiesis del futuro. No es, sino que está siendo.
Para Pollock, las relaciones de poder que gobiernan los museos actuales imposibilitan la entrada de los análisis feministas y por lo tanto estos espacios tienden a quedarse estancados en remedios cosméticos: agregando mujeres artistas a sus acervos, sacando la obra de mujeres de bodega, privilegiando voces femeninas en los discursos curatoriales, etc. Si bien estos cambios no son menores, sino tácticos y fundamentales, Pollock busca ir más allá de estas reconfiguraciones que operan en función de una demanda. Por eso, el MFV virtual no se trata de algo definitivo, sino de un laboratorio de investigación abierto, en donde las preguntas por la sexualidad, la diferencia sexual y la representación del cuerpo, puedan plantearse fuera de las estructuras falocéntricas.
Los diálogos que se producen entre las obras de arte no se basan en las reglas de lo que tradicionalmente la historia del arte y los museos nos dice que es coherente o no. En el MFV, se plantean redes de interacciones transformativas entre las imágenes, montajes atrevidos que buscan hacer que las obras arrojen nuevos significados, conformando narrativas alternas. De esta manera, Pollock construye un puente entre su propuesta y la del historiador del arte judío Aby Warburg (1866-1929), Atlas Mnemosyne, en donde las imágenes se relacionan de maneras no-evidentes, sino intuitivas y son consideradas formas capaces de producir sentimientos profundos, que permiten recurrir a la memoria cultural de esas emociones. La propuesta de Warburg se opuso radicalmente a perspectivas nacionalistas fascistoides de su época, así como Pollock busca ir más allá de los falocentrismos de la contemporaneidad.
En consonancia con Warburg y algunos planteamientos psicoanalíticos, para Pollock las imágenes son mediadoras de la historia cultural y la subjetividad humana y, por lo tanto, la manera en la que éstas se nos presentan es de vital importancia. Enfatiza por lo tanto en el papel crucial de la representación, señalando la ausencia de mujeres en los archivos históricos del mundo. En la medida en la que la historia universal (occidental) se autodefine a través de estos discursos, se produce una visión de la humanidad en la que destaca el privilegio masculino y que de distintas maneras permea en los procesos de auto-reconocimiento propios.
En el MFV se construyen nuevos archivos que interrogan críticamente el sistema patriarcal, en donde las obras se reacomodan constantemente en pos de una reconfiguración epistemológica del arte. Se trata de archivos también virtuales, más allá de un apego temporal y espacial, en donde a las imágenes se les permite cambiar dependiendo de lo que intervienen. Se consideran a las imágenes como creativas y tranformativas, conformadas de la historia y el inconsciente.
La propuesta de Pollock, si bien puede ser leída desde lo utópico, no es una renuncia al mundo como lo conocemos. Es por eso que el MFV es eso, un museo a fin de cuentas. Es en los museos en donde se producen encuentros de y entre las obras de arte, y en donde éstas se acomodan de acuerdo a esquemas interpretativos más allá del contexto de su creación. Pollock recupera la exhibición como forma de trabajo porque ve ahí una oportunidad de que algo suceda de manera contingente. La apropiación feminista de la idea del museo le permite ensamblar obras de arte dentro de una lógica que no es falocéntrica y así proponer otras maneras de aproximarnos al arte.
Si bien la vigencia y relevancia del MFV, tal como lo propone Griselda Pollock, requieren de un cuestionamiento constante, revisitarlo nos invita a pensar en las posibilidades del museo: la forma en que pueden expandirse más allá de lo actual, trascendiendo tiempo y espacio a partir de su virtualización.