A la orilla del trino || Poema de Isabel Galván Rocha

A la orilla del trino, cenzontle
recorre sinuosidad del epitelio, durazno
y miel en el lienzo, y curvas perentorias
sin que declinen, volcanes en sus manos,
rotundo placer de besar recovecos,
desliza como magnetismo y se une
se descubre un secreto en la cumbre,
y renueva en el desliz de la mano, marfil
y oro en proximidades, devuelve la caricia
fragante del aroma lascivo y yuxtapuesto.

Como una tormenta de liras
los caminantes de la mañana,
miradas y murmullos pierden al alejar
de las angosturas del cuerpo, distancia
retorna en cercanía inacabada, somos pieles
en el fondo del precipicio sustancial,
el universo de su mirada expande caricia,
el verso de su voz y prende al salón,
otros ojos y cuerpos, sus texturas y memorias
ajenas, como una llaga letal irrumpen
los blancos aromas del lienzo
le pienso solo mío, pero tampoco soy,
transformé hombre en ave de nervio
en las paleras sus espinas hieren,
y vuelve sobre sus pasos, extraño y solitario,
camina a una lontananza de miel
revuelve sino misterioso del pensamiento,
parece revocar la palabra que un día dio,
quiebro en el confín del horizonte, piel
como el agua, escurre entre mis manos,
y salto a las alturas del cielo
entre recovecos del alma, recién parida
de su dolor, oscuros atajos se doblegan
en la mente, las ataduras al extremo
y trozan sin misericordia a los vientos,
cortan y laceran, agosto sin olvido
en mis manos, locuras del ser infinito,
las sombras de mi vida, y de la suya
claridades sinérgicas que hacen dual,
y ahora reconstruiré, los pasos siguientes
en el vasto camino de piedra al horizonte
el fuego, y el hielo de la amante sensación
del ser, unirse en lo profundo del alma
a los caminantes de piedra, jade y rubí
como gemas perpetuas y tibias soledades,
rompen los fogones de la cruz
acompañan las eternidades fugaces
del ser, levanta como telón de escenario,
juglares, en canto, narran dulces historias
de finales felices, ¡y no somos esos!
Los aromas febriles de la campiña
quebrados de musgo, polvos de arena
y tierra vacía, los capullos al aire
turbios y huidizos, ¡cuando la espera torna
de los días o años en que volveré a verle!
Estanca la estación de la lluvia
atrapado en la marisma de su desdén,
inventa intriga, de la helada sinfonía
la aprendiz al fragmentar sus tonos,
y profana, pierde en los vientos del ayer,
el silencio se merma en el abismo
extravasa mi sangre, arde en las fronteras
del olvido, apetitos apagados en desorden
de los días, y sobre las piedras del camino,
torcido y débil, añoro las horas del verso,
en que cantaba a la hora del arcoíris
el retrato desvanecido de los colores,
trigonometría de sus facciones sueltan
los trazos de ser, ha vuelto tiniebla
y apaga la sed de mi embebido corazón,
Con voz de guitarra, toco un son
al cielo, el Sol, como hoguera, incendia
el firmamento, su cántico deja ardiente
caudal en la orilla del río. Y todo se extravía
allá el cielo, y mientras miran las estrellas,
el solario esculpe caminos lejanos, nadie
escucha su voz, ni el canto de otro, somos nada
y todo, motas de polvo de los tiempos,
y deseo, mi voz quisiera ampliar
volver una llama para extinguirse
en el corazón de los hombres, lluvia
de su canto, risa y sueño, y sobre sus pasos,
guerra devuelve un hosco gesto, y llanto
lo brutal inscribe, lo sacrificable queda
y entre ambos perfiles de sombras,
canto a la paz y sueño y ondulan las balas,
así, una agotada voz tampoco escucha,
han roto sus equinoccios, días y noches
han transformado en la quimérica sensación
de que se existe en ofuscación, y es nada,
en la guitarra, versa una copla diletante,
palabras al aire, y regresan solas, oyentes
sordos de su voz y poema desea un destino
el último que entró a este corazón sangrante
encendió, de nuevo, una llama inextinguible.
Así, termino aristas de un mundo.
Con los ríos y mares por escuchas,
el delfín y la ballena, el pez y el coral,
lleven mi voz al interior de mi ser, la orilla
de la vida, ofrece verso platinado
que asombre el espíritu y lo convierta,
que no quiebre, ni murmure, solo voces
de una guitarra a la delicia
del agua marina, azul cielo ilumine
voces plenas el entramado del ser,
otro ha entrado al portón de mi corazón
no oculta sazón, copla alcanza orillas,
y plena se escucha, corazón
a la espera de un grito feroz
en mi alma, fructifique otro verdor.

***

Autora: Isabel Galván Rocha (CDMX, 1958). Ha participado en certámenes de poesía desde 2012 y ha conseguido el primer y segundo lugar del concurso del Ojo de Uk, revista de ciencia ficción mexicana, en 2016 y 2017 respectivamente. Obtuvo diploma de honor en el concurso Ermelinda Díaz en Chile en 2015. Ha colaborado en diversas revistas digitales e impresas.