En esta columna se ha hablado mucho sobre figuras femeninas transgresoras que se negaron a aceptar el papel que les había reservado la sociedad: casarse y tener hijos. Condenadas a vivir en las sombras durante la época del estricto Código Hays, con el cual se pretendía volver a los ideales tradicionales estadounidenses, poco a poco ganaron su lugar en el cine moderno. Pero aquellos que se salían del statu quo no fueron las únicas víctimas de la censura. Aunque las películas hechas durante el Código remarcan la importancia de formar una familia, en ningún caso muestran el proceso previo. Y no es el sexo lo que censuraron (nunca mostrado de manera explícita, pero sí insinuado), sino del embarazo, considerado tabú en el Hollywood clásico.
El Código Hays (1934-1967) establecía las normas de lo moralmente aceptable en Hollywood, y marcó un antes y un después en la historia de la censura en el cine. Son bien conocidas las prohibiciones a representar (positivamente) el sexo extramatrimonial, las relaciones interraciales o la homosexualidad. Ahora bien, poco se habla de que también prohibía mostrar las escenas de parto o mencionar de la palabra “embarazo”. Esto afectó al tratamiento de la maternidad. Aunque no prohibido, se consideraba “fuera de lugar” mostrar el periodo de gestación. Esto resultó en divertidos diálogos para evitar mencionar de manera explícita la palabra. Por ejemplo, en The Miracle of Morgan’s Creek (1944, Preston Sturges), la protagonista dice a su amiga que “ahora está segura de estar casada” para decirle que espera un hijo.
¿Por qué se produjo esto? Teniendo en cuenta la mentalidad conservadora de los creadores del Código, se puede entender por qué querrían prohibir la representación de ciertos temas, ¿pero por qué el embarazo, la base de la familia modélica estadounidense? Tal y como dice Kelly Olliver, en las películas del Hollywood de la época se pasaba del romance al matrimonio, e inmediatamente después a la familia formada. Los defensores del Código alegaban que con esto buscaban proteger a las mujeres para no ofrecerles imágenes desagradables. Por ejemplo, durante el rodaje de Lo que el viento se llevó (1939, Victor Fleming), se propuso mostrar el parto de Melanie, lo cual iba en contra de la normativa oficial. Tras mucho revuelo, logró burlar el Código, pero con una condición: el dolor del parto no podía ser en ningún momento más importante que la alegría del personaje por ser madre, pues esto podía “influir negativamente en las jóvenes espectadoras”. Así, por lo tanto, vemos que los motivos de fondo no distaban tanto de la promoción de los valores tradicionales de familia y los roles de género clásicos.
Además, preguntémonos ahora algo: ¿se habría censurado el embarazo si no hubiera sido algo exclusivamente propio de la mujer? Al ser reducido a un tema femenino que más valía ser mencionado en público, se sacó mérito a algo que supone un esfuerzo excepcional y es la base del modelo de familia de la época. No olvidemos que, entonces, el embarazo era uno de los únicos fenómenos valorados socialmente en los cuales la mujer era la protagonista. Sin duda, al silenciar el embarazo se infravaloró algo exclusivo de la mujer.
Evidentemente, tal prohibición nació con fecha de caducidad, y hubo algunos creadores que la desafiaron. Una de las más destacables es la película francesa Le Cas du D’Laurent (1958, Jean-Paul Le Chanois), donde se representaba el parto de manera positiva. Tuvo tan buena acogida internacionalmente que poco pudieron hacer las autoridades para parar su éxito. De hecho, hasta el mismo director de la Production Code Administration, Geoffrey Shurlock, puso en duda la prohibición de mostrar el embarazo en pantalla y decidió suavizar la normativa. Otro de los casos más destacados es el de Lucille Ball, protagonista de la famosa sitcom I Love Lucy (1951-1960). Al quedarse embarazada de su segunda hija grabando la serie, se decidió que su personaje se quedara embarazada también. A pesar del escepticismo inicial por parte de los productores, se aceptó la decisión después de la aprobación de varias figuras religiosas (debido al éxito de la serie). Fue una de las series pioneras en poner a una mujer embarazada en el foco de la acción.
Sin embargo, el tema ocupó un papel secundario hasta el final de la era Hays. Quizá una de las películas más interesantes del momento es El bebé de Rosemary (La semilla del diablo en España, Roman Polanski, 1969), una total deconstrucción del arquetipo de la mujer embarazada.
Hoy en día, el embarazo es uno de los tópicos más recurrentes tanto en el cine como en la televisión. ¿Podemos decir que se ha normalizado? Gran cantidad de comedias románticas de los 80 y los 90 contribuyeron a popularizar varios tópicos: el de la loca embarazada, los gritos de histérica dando a luz, los antojos que obligan al hombre a hacer todo lo posible por complacer a su mujer o el espantoso romper aguas, entre otros. Cuando es la mujer la que se convierte en protagonista y hace algo que requiere un esfuerzo extraordinario por su parte, se usa como motivo de comedia, y no de admiración. La única alternativa a la mujer complaciente que no se queja por nada es la “histérica exagerada”.
Por suerte, a pesar de que estos estereotipos sigan presentes en muchas historias actuales, cada vez contamos con más películas que rompen con esta imagen. David Fan, autor y director del thriller The Ones Below, presenta a dos personajes femeninos bien creados y definidos, y dice de sus dos protagonistas que el embarazo no define su personalidad, sino su estado. Mad Max: Fury Road (2015, George Miller) nos presenta sin tapujos a una guerrera embarazada. Y la catalana Els dies que vindran (Los días que vendrán, 2019, Carlos Marqués-Marcet) salió premiada en el Festival de Málaga y en los últimos premios Goya y en el festival de por su representación sensible y honesta del embarazo de una joven pareja.
El silenciamiento durante años de algo tan propio de la mujer como el embarazo y su posterior recuperación por parte de una mayoría de cineastas masculina ha creado una visión distorsionada de la maternidad que poco tiene que ver con la realidad. Sin embargo, nuevas voces han ido apareciendo progresivamente para demostrar que no es cierto todo lo que nos han contado hasta ahora y que hay otras maneras de contar las cosas. Quizá ha llegado el momento de escucharlas.