“Quiero estar sola”, dijo Greta Garbo en Grand Hotel (1932, Edmund Goulding). Estas palabras, escritas a medida para el mito de la esfinge sueca, han perdurado en el tiempo como si de una reflexión suya se tratara, y ha contribuido a consolidar su leyenda. En efecto, en el sistema de estudios actor y personaje eran indisolubles. Al convertir a Garbo en una figura enigmática más allá de la pantalla, la fascinación por ella no hizo más que crecer, del mismo modo que los ingresos para la productora. Además, era la tapadera perfecta para esconder las muchas relaciones con mujeres que la estrella mantuvo a lo largo de su vida. Durante el Hollywood clásico, la homosexualidad era mantenida en estricto secreto, y durante muchos años fue censurada en sus películas. La de la Garbo es solo una de las muchas historias.
La homosexualidad ha estado presente en el cine desde sus inicios: ya en 1895, Edison hizo un cortometraje donde aparecían dos hombres bailando juntos. Más relevante es la película A Florida Enchantment (1914, Sidney Drew), pionera en representar la bisexualidad en la gran pantalla. En ella, un matrimonio se toma accidentalmente una píldora que cambia su identidad sexual, pero ambos se sienten atraídos hacia ambos géneros.
A Florida Enchantment, que da protagonismo a dos personajes homosexuales, es un caso extraordinario. A pesar de no ser un tabú, durante las primeras décadas del cine, la homosexualidad se vio reducida a la figura del sissy: personaje secundario, escrito con finalidad cómica y claramente afeminado, cuya gracia consistía en lo grotescas que se consideraban sus acciones. Algunos ejemplos son La melodía de Broadway (1929, Harry Beaumont) o Our Betters (1939, George Cukor). Es interesante que el tratamiento de las mujeres homosexuales fuera del todo distinto. En sus películas, tanto Greta Garbo como Marlene Dietrich rompían con el arquetipo femenino por excelencia, e incluso tenían relaciones con otras mujeres, y seguían siendo consideradas iconos. Sirva de ejemplo este fragmento de Marruecos (1930, Josef von Sternberg), donde Dietrich, vestida con un traje masculino, besa a una mujer en un bar y es aplaudida por todos los clientes.
En esto, sin embargo, no debemos ver una muestra de feminismo. Para empezar, las actitudes de estas mujeres se veían como parte de la ficción; en la vida real, muchas mujeres tuvieron que vivir su homosexualidad en secreto. Por otro lado, la exaltación de estas actitudes en la gran pantalla poco tenía que ver con la defensa de la homosexualidad; era más bien una apología a la masculinidad clásica. Al fin y al cabo, las cualidades de estas mujeres eran las mismas que las del prototipo masculino: frialdad, fuerza, seguridad en uno mismo. En cambio, a los hombres homosexuales se les atribuían cualidades tradicionalmente femeninas como algo negativo y digno de burla.
Todo cambió con la implantación del Código Hays (1937-1957), que prohibía la representación de toda conducta considerada inmoral. A partir de ese momento, la homosexualidad podía ser solo insinuada. En los peores casos, la censura modificaba las tramas por completo. Encrucijada de odios (1947, Edward Dmytryk), cambió el tema de la homofobia al antisemitismo. Estudios recientes han observado cómo algunos personajes villanos de la época pueden ser interpretados en clave homosexual, tales como en La hija de Drácula (1936, Lambert Hillyer), Rebeca (1940, Alfred Hitchcock) o La soga (1948, Alfred Hitchcock). En la época del Código Hays, según el cual se debían promover las conductas consideradas aceptables, el único final posible para el que se salía del status quo era la desgracia.
El Código no solo afectó a las películas, sino también a sus actores. En el star system, los estudios de cine tenían un control absoluto sobre la creación, producción y distribución de sus cintas, y los actores eran meros empleados. Normalmente, firmaban un estricto contrato que limitaba su vida personal según las necesidades de la productora. Por eso, todos los actores homosexuales se vieron obligados a vivir su condición en la intimidad.
Este es el caso de los llamados «círculos de costura», reuniones de mujeres lesbianas y bisexuales del cine y las artes. Este término fue acuñado por la actriz Alla Nazimova, víctima de la represión de la época. Tras la implantación del Código, pasó de ser la actriz más famosa de la Metro Goldwyn Mayer a ser una completa desconocida. Así, no es de extrañar que la mayoría de los homosexuales ocultaran su orientación sexual con los llamados matrimonios lila, concertados para callar rumores.
En los años 50 los cineastas, hartos de ver limitada su creatividad, intentaron representar la homosexualidad de forma más abierta en sus películas. El Código Hays, sin embargo, no lo permitía; por eso, durante esta década la censura fue especialmente estricta. Gore Vidal, que trabajó en el guion de películas como La Gata sobre el tejado de zinc (1958, Richard Brooks), Ben-Hur (1959, William Wyler), o Y de repente, el último verano (1959, Joseph L. Mankiewicz) (tres títulos con personajes homosexuales en su origen) lo describía así: «Era como trabajar para el Kremlin, como escribir para Pravda, aprendías a escribir o a rodar entre líneas».
En los años 60, el Código se reblandeció poco a poco, lo cual conllevó a que empezaran a aparecer personajes abiertamente homosexuales en el cine. Ahora bien, siempre bajo el tabú de que todos ellos llevaban mala vida y por lo tanto debían tener un final trágico. No fue hasta la derogación del Código Hays y el final del sistema de estudios cuando los creadores empezaron a gozar de mayor libertad para tratar el tema de la homosexualidad sin tapujos.
Ahora bien, ¿podemos cantar victoria? Que el éxito de películas como Moonlight (2016, Barry Jenkins) sea algo extraordinario dice mucho de la representación de los homosexuales en el cine. Entre las películas de gran audiencia de 2018, solo un 12,8% cuenta con personajes homosexuales. Más preocupante es que de entre estos, un 64% de estos sean hombres; desde la desaparición del Código Hays, el lesbianismo ha pasado a estar a la sombra de la homosexualidad masculina. Aún hay un largo camino por recorrer.