I
Al principio fuimos aire, ligeros y fluidos
sin esperar nada ni ofrecer más que un respiro. Un soplo.
Luego fuimos agua, intensos, profundos
juntos un caudal: destrozamos piedras, abrimos caminos.
Fuimos materia constante, sin forma. Vastos.
Nos
sembramos y nos convertimos en tierra: espesos, pesados.
Teníamos vida en nuestro interior.
Nos sentamos a sentir el sol, a observar, a esperar.
Fuimos montaña y aprendimos que el tiempo es luz y que los pasos se miden en
ecos.
Quemando fue como acabamos,
ardimos en colores, arrasamos con lo que creamos,
alcanzamos nuestro punto más alto: éramos un pico.
Tocamos el sol, fuimos con él uno mismo.
Dejamos de ser pies para ser manos, para tocar, para apretar.
Convertimos en cenizas nuestras lenguas.
Callamos, silencio.
Fuimos fuego.
II
Cuatro
paredes forman un mundo,
un espacio donde nuestras sombras coinciden,
se encuentran, se abrazan.
Ocho vértices definen el lugar donde nuestros besos golpean los muros
para convertirse en péndulos.
Nuestras manos son serpientes que se enredan,
que muerden y aman.
Un lugar donde nuestras bocas no nombran,
sólo quejan y besan.
Ahí las piernas no sostienen; enlazan y atan. No hay límites, sólo potencias
que nacen y
mueren en una noche.
El deseo
encuentra su refugio, lo dejamos crecer, hacer y ser.
En cuatro paredes somos libres,
la sombra y luz se unen, nos definen.
Entendemos que la noche es infinita y que un suspiro hace huracanes.
Encontramos en un abrazo la certeza y en un beso la muerte.
III
Enunciar es
el día y la noche,
una letra seguida de otra,
para hacer sílabas, palabras, oraciones;
para construir el mundo.
Sonidos,
murmullos, de eso va la vida.
Dar al ruido palabras donde se encuentre,
aguarde y se exprese.
Un lugar donde halle un falso sentido,
su pertenencia.
Dijiste
palabras que crearon espacios.
Fue ahí que sembramos árboles,
crecimos y recogimos juntos sus frutos.
Todo nosotros se contuvo en sílabas,
hasta que el sonido desbordó la letra.
Ahí, en las
sobras se fue la certeza,
la palabra vacía.
Quedó solo niebla y nos adherimos a ella.
IV
Está tu voz:
un sonido continuo.
Están tus manos: para tocar y deshacer.
Están tus pies: allí plantar un árbol.
Fuiste
raíces, fuiste mi piedra.
Te di luz, agua.
Te conté mis secretos,
inventamos palabras al viento,
enunciamos para esfumarnos.
Todo fue verde, frutos, voz y luz.
Fue tu boca: mi silencio.
Fueron tus ojos: mi espejo.
Fue tu cuerpo: mi tierra
mi fin.
***
Autora: Diana Álvarez Mejía (Toluca, México, 1990). Licenciada en Historia del Arte por la Universidad Iberoamericana y en Psicología por la UAEMEX. Cursa la maestría en Saberes sobre Subjetividad y Violencia en el Colegio de Saberes. En 2016 fue ponente en el 1ER COLOQUIO DE CULTURA VISUAL Impresos como vehículo de la cultura visual con “El Imaginario social burgués en la Revista Moderna” y publicado en la Revista Errancia. Psicoanálisis, teoría crítica y cultura (2019) el texto “Julio Ruelas: una aproximación a lo ominoso a partir de su obra artística”. Es especialista en Obra Gráfica en el departamento de Arte Moderno y Contemporáneo en Morton Subastas.